¿Podremos desarrollar una economía de valor creativa?
Ahora que la pandemia del covid-19 nos ha dejado en ciertas tinieblas sobre qué pasará y cómo los países del mundo enfrentarán sus economías, una cierta luz nos propone un sendero posible de transitar. La “economía naranja” se presenta como una oportunidad de ir forjando un camino que nos saque del pantano en que nos metió un virus que puso al mundo de cabeza. La economía creativa o la “economía naranja” “representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y por supuesto, la herencia cultural de nuestra región”, la describe Iván Duque Márquez y
Felipe Buitrago Restrepo en su libro Economía naranja, una
oportunidad infinita.
En las crisis siempre hay oportunidades de desarrollar, y en ese escenario surgen las nuevas ideas que nos impulsarán a un mejor futuro.
De esta forma, la “economía naranja” se define como: “El conjunto de actividades que de manera encadenada permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual. El universo naranja está compuesto por: la economía cultural y las industrias creativas, en cuya intersección se encuentran las industrias culturales convencionales; y las áreas de soporte para la creatividad”.
En la “economía naranja” conviven en una zona común: creatividad, artes y cultura como materia prima, además de relación con derechos de propiedad intelectual, en particular con derechos de autor, también confluyen con la función directa en una cadena de valor creativa.
La economía creativa comprende los sectores en los que el valor de sus bienes y servicios se fundamenta en la propiedad intelectual: arquitectura, artes visuales y escénicas, artesanías, cine, diseño, editorial, investigación y desarrollo, juegos y juguetes, moda, música, publicidad, software, TV y radio, y videojuegos.
Es por ello que arriesgarse en avanzar en estos nuevos sectores con ideas nuevas requiere y exige coraje y determinación, vivimos tiempos vertiginosos.
El teléfono necesitó 35 años de comercialización para que la cuarta parte de los hogares de Estados Unidos tuviera uno, a la televisión le tomó 26 años; a la radio, 22; a los computadoras, 16; a Internet, 7; a Gmail, Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIn, discos duros en la nube, un par de años. ¡Ya ni siquiera se trata de bienes manufacturados o de conteo por hogares! Asimismo, a la radio le tomó 38 años alcanzar una audiencia de 50 millones de personas en el mundo; a la televisión le tomó 13; a Internet, 4; al iPod, 3; a Facebook, 2.
En estos tiempos de pandemia, las grandes oportunidades de negocio y transformación, aun en medio de la crisis, será para quienes se atrevan a hacer frente a la innovación y la adopción temprana.
Información de la Cámara Nacional de la Industria Electrónica, de Telecomunicaciones y Tecnologías de la Información (Canieti) revela que en México hay más de 2 mil empresas de tecnología aglutinadas a 38 clústeres, dichos centros de tecnologías concentran a compañías, emprendedores y academia que generan innovación en tecnologías de la información como software, hardware, apps móviles, consultorías y animación digital. La experimentación acelerada de modelos de negocio y usos alternativos de tecnologías digitales que evolucionan rápida y radicalmente hará que la revolución digital avance aún más a pasos agigantados.
Nuestro país, un gran desarrollador de software de calidad, sigue avanzando gracias a sus productos de realidad aumentada, software de manufactura, aeronáutico, financiero y creación de digital, admite la Canieti.
Cada año alrededor de 65 mil jóvenes de carreras relacionadas de 302 instituciones educativas egresan de las escuelas, qué haremos para aprovecharlos, se queden y no se vayan fuera de México.
Y como dice Honoré de Balzac “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su momento”, ¿lo podremos hacer?