El Debate de Los Mochis

Pal Kepenyes, el gran escultor

- librosdema­nu@gmail.com Manú Dornbierer

Conocí al escultor húngaro, Pal Kepenyes en el Bazaar del Sábado de San Angel en la Ciudad de México y ¡oh sorpresa! Lo reencontré aposentado en Acapulco en una casa en Guitarrón a la que los ingenuos apodaban “la casa del diablo” por lo extraño de las figuras que adornan su barda. Pero naturalmen­te, muy reconocido gente culta en el puerto por su talento y creativida­d. Además, rodeado siempre de un grupo interesant­e de personas. Algunos son extranjero­s apasionado­s por Acapulco y leales contra viento y marea —es el caso de decirlo— que año tras año pasan el mejor invierno del orbe en esta privilegia­da bahía.

La historia del escultor Pal kepenyes es una de las leyendas del puerto. Pal se escapó de una cárcel comunista en Hungría en 1956 y se fue a París en donde se casó con una mexicana, y como tantos otros, emigró a México y tiene hoy las dos nacionalid­ades húngara y mexicana. Pero no fue fácil...

En Europa, la guerra tardaba en apagarse. El vendaval de maldad, angustia, crueldad, dolor, hambre, tortura, enfermedad, que fue la II Guerra Mundial soplaba aun avivando algún fuego maldito. Budapest, la importante reina del Danubio, tomada y ultrajada por el Ejército Rojo, pagaba duramente sus simpatías germanófil­as.

Los soldados soviéticos o burócratas soviéticos, aplastaban a los detestados húngaros a los que no perdonaban ser germanófil­os, pero apreciaban sus cualidades, la música, por ejemplo. Ellos, los duros, fuertes, vencedores, eran aún bastante bárbaros, — sólo los nobles no lo eran: en comparació­n con los checos, búlgaros, rumanos y polacos, húngaros, bajo su poder. En la posguerra todavía tan caliente, los jóvenes magyares pretendier­on armar, si no una revolución, sí una resistenci­a al yugo soviético. La represión fue inmediata y terrible. Uno de aquellos jóvenes rebeldes es hoy un famoso escultor acapulqueñ­o, internacio­nalmente conocido: PAL KEPENYES. Desde el Espacio Palesco, la casa que esculpió en el cerro más alto de Acapulco, Pal pasea su mirada por un horizonte amplísimo. A sus pies la bahía ,una raya infinita, el horizonte, mar y cielo.

Durante cinco años de su juventud sólo vio rejas en la prisión “María Nostra”, a 60 kilómetros de Budapest. Y al ser enviado un año a un castigo mayor, calabozo de los incomunica­dos, sólo un pequeño cuadrado azul le recordaba el mundo de luz del que lo segregaron. Lo único que podía hacer era soñar y, originario de un país sin costas soñaba con el mar y con puertos blancos.

Descubrió cómo comunicars­e con su amigo Andrés Lauriniez, pegando a los tubos de agua, se decían el uno al otro en morse: “El año que entra en Taormina”. Era un lugar desconocid­o y lejano, allá en la Sicilia que no conocían, pero un nombre mágico que significab­a sol, cielo, mar y libertad para los jóvenes húngaros encarcelad­os.

Los años fueron pasando lentos y dolorosos en “María Nostra”. La mente en prisión se desarrolla donde nada la distrae.

Inventar para no morir… Pero un día no sólo la juventud de Hungría se rebeló sino toda la población y exigio una apertura. Se beneficiar­on los prisionero­s y entre ellos, Kepenyes. Había entrado a prisión en marzo de 1950, fue amnistiado en marzo de 1955. Pero los húngaros no se conformaro­n con la liberación de una pequeña minoría: el clima en Budapest era ya de revolución. Explotaría en 1956 y duraría muy poco. Los tanques soviéticos la reprimiría­n. Fueron aquellos para días de indecisión.

Irse o quedarse con los tanques a la puerta. Pal Kepenyes como otros decidió abandonar su patria. Su amigo Lauriniez decidió quedarse y fue deportado a los tres meses a un lugar desconocid­o de la URSS, sólo para regresar y ser fusilado en Budapest. Todos aquellos patriotas magyares, objeto de la represalia soviética, fueron enterrados boca abajo para que, no pudieran regresar al cielo, según superstici­ón oriental de ese país europeo. El hipócrita Occidente permaneció indiferent­e con la misma despreciab­le actitud que asumiría en 1968 en el caso de Checoslova­quia o en la toma en 1950 del Tibet, cuando los chinos lo ocuparon violentame­nte. Como en tantas otras ocasiones en que el poder brutal se impondría. Pal Kepeneys llegó a París y como muchos otros jóvenes refugiados y vivió en la Ciudad Universita­ria. Se las arregló para estudiar hasta en 1959 cuando viajó a México.

Podía verse en los años 60 caminar por las calles de San Ángel en el DF a ese húngaro alto, rubio y extraño, con un morral al hombro en el que cargaba las no menos extrañas joyas y pequeñas esculturas que creaba para vivir. Las vendía en el Bazar del Sábado y en los círculos bohemios. Pero él tenía un sueño que realizar además de la libertad: El Mar, el horizonte más abierto que puede percibir el ojo humano. Se fue a vivir a Acapulco y encontró el espacio, el aire, la amplitud física y mental para desarrolla­r su escultura sin límites. Su lema fue entonces: “Far beyond the limits of man” o “Más allá de los límites del hombre”. Con frecuencia repite el tema de una reja rota, de una figura que emerge triunfante de ella.

En Acapulco encontró público ávido de arte, sobre todo entre los turistas internacio­nales que visitan, compran su obra y la han hecho conocer fuera como Robert Leach titular de la serie “The life style of the rich and le dedicó, famous”. (El estilo de vida de los ricos y famosos).

Pal, no quería pisar suelo húngaro mientras estuvieran los comunistas y tenía terror de ser apresado. En efecto, en sus primeros años en México la embajada húngara de entonces amén de hacerle pésima propaganda, lo molestaba. Eso afortunada­mente terminó cuando Kepenyes obtuvo la nacionalid­ad mexicana. Todo cambió y funcionari­os de la misión establecie­ron buenas relaciones con el fugitivo. Los cambios acaecidos en la Europa del Este dieron cuenta de la tozudez de Pal. Por fin en 1993, el famoso escultor regresó a Budapest después de 37 años de haber escapado.

Sus parientes lo agasajaban. Un par de banquetes oficiales le fueron dedicados. Todos, orgullosos de él, le cantaron las viejas canciones… y él cantó con ellos. A los padres sólo pudo visitarlos en el cementerio, pero ellos conocieron su vida en Acapulco. Su amigo Andrés Lauriniez es un héroe de la patria húngara. ¿Y Kepenyes? Pal regresó a Budapest y mil temores, mil sentimient­os y mil amores quedaron resueltos. Regresó a México tranquilo, liberado, no sin antes haber conocido Taormina, aquel puerto siciliano con el que soñaba en la cárcel.

—¡Ah, Taormina!, dice como en sueños. Y luego, riendo ¡Comparado con Acapulco no es mucho!

En 2015 la Casa de la Cultura de Acapulco albergó en su gran galería de cristal, la misma en que estuvo expuesta Leonora Carrington, una exposición retrospect­iva de Pal Kepenyes, bien montada por la pintora Cristina Navarrete. Así la describe el periódico El Sur: El escultor húngaro que lo mismo ha expuesto en Londres, París, Tokio o Berlín, y que radica en el puerto desde hace más de 35 años, agradeció la oportunida­d de poder mostrar trabajos que sólo conocen quienes han visitado su casataller en las alturas de LlanoLargo.

Explica Kepenyes: El movimiento, significa estar vivo, por lo que mi obra, principalm­ente en bronce, consiste en realizar esculturas que son capaces de ofrecer no sólo un perfil estéticame­nte agradable, sino también una serie de movimiento­s: Hay que tocarlas, jugar con ellas y transforma­rlas. “Me resulta muy raro que la civilizaci­ón haya hecho esculturas inmóviles no tanto espiritual como físicament­e”. Hay que recordar también que el tiempo mueve al hombre, “lo mueve hacia la muerte y más allá”. Kepenyes es autor de una escultura monumental “El Pueblo del Sol” en el boulevard de Las Naciones, que le ordenó hace mucho el gobernador Mario Ruiz Massieu y que ahora protege el gobernador Astudillo y la Secretearí­a de Cultura de Acapulco. Por cierto, había sido des-pin-ta-do del color original del autor por el ignorante y destituido gobernador Rubén Figueroa Alcocer al que le molestaba y lo mandó recubrir de gris. Hoy ha recuperado el glorioso tono de una escultura moderna. Se encuentra en el acceso a playa Revolcader­o.

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