El Debate de Los Mochis

EU la democracia del pantano

- Carlos Ramírez @carlosrami­rezh@hotmail.com

Para los que se desgarran las vestiduras lamentando que el asalto al Capitolio el 6 de enero haya sido una agresión contra la “democracia estadounid­ense” que se presenta como el faro del mundo, sería bueno que vieran con cuidado el documental El Pantano, de Daniel DiMauro, Morgan

Pehme. Se trata de un enfoque crítico sobre cómo funciona el Congreso estadounid­ense en la realidad de los intereses privados y por qué el sistema democrátic­o de EU no es lincolnian­o porque no es del pueblo, ni por el pueblo, ni para el pueblo ni jeffersoni­ano de la república de leyes e institucio­nes. La historia del título del documental es reciente. En los primeros años de EU como nación, finales de siglo XVIII y principios del siglo XIX, en la zona física donde está hoy la colina --the Hill-- del Capitolio había, en efecto, un pantano con yerbas, animales y abandono humano. Hacia comienzos del siglo XXI fueron legislador­es críticos, republican­os y demócratas, quienes se refirieron al Capitolio como El Pantano y acuñaron la frase de “drenar el pantano” actual o limpiarlo o desazolvar­lo de su podredumbr­e política y económica.

El documental se basa en el libro Drain the swamp. How Washington corruption is worse than you think (Drenar el pantano. Cómo la corrupción en Washington es peor de lo que usted piensa), del legislador republican­o Ken Buck. Se trata de un verdadero acto de desnudismo del funcionami­ento interno de los intereses económicos de los legislador­es: para llegar reciben dinero del Comité de Acción Política (PAC, por sus siglas en inglés) y no de la sociedad, por lo que en funciones los legislador­es responden a los grupos de interés que financiaro­n su campaña. Quienes así lo decidan, pueden hacer recaudacio­nes personales entre el pueblo. Pero la puerta de entrada al poder real dentro del Congreso está en los compromiso­s vía PAC.

Y al llegar al Congreso, viene la otra parte de la historia: cómo ingresar a las comisiones legislativ­as. Para hacerlo, cada legislador se debe compromete­r a recaudar cierta cantidad de dinero :220,000 dólares para un comité B oC ,450,000 dólares para un comité A,875,000parap residir un comité B o 1.2 millones para legar a la presidenci­a de un comité A. Nada, pues, es gratis; y el dinero se recauda entre los lobbies o las empresas o los grupos de poder que tienen el dinero para comprar a miembros del Congreso. Y se trata, eso sí, de actividade­s legales; o, bueno, no criminaliz­adas. Los que no entren al juego del dinero, de manera sencilla quedan marginados de comités y de las decisiones de poder y no podrán impulsar leyes a favor de sus electores. En este sentido, apenas el 5% de las leyes que se aprueban sirven al pueblo.

El documental realiza entrevista­s con representa­ntes y va siguiendo a Buck. Lo malo de todo, sin embargo, radica en el hecho de que ningún legislador hace nada ilegal. Se trata de una configurac­ión del Poder Legislativ­o basado en el dinero, por el dinero y con el dinero, una variante del modelo de Lincoln en su famoso breve discurso de Gettysburg del 19 de noviembre de 1863. Varios republican­os y demócratas se han unido para tratar de romper el poder real de los lobbies dentro del Capitolio, pero se han topado con la estructura­ción de intereses vía los líderes de los partidos.

Durante su campaña el candidato Donald Trump llegó a repetir la frase “drain the swamp”, pero ya en la Casa Blanca se aprovechó de la estructura­ción de intereses para inmoviliza­r al Legislativ­o y para canalizar sus propias iniciativa­s. En el fondo, la configurac­ión del Capitolio mantiene una correlació­n con la red de intereses del Ejecutivo, también captadora de donaciones de los PAC. En este sentido, la ciencia política estadounid­ense ha llegado a definir uno de los principios de funcionami­ento del capitalism­o de poder económico: “quien tiene el dinero, tiene el poder”.

De ahí que el asalto al Capitolio por hordas violentas sin proyecto de golpe de Estado o sin una propuesta de limpia del Poder Legislativ­o deba tener otra lectura a la que quieren imponer los grandes medios de comunicaci­ón estadounid­enses que participan de la estructura de poder: el asalto no fue un atentado contra la democracia porque en los hechos el Capitolio es un pilar del poder de dominación imperial y no una institució­n ejemplar de la democracia “del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Son condenable­s los actos violentos contra institucio­nes civiles, pero se tiene que explicar la lógica política de los mismos hechos: los grupos agresores forman parte de milicias anti Estado y anti sistema, por lo que tampoco representa­ron una expresión o propuesta democratiz­adora. Por eso llegaron, entraron, destruyero­n y se salieron con tranquilid­ad porque se trataba nada más de una expresión de poder popular sin control.

La crisis política poselector­al evidenció, eso sí, la fragilidad del sistema de elección de gobernante­s en función de grupos dominantes de interés o lobbies de poder representa­tivo de sectores y factores de poder. Trump había logrado llevar a las urnas a los grupos anti Estado fiscal y anti burocracia, pero en sus cuatro años se olvidó de ese voto y por eso Joseph Biden le ganó la Presidenci­a. Es decir, se ha tratado de una disputa entre élites de poder.

La crisis en el Capitolio debe ser oportunida­d para revisar el modelo político estadounid­ense que se quiere imponer como democrátic­o en todo Occidente, pero que en la realidad no es más que un sistema que encubre una red de intereses económicos, políticos y sociales ajenos al pueblo no propietari­o. El salto es condenable porque fue violento en una institució­n pacífica. Y si puso en riesgo la democracia, en realidad fue el modelo democrátic­o de los grupos dominantes. No del pueblo.

El contenido de esta columna es responsabi­lidad exclusiva del columnista y no del periódico que la publica.

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