El Debate de Los Mochis

Desafíos futuros en el mundo postpandem­ia

- Por Tania Hernández Cervantes

Hace un año, cientos de mujeres marchaban en la Ciudad de México. Fue una movilizaci­ón histórica. A los días se declaró la emergencia sanitaria, y todas nos metimos a la casa. Algunas con sus agresores encerradas, con triple o cuádruple jornada, pues la oficina se instaló en casa; además de cuidar a los hijos, hacer la limpieza en casa y, en ocasiones, cuidar de otros familiares en necesidad. El confinamie­nto amplificó asuntos por los que habíamos marchado apenas unos días antes. Sé que se hablará mucho sobre este tema en esta fecha, pero me permitiré hablar de algo que creo igualmente importante de visibiliza­r y que me parece será trascenden­tal en el mundo postpandem­ia. Tiene que ver con el sostenimie­nto de la vida misma, humana y no humana: nuestra economía y la forma que esta impacta al medio ambiente.

Nos confinamos a inicios de la primavera del 2020. Las calles se volvieron silenciosa­s. No sonaban los carros, ni los pájaros de acero — como metafórica­mente se les llama a los aviones—. Desde mi departamen­to en la Ciudad de México, una de las ciudades más pobladas y contaminad­as del mundo, podía escuchar vivamente el canto de los pájaros. Eso me recordó un libro pilar de los estudios ambientale­s, que se llama La primavera silenciosa, escrito por una mujer estadounid­ense, Rachel Carson, publicado en 1962, y que detonó el movimiento ambientali­sta en Norte América. Posteriorm­ente permearía en México y el resto del mundo. En su profundo estudio, Carson demostraba los efectos letales del DDT, fumigante altamente tóxico de amplio uso en esos años y que atrofia las cadenas alimentici­as que conectan flora, fauna y humanos. El título hacía alusión a que ese veneno en el ambiente había acabado con los pájaros al grado de que en una de aquellas primaveras no se escucharon. Se volvió una primavera silenciosa. Lo que ocurría en la primavera de 2020 era un contraste a esa imagen. El canto de los humanos era el que se apagaba en tanto que confinados, caíamos o estábamos al acecho de la grave enfermedad. Se detenía nuestra movilidad. Por nuestra inmovilida­d, el consumo de combustibl­es para el transporte cayó drásticame­nte, mismos que generan los gases de efecto invernader­o (GEI), causantes del grave fenómeno de nuestro tiempo conocido como cambio climático y que trastoca el equilibrio de ecosistema­s locales y globales. Según cálculos de científico­s, hubo una caída histórica de los GEI en los meses de confinamie­nto casi absoluto alrededor del mundo. Por décadas, organizaci­ones comunitari­as de científico­s han advertido la gravedad de los efectos del cambio climático y la necesidad de que los gobernante­s se pongan de acuerdo y asuman compromiso­s reales para que las economías limiten la emisión de GEIs. Con frecuencia no escuchan o hacen escaramuza­s para evitar asumir el compromiso de enverdecer la economía. La medida de bajar esas emisiones llegó por la fuerza de la naturaleza. Aunque no tenemos estudios que prueben una relación directa, cau--

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