Y retiemble en sus centros la tierra al sororo rugir del amor (Vivir Quintana)
“Quiero ser libre, no violentada…” Comienzo este texto con este mensaje, aunque puedo encontrar un sinfín de mensajes de mujeres en las redes sociales, en los carteles de las marchas, en las calles, en las voces de mis amigas y familiares. Pero son estas las que más se insertan en mi cabeza al hablar del día de la mujer, donde colectivos se suman y se unen a marchar, hacer eventos culturales, a gritar por las que ya no están o por las que se irán por las manos de un hombre.
Las mujeres en México estamos cambiando, evolucionando, revolucionando y esto no es para menos, de manera paulatina y con tristeza nos hemos dado cuenta de lo que la sociedad ha hecho y hace con nosotras; nos educan para obedecer, nos limitan con nuestra vestimenta, se meten con nuestro cuerpo, nos hieren de todas las maneras que existen, nos violan y nos echan la culpa por ello, nos desaparecen, nos matan, destruyen nuestra dignidad, integridad y libertad, muchas ignoran la verdad, otras la sabemos. La poeta Emily Dickinson dijo alguna vez “La verdad es una cosa tan rara que es un placer decirla”.
La verdad de la situación en el país es un conflicto que muchos no quieren ver, escuchar, ni hablar, pero las mujeres de ahora gritan la verdad, cantan la verdad, hacen pintas con la verdad y destruyen cosas por y para la verdad. Estoy orgullosa de pertenecer a esa generación de mujeres, pero también estoy orgullosa de las generaciones pasadas. A nuestras abuelas que nos dieron el derecho al voto, a nuestras madres que nos dieron el derecho al divorcio, y quiero ser la generación que les deje a las nuevas el derecho a decidir por su cuerpo.
Estos derechos no se obtuvieron pidiendo permiso, ni suplicando, se obtuvieron mediante luchas constantes, gritos de sororidad, batallas con un género que históricamente nos ha objetivizado y minimizado, un género que tiene su propia memoria histórica en la que nosotras no estamos incluidas. Me imagino un país en donde las próximas generaciones serán empoderadas, fuertes, donde su opinión no será minimizada. Me percibo un país en donde ya no se necesite luchar contra el odio sistemático hacia nosotras, donde mis sobrinas o mis hijas no tengan que salir a marchar, ni llorar por las que se llevaron y, más importante, donde a ellas no se las llevarán. Puedo sonar romántica e idealista, pero me gusta imaginar que llegará el día cuando se amarán y amarán a las demás, donde el odio ya no tenga cabida, y esto sucederá gracias a mi generación y las que vienen; trascenderemos a la historia y los libros hablarán de nosotras. Porque la historia del hombre no nos incluye. Mientras ellos luchaban por su libertad, nosotras seguíamos siendo esclavas de ellos; mientras ellos ganaban guerras, nosotras éramos violadas como una manera de festejo; mientras ellos ya consideraban al país como “democrático”, nosotras no podíamos ir a una casilla a votar. Pero ahora, en este punto lo único que importa es combatir este problema que afecta a más de la mitad de la población en
México, esa más de la mitad que está considerada como minoría…
Porque no es sólo un “loco”, es todo un sistema que al parecer nos odia, por ello nos mata. Pero, me gusta más pensar que nos teme, teme que decidamos, que pensemos, que crezcamos, que seamos. Temen que les hagamos las mismas cosas que ellos históricamente nos han hecho. Pero somos y seremos mucho mejor que eso.
Es por esto que sería contradictorio decir que queremos ser igual a ellos. La igualdad no cabe en esta lucha, necesitamos de la equidad para poder lograr ese cambio. Ya que, equidad no es sinónimo de igualdad, ambos objetivos se pueden cumplir con estrategias diferentes. Sin embargo, una sociedad con mayor equidad será una sociedad más igualitaria. Y esto sólo se logrará mediante la educación de nuestras casas, escuelas, en nuestras calles, en nuestro desarrollo de conciencia y ética, en nuestra evolución social y, por supuesto, en seguir luchando, seguir exigiendo lo que nos pertenece como personas, como seres humanos, no como madres, ni hijas, ni hermanas.
Admiro con todo mi corazón a aquellas mujeres que se han mantenido en la lucha, esas mujeres que rompen los estereotipos, las que lucharían y exigirían justicia si algún día yo desaparezco, porque esas mujeres SÍ ME REPRESENTAN. Admiro a mujeres que desde sus casas, sus trincheras, han logrado sacar las fuerzas suficientes para no dejarse caer, como mi madre. Mujeres como ella hay muchas, y el amor las ha mantenido de pie. Mi madre me alimentó, me vistió, me educó, me dio un techo y sí, fue por amor. Por eso a todas les digo que este 8 de marzo que la tierra retiemble al sororo rugir del amor…