Honrar el Día de la Mujer: la resiliencia es palabra femenina
Lo ocurrido la noche del sábado con el cerco que, 24 horas, antes se levantó alrededor de Palacio Nacional en vísperas del Día Internacional de la Mujer ilustra la tenacidad con que la única mayoría tratada como minoría (51.2 por ciento de la población es femenina, según Inegi) está dispuesta a perseverar en la lucha por el respeto a sus derechos.
En una protesta pacífica adelantada, mujeres inscribieron con letras blancas sobre el muro gris, los nombres de 100 víctimas de feminicidio en nuestro país, donde ese delito se comete 11 veces al día, de acuerdo con el promedio que arrojan las cifras oficiales.
Al viralizarse la imagen, fueron agregadas a la lista en forma digital miles de mujeres asesinadas, sus hijas, madres y amigas incluyeron sus nombres sobre la fotografía de la valla, por medio de herramientas cibernéticas en las redes sociales.
Así las mujeres mexicanas conmemoran el #8M con una demostración masiva de que sus voces no podrán ser acalladas. Ni el homicidio ni cerco alguno impedirá que su grito de justicia se eleve hasta llegar, física o virtualmente a los espacios de poder y a la conciencia colectiva.
Definidas por la resiliencia, es justo en esa capacidad de sobreponerse a cualquier adversidad o embate donde radica la explicación de que sean mujeres las figuras más visibles en las luchas sociales contra todo tipo de violencia, sin importar el género de las víctimas.
Dos ejemplos sobresalen ante el arraigado delito de las desapariciones forzadas: las madres de los estudiantes cuyo paradero se desconoce desde la guerra sucia de los años 70 y hoy, las rastreadoras, con la tarea que la autoridad incumple en la búsqueda de restos humanos por montes, valles, fincas y hasta corralones de autos. Voltee usted para la izquierda y para la derecha, hasta en los sectores tradicionalistas, quienes salen a defender el derecho a la vida en los grupos profamilia son mujeres.
AGRESORES EN CAMPAÑA. Existen muchas formas de violentar a una mujer. Arrebatarles la vida es la escala última, pero además se extienden, peligrosamente, los casos de golpes, maltrato verbal, tortura psicológica, violación, abuso sexual, acoso y discriminación, incluso a nivel salarial. La mujer, por el solo hecho de serlo, gana 30 por ciento menos que un hombre en el mismo trabajo. Es otra cifra oficial que reveló la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo.
Cada vez son más los delitos contra las mujeres tipificados en nuestra legislación, pero sigue pendiente aplicar esas leyes que hoy son letra muerta. La impunidad se enseñorea en un sistema político y social jurídicamente dominado por hombres.
Entre las últimas reformas en materia electoral sobresale el castigo a la violencia política en contra de las mujeres por razón de género.
Los hombres que elegimos para gobernar los tres municipios más grandes del estado enfrentan actualmente demandas por ese delito, interpuestas por mujeres de su propio partido. Dos de ellos pretenden reelegirse: Guillermo Benítez, en Mazatlán, y Jesús Estrada Ferreiro, en Culiacán; el otro, Guillermo Chapman, de Ahome, se registró para una diputación federal. Ello, pese a que el cargo imputado los vuelve inelegibles, según la ley.
Nunca una mujer ha sido electa alcaldesa en estos municipios y la responsabilidad no es solo de los principales partidos, sino de nosotros los electores, que no hemos votado por las candidatas de fuerzas políticas minoritarias. Lo mismo ocurre en el caso de la gubernatura. Un buen comienzo sería, al menos, no votar por ningún agresor de mujeres. Si las cúpulas no rompen el pacto patriarcal, hagámoslo nosotros.