Incertidumbre, angustia, estrés y desesperanza: la vida de la mujer en pandemia
A casi un año desde aquel 23 de marzo del 2020 en el que se hizo el decreto nacional para tener a todo el país en cuarentena, nuestra realidad ha sido alterada, sufriendo cambios potencialmente irreparables.
Una mujer regresaba a su casa temprano porque la empresa para la que trabajaba, como muchas otras, por disposición gubernamental, iba a cerrar por quince días. La incertidumbre de no saber si su empleo se iba a salvar de los estragos de la pandemia rondaban por su cabeza, mientras preparaba la comida de sus dos hijos sin escuela y ella sin trabajo. Por todo el vecindario, televisión e internet se rumoraba un posible desabasto de comida y artículos de primera necesidad, la angustia de no saber si podrían llenar la despensa para esos quince días atormentaba a la pobre mujer, a la que su marido ya le había informado que estaba en la misma situación que ella y sus hijos, sin salir de casa por quince días, en ese momento la mujer se daba cuenta que tendría que estar veinticuatro horas con la persona que más daño le había hecho durante toda su vida. Esos quince días se convirtieron en meses de vivir en aislamiento con su esposo e hijos, sin poder ponerse en contacto ni reunirse con amigos y familiares; los niños tenían ya tiempo tomando clases en línea turnándose una computadora que día a día se mostraba más lenta y ya no tanto por el mal funcionamiento del internet, sino por lo vieja que estaba. La mujer había perdido su trabajo, mientras, su esposo —quien no dejaba pasar ocasión de recordarle lo poco que valía ella para él— tuvo la posibilidad desde casa, con sus propios medios de producción: computadora e internet. Los días de esta mujer cambiaron por completo, ahora que su familia estaba en casa, era más estresante, pues su trabajo se había visto duplicado, debía apoyar a sus hijos durante sus clases en línea, ayudarles con la tarea, procurar que hubiera silencio mientras el padre estaba en teletrabajo y tener que empujar su ánimo para que pareciera que todo iba perfecto, que sus hombros no dolían por el peso que estaba cargando, encerrando soledad y desesperanza. Historias como esta existen en todo el país, pues como pasa en este tipo de crisis, los más vulnerables siempre son los más afectados. Vivir una pandemia entre estereotipos, desigualdades y discriminaciones de género ha aumentado las desigualdades en la carga familiar, la brecha laboral entre sexos y la más lastimosa: violencia machista, dicho aumento a estas problemáticas ha permitido la visibilización de las mismas.
La sociedad se ha llenado de retos derivados de la pandemia y uno de ellos es acerca de la salud mental para las mujeres, pues durante esta crisis social han vivido en incertidumbre, angustia, aislamiento, estrés.
Por ello, se debe de dar especial énfasis en reforzar la salud mental femenina, aunado a dar las condiciones para que las mujeres reconstruyan su autoestima, que se puedan valer por sí mismas, que vivan en libertad y seguridad, para que no permitan ni fomenten ningún tipo de abuso en cualquiera de los ámbitos en los que se desenvuelven.
Para mejorar la salud mental de las mujeres es necesario que el Estado le dé la prioridad tanto económica como de tiempo a la atención y asistencia psicológica de las mismas; además es necesario promover políticas que construyan individuos fuera de los estereotipos y desigualdades de género que al día de hoy están impregnados en todas las estructuras del país.
Con información de: Salud mental y mujeres monografía (cutt.ly/czj9KrX ), El País (https://cutt.ly/hzj92J) , Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia. Mujeres, a un año de la covid-19. Ciudad de México, febrero 2021.