Un trastorno complejo y un llamado de ayuda
Un tema de conversación común entre las personas en general, sigue siendo el estrés como efecto del confinamiento, las pérdidas, el duelo, los estragos en la salud, tanto mental como emocional y en el comportamiento. Durante las clases de maestría en educación, en conversación con las y los docentes que la cursan ha surgido la inquietud y preocupación ante las repercusiones de continuar el servicio educativo a distancia y mediante el uso de tecnología, servicio que en las escuelas, en general, ha sido interrumpido en múltiples ocasiones, o se dedica un tiempo parcial del que fuera antes del confinamiento. Esta preocupación es compartida con madres y padres de familia, con colegas, incluso con alumnas y alumnos menores de edad con quienes se ha conversado al respecto. El estrés es una de las repercusiones del confinamiento, acompañado con otras situaciones que vulneran la posibilidad de aprendizaje de alumnas y alumnos de todos los niveles educativos, desde los pequeños de preescolar, hasta los jóvenes y adultos de educación superior, quienes con frecuencia siguen expresando su poco interés en “conectarse” para recibir la clase y participar en las actividades, incluso cuestionan si quieren continuar en la escuela o si continuarán sus estudios el próximo ciclo escolar.
En la intención de comprender el concepto de estrés que experimenta la persona en diversos contextos, tanto escolar como familiar, laboral, entre otros, he tomado nota de ideas centrales propuestas por diversos autores. En textos previos compartí con ustedes la referencia del estrés académico propuesto por el Psicólogo Arturo Barraza, quien afirma que el estrés está en función de las interacciones del estudiante con su entorno, con su contexto escolar, muy influido por el contexto familiar, sobre todo en este tiempo que la escuela está en casa. Este entorno le exige y demanda que lleve a cabo ciertas acciones y actividades que pueden superar sus posibilidades y recursos, y colocarle en una situación de vulnerabilidad, de desadaptación o desequilibrio; en algunos casos, logran activar formas o estrategias para afrontar el estrés y recuperar su equilibrio, fortaleciendo su capacidad de adaptarse, aunque otros no lo logran.
En esta ocasión, retomo un concepto propuesto por el Dr. José Luis Bonet, en su libro Cerebro, emociones y estrés, publicado en formato de ebook o libro electrónico, en el año 2016. Bonet propone, desde el reino de la medicina, comprender el estrés desde una postura o forma de pensar de tipo sistémico, es decir, comprenderlo como un trastorno complejo que moviliza mecanismos integrativos, que consideran la mente, el cerebro (pensamientos y emociones) y el cuerpo como un sistema integrado. Para referirse a estos mecanismos integrativos propone el término de Psicoinmunoneuroendocrinología (PINE), tal como lo expresa el autor es “una palabra larga y compleja”, que refiere a tres sistemas fisiológicos del organismo, sistema nervioso, endócrino e inmune, trabajando y operando de una manera interactiva, modulándose entre sí, regulándose entre sí.
Desde la postura propuesta por Bonet, un estudiante está en interacción con el entorno, con el ambiente, y percibe los estímulos a través de sus cinco sentidos (oído, vista, olfato, gusto, tacto), los interpreta (según sus creencias, personalidad y estilos de pensamiento), y el resultado de este “monitoreo” del entorno puede ser la percepción de los estímulos como desafíos, amenazas, peligros, es decir, experimenta estrés, con la probabilidad de sentirse enfermo; también puede resultar en una percepción de estímulos como señales benignas. Estas señales llegan al cerebro, el coordinador central, y éste devuelve respuestas neuroendócrinas, emocionales y conductuales para regular el funcionamiento psicológico, corporal y conductual, procurando la adaptación de la persona al entorno, a su ambiente; el punto es que algunas personas no logran regular su funcionamiento y están vulnerables en su proceso de adaptación, su salud se compromete y necesitan ayuda. Y si la persona es menor de edad, es obligada la ayuda de las personas adultas.
En el contexto escolar, las personas adultas, sean docentes o madres y padres de familia, sin ser médicos, ni psicólogos, pueden ayudar desde el momento en el cual identifican la vulnerabilidad manifiesta por los estudiantes en las sesiones de clase, de modo particular si son menores de edad. Pueden ayudar desde una postura de sensibilización de aceptar que se está brindando el servicio educativo en condiciones fuera de la “regularidad” a la que estaban habituados, desde la comprensión que ya se cumplió un año de esta forma de interacción y son diversas las razones por las que ya no quieran continuar porque la situación está desbordada en general, para menores y adultos, desde el entendimiento de que niñas, niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas están poniendo en duda su sistema de creencias: si quieren “conectarse” para la clase, si quieren participar, si tiene sentido seguir en clase, si quieren continuar estudiando, si “vale la pena estudiar”, si le exijo o no a mi hija (o) que haga las actividades y las tareas, si quiero continuar pagando por el servicio escolar, si “la clase la doy yo” y no la o el maestro, entre otras expresiones. Es decir, está vulnerada su capacidad de adaptarse y lo reflejan en sus habilidades socioemocionales, íntimamente vinculadas con sus actitudes; y esta vulnerabilidad se percibe en general. Extrañan a sus amigos, extrañan estar en la escuela, el recreo, el juego, las bromas, los partidos, los “chismes”, la cercanía, el contacto físico, el gusto de estar con otros; extrañan llevar a los hijos a la escuela, ir a trabajar –fuera de casa–, platicar con otros al pasar por los hijos a la escuela, “encargar” a los hijos en la escuela, etcétera.
Se puede pretender que niñas y niños no se estresan, se puede pretender que las personas adultas saben cómo afrontar el estrés, se puede pretender que las personas adultas saben ayudarse entre sí y quieren ayudar a los menores de edad. Pero pretender no es sinónimo de hacer, y hacer no necesariamente es sinónimo de saber cómo hacerlo bien. Es momento de hacer una pausa, pensar, conversar, preguntar, verificar, seguir pensando, reflexionar hasta comprender cómo podemos ayudar, en el contexto familiar, en el contexto escolar, desde cualquiera que sea nuestro rol: estudiante, docente, madre o padre de familia; y una forma de ayudar es acudir o llevar a la persona estresada a una valoración diagnóstica con profesionales de la salud (médicos, psicólogos, neurólogos, entre otros). Si seguimos pretendiendo y simulando, el estrés puede desbordar la capacidad de más personas, porque la vulnerabilidad es evidente tanto en menores de edad como en personas adultas. Es momento de comprender mejor el estrés como un trastorno complejo que implica soluciones muy bien pensadas, ¿no lo cree usted?