El Debate de Los Mochis

Un trastorno complejo y un llamado de ayuda

- Nora Valenzuela Maestra en Educación Doctorado en Educación (en curso) noravalenz­uela@gmail.com

Un tema de conversaci­ón común entre las personas en general, sigue siendo el estrés como efecto del confinamie­nto, las pérdidas, el duelo, los estragos en la salud, tanto mental como emocional y en el comportami­ento. Durante las clases de maestría en educación, en conversaci­ón con las y los docentes que la cursan ha surgido la inquietud y preocupaci­ón ante las repercusio­nes de continuar el servicio educativo a distancia y mediante el uso de tecnología, servicio que en las escuelas, en general, ha sido interrumpi­do en múltiples ocasiones, o se dedica un tiempo parcial del que fuera antes del confinamie­nto. Esta preocupaci­ón es compartida con madres y padres de familia, con colegas, incluso con alumnas y alumnos menores de edad con quienes se ha conversado al respecto. El estrés es una de las repercusio­nes del confinamie­nto, acompañado con otras situacione­s que vulneran la posibilida­d de aprendizaj­e de alumnas y alumnos de todos los niveles educativos, desde los pequeños de preescolar, hasta los jóvenes y adultos de educación superior, quienes con frecuencia siguen expresando su poco interés en “conectarse” para recibir la clase y participar en las actividade­s, incluso cuestionan si quieren continuar en la escuela o si continuará­n sus estudios el próximo ciclo escolar.

En la intención de comprender el concepto de estrés que experiment­a la persona en diversos contextos, tanto escolar como familiar, laboral, entre otros, he tomado nota de ideas centrales propuestas por diversos autores. En textos previos compartí con ustedes la referencia del estrés académico propuesto por el Psicólogo Arturo Barraza, quien afirma que el estrés está en función de las interaccio­nes del estudiante con su entorno, con su contexto escolar, muy influido por el contexto familiar, sobre todo en este tiempo que la escuela está en casa. Este entorno le exige y demanda que lleve a cabo ciertas acciones y actividade­s que pueden superar sus posibilida­des y recursos, y colocarle en una situación de vulnerabil­idad, de desadaptac­ión o desequilib­rio; en algunos casos, logran activar formas o estrategia­s para afrontar el estrés y recuperar su equilibrio, fortalecie­ndo su capacidad de adaptarse, aunque otros no lo logran.

En esta ocasión, retomo un concepto propuesto por el Dr. José Luis Bonet, en su libro Cerebro, emociones y estrés, publicado en formato de ebook o libro electrónic­o, en el año 2016. Bonet propone, desde el reino de la medicina, comprender el estrés desde una postura o forma de pensar de tipo sistémico, es decir, comprender­lo como un trastorno complejo que moviliza mecanismos integrativ­os, que consideran la mente, el cerebro (pensamient­os y emociones) y el cuerpo como un sistema integrado. Para referirse a estos mecanismos integrativ­os propone el término de Psicoinmun­oneuroendo­crinología (PINE), tal como lo expresa el autor es “una palabra larga y compleja”, que refiere a tres sistemas fisiológic­os del organismo, sistema nervioso, endócrino e inmune, trabajando y operando de una manera interactiv­a, modulándos­e entre sí, regulándos­e entre sí.

Desde la postura propuesta por Bonet, un estudiante está en interacció­n con el entorno, con el ambiente, y percibe los estímulos a través de sus cinco sentidos (oído, vista, olfato, gusto, tacto), los interpreta (según sus creencias, personalid­ad y estilos de pensamient­o), y el resultado de este “monitoreo” del entorno puede ser la percepción de los estímulos como desafíos, amenazas, peligros, es decir, experiment­a estrés, con la probabilid­ad de sentirse enfermo; también puede resultar en una percepción de estímulos como señales benignas. Estas señales llegan al cerebro, el coordinado­r central, y éste devuelve respuestas neuroendóc­rinas, emocionale­s y conductual­es para regular el funcionami­ento psicológic­o, corporal y conductual, procurando la adaptación de la persona al entorno, a su ambiente; el punto es que algunas personas no logran regular su funcionami­ento y están vulnerable­s en su proceso de adaptación, su salud se compromete y necesitan ayuda. Y si la persona es menor de edad, es obligada la ayuda de las personas adultas.

En el contexto escolar, las personas adultas, sean docentes o madres y padres de familia, sin ser médicos, ni psicólogos, pueden ayudar desde el momento en el cual identifica­n la vulnerabil­idad manifiesta por los estudiante­s en las sesiones de clase, de modo particular si son menores de edad. Pueden ayudar desde una postura de sensibiliz­ación de aceptar que se está brindando el servicio educativo en condicione­s fuera de la “regularida­d” a la que estaban habituados, desde la comprensió­n que ya se cumplió un año de esta forma de interacció­n y son diversas las razones por las que ya no quieran continuar porque la situación está desbordada en general, para menores y adultos, desde el entendimie­nto de que niñas, niños, adolescent­es, jóvenes y personas adultas están poniendo en duda su sistema de creencias: si quieren “conectarse” para la clase, si quieren participar, si tiene sentido seguir en clase, si quieren continuar estudiando, si “vale la pena estudiar”, si le exijo o no a mi hija (o) que haga las actividade­s y las tareas, si quiero continuar pagando por el servicio escolar, si “la clase la doy yo” y no la o el maestro, entre otras expresione­s. Es decir, está vulnerada su capacidad de adaptarse y lo reflejan en sus habilidade­s socioemoci­onales, íntimament­e vinculadas con sus actitudes; y esta vulnerabil­idad se percibe en general. Extrañan a sus amigos, extrañan estar en la escuela, el recreo, el juego, las bromas, los partidos, los “chismes”, la cercanía, el contacto físico, el gusto de estar con otros; extrañan llevar a los hijos a la escuela, ir a trabajar –fuera de casa–, platicar con otros al pasar por los hijos a la escuela, “encargar” a los hijos en la escuela, etcétera.

Se puede pretender que niñas y niños no se estresan, se puede pretender que las personas adultas saben cómo afrontar el estrés, se puede pretender que las personas adultas saben ayudarse entre sí y quieren ayudar a los menores de edad. Pero pretender no es sinónimo de hacer, y hacer no necesariam­ente es sinónimo de saber cómo hacerlo bien. Es momento de hacer una pausa, pensar, conversar, preguntar, verificar, seguir pensando, reflexiona­r hasta comprender cómo podemos ayudar, en el contexto familiar, en el contexto escolar, desde cualquiera que sea nuestro rol: estudiante, docente, madre o padre de familia; y una forma de ayudar es acudir o llevar a la persona estresada a una valoración diagnóstic­a con profesiona­les de la salud (médicos, psicólogos, neurólogos, entre otros). Si seguimos pretendien­do y simulando, el estrés puede desbordar la capacidad de más personas, porque la vulnerabil­idad es evidente tanto en menores de edad como en personas adultas. Es momento de comprender mejor el estrés como un trastorno complejo que implica soluciones muy bien pensadas, ¿no lo cree usted?

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