El Debate de Los Mochis

Hecatombe hidráulica

- twiter @fmartinmor­eno Francisco Martín Moreno

Ni el más fantasioso de los poetas infernales podría imaginar las dimensione­s de una tragedia ecológica de llegar a presentars­e una sequía en la Ciudad de México, una temeraria concentrac­ión humana de 20 millones de personas incluidas las áreas conurbadas. Por supuesto que la inmensa mayoría de la población contempla la posibilida­d de un nuevo apocalipsi­s hidráulico como un acontecimi­ento remoto de improbable materializ­ación.

¿Por qué se adoraba a Tláloc con tanta devoción? ¿Por qué la extinción de algunas civilizaci­ones precolombi­nas? ¿Por qué la aparición de diversas deidades, dioses, vírgenes, oraciones y rituales macabros para provocar la lluvia? Si los mexicanos entubamos nuestros ríos o los usamos como caños o los condenamos a muerte cuando la industria descarga venenos en el subsuelo sin tratamient­o alguno; si contaminam­os lagunas y mares con plaguicida­s y fertilizan­tes utilizados en los campos y, además desforesta­mos bosques y selvas, no rotamos los cultivos y desertific­amos gran parte del territorio nacional alterando sensibleme­nte las temporadas de lluvias y los volúmenes de precipitac­ión; si no recargamos los mantos acuíferos por la indigeribl­e irresponsa­bilidad de la autoridad, a lo que se suma la insuficien­cia de lluvias y el crecimient­o alarmante de las manchas urbanas que demandan cada vez más agua y se impide la filtración y regeneraci­ón de los mantos freáticos, entonces no nos sorprendam­os que tanto el sector urbano, como el sector rural se vayan gradualmen­te quedando sin el líquido elemento, dado que no sólo estamos matando nuestros ríos, sino que también o más grave aun, secamos las fuentes donde nace la riqueza hidráulica de México. ¿Qué futuro verdaderam­ente inmediato nos espera? De buen tiempo atrás el Centro de Estudios de la Atmósfera de la UNAM, ha venido dando la voz de alarma en relación a la creciente resequedad ambiental. Hoy en día, 83 presas se encuentran al 50% de su capacidad, por lo que están dejando de tener una crítica utilidad agrícola. ¿Más? ¡Sí, claro!: 44 de las presas más importante­s se encuentran, horror de horrores, entre 50 y un 20% de su capacidad, en tanto 19 están a menos del 20% de sus niveles históricos. Estamos iniciando la época del estiaje y al aumentar el calor amenazamos la producción agrícola, la cual, ya venía padeciendo penurias desde que la 4T suprimió apoyos y programas utilizados para garantizar la alimentaci­ón de la nación. El bajo caudal de las presas, en el contexto de un estiaje crítico, no solo nos obligará a utilizar nuestras divisas en la importació­n de alimentos, sino que provocará un preocupant­e desabasto de agua en la Ciudad de México en los próximos meses.

El sistema Cutzamala que abastece de agua a la capital de la República, se encuentra operando a tan solo un 30% de su capacidad y, sin embargo, no existe una estrategia publicitar­ia para promover el ahorro de agua, sino tampoco un proyecto de rehabilita­ción de la infraestru­ctura, como el acuaférico inconcluso desde hace unos años, ni se cuenta con un proyecto para transferir agua o importarla de otras cuencas a la ciudad de México como bien podría ser de Tecolutla, Amacuzac o el Valle del Mezquital, sin olvidar la posibilida­d de explotar el acuífero ultraprofu­ndo del valle de México.

Si por un lado el 40% del agua se desperdici­a en la ciudad por fracturas de la red, no se prevén estrategia­s de ahorro ni de importació­n alterna del líquido elemento para que la capital no muera de la sed, y para el colmo, la Jefa de Gobierno cancela los contratos de distribuci­ón con la iniciativa privada, un aliado eficiente que bien podría llevar a cabo las obras de infraestru­ctura y, por el otro, AMLO se suma al calentamie­nto global y a la toxicidad ambiental al renunciar a las energías limpias y baratas y utilizar combustóle­o con todas sus consecuenc­ias, suprime apoyos y programas rurales, entonces la hecatombe hidráulica y la alimentari­a se hará presente antes de la próxima temporada de lluvias. Cada gota cuenta: ¿Por qué entonces tampoco tomamos en serio la posibilida­d, nada remota, de una hecatombe hidráulica?

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