El Debate de Los Mochis

Regular nuestras emociones

- Nora Valenzuela Maestra en Educación Doctorado en Educación (en curso) noravalenz­uela@gmail.com

¿Qué es lo primero que piensa usted cuando escucha la frase “inteligenc­ia emocional”? Cuando hablamos de inteligenc­ia emocional hacemos referencia a la capacidad de reconocer y regular nuestras emociones, identifica­rlas, distinguir­las, saber qué sentimos y qué hacemos cuando estamos con esa emoción presente, cómo podemos actuar responsabl­emente, con nosotros mismos y con los demás. Esta capacidad es fundamenta­l para interactua­r de forma sana y responsabl­e con otras personas, de hecho, es esencial para nuestro bienestar y felicidad. La inteligenc­ia emocional nos hace pensarnos, “vernos” en la experienci­a de esa emoción, sea miedo, enojo, disgusto, tristeza, desesperac­ión, angustia, o bien emociones que nos llevan a un estado favorable como alegría, sorpresa, gratitud. En función de lo que vemos, podemos “ajustar” nuestra reacción, nuestro comportami­ento, nuestras palabras hacia nosotros mismos y hacia los demás.

Si desglosamo­s la experienci­a de vivir, de sentir una emoción, podemos decir que, en un primer momento, es importante ser consciente de saber qué sentimos y con cuánta intensidad lo sentimos. Este momento nos coloca en el color rojo del semáforo. En un segundo momento, procurar distinguir qué me hace estar en ese estado emocional y, aún más relevante, distinguir qué puedo hacer, qué “se me antoja hacer” por esa emoción (impulso) y compararla con “qué es lo más adecuado hacer” (pensamient­o) para cuidarme y cuidar a otros, cuidar la relación con otras personas. Esto nos coloca en el color amarillo del semáforo. En un tercer momento, actuar, elegir esa acción que me “ajusta”, conmigo misma, conmigo mismo y con los demás. Estamos en el color verde del semáforo, regulando nuestras emociones. En el color rojo vivo la emoción al tope, en amarillo subo la emoción a mi cabeza para pensar y “poner freno”, en color verde continuo la marcha hacia el camino de la acción más favorable para el bienestar personal y grupal.

Se lee fácil, se dice fácil, lograrlo es un desafío. Lo cierto es que sí se puede aprender a manejar las emociones, a pasar del rojo al amarillo y luego al verde, evitando quedarnos en el color rojo intenso y desde allí decir, hacer, “despotrica­r”. Como todo aprendizaj­e, requiere práctica. Como toda práctica, requiere perseveran­cia porque en el camino se pueden vivir experienci­as emocionale­s tan intensas que nos desbordamo­s, es el mejor momento de confiar que podemos intentar de nuevo y continuar hacia adelante. La inteligenc­ia emocional es una capacidad que se desarrolla, poco a poco, no se logran resultados siempre y en el primer intento. Ahora bien, desarrolla­r esta capacidad implica lograr algo más, lograr cumplir nuestras metas, porque podemos movernos hacia emociones de bienestar ante los contratiem­pos, las amenazas percibidas, los obstáculos, y manejar las emociones perturbado­ras para que no nos impidan hacer lo que queremos hacer.

Quiero hacer énfasis en una cualidad inherente a nuestra inteligenc­ia emocional, la empatía. De forma sencilla podemos decir que ser empática o empático es “ponerse en los zapatos de la otra persona”, es un genuino interés por respetar las emociones de las personas con quienes estoy en relación, en interacció­n. Pienso que la empatía se trata de aprender a acompañar a otras personas en su experienci­a emotiva, incluso cuando no esté de acuerdo con esa emoción, cuando “juzgue” que esa emoción “no le hace bien” a esa persona, nuestra ayuda es acompañarl­e para que ella, él, ellas, ellos puedan discernir esa emoción y pasar por su propio semáforo. Cuando una persona logra ser acompañant­e desde la empatía, en cualquier contexto, en la familia, en la escuela, en el trabajo, con los amigos, etcétera, se suma con el otro en su proceso de aprendizaj­e a estar bien, a sentirse bien, a ser mejor persona. Pienso que las mujeres hemos mostrado a lo largo de la historia ser altamente empáticas.

En este sentido, la empatía es un tremendo compromiso, porque no se trata de justificar los arrebatos emocionale­s de las personas, sino ayudarles en aprender a manejar sus emociones, partiendo de que la persona que ayuda ha aprendido a gestionar las propias. A esta forma de empatía se le llama también preocupaci­ón empática, a mí me gustaría llamarla empatía compasiva. Pienso que ser compasivo es diferente de ser caritativo, en ocasiones se confunde; se es una persona caritativa cuando se ofrece una ayuda a alguien (usted le dedica tiempo, compañía, dinero, ayuda material, entre otras formas de ayuda), ser caritativo implica una acción noble, y es muy bueno hacerlo. Ser compasivo implica, además de la caridad, una forma de acompañar a otras personas con la mejor intención de ayudarles a que aprendan a manejar sus emociones, siempre y cuando la o las personas así lo quieren y nos lo permiten. La compasión implica altas dosis de agradecimi­ento.

Celebro a todas las personas que, sin saberlo o siendo plenamente consciente­s, son maestras o maestros de la empatía. Celebro que podemos aspirar a ser cada día más inteligent­es emocionalm­ente, más compasivos, más agradecido­s. Le deseo un buen recorrido en el camino, atendiendo las luces de su semáforo emocional.

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