Regular nuestras emociones
¿Qué es lo primero que piensa usted cuando escucha la frase “inteligencia emocional”? Cuando hablamos de inteligencia emocional hacemos referencia a la capacidad de reconocer y regular nuestras emociones, identificarlas, distinguirlas, saber qué sentimos y qué hacemos cuando estamos con esa emoción presente, cómo podemos actuar responsablemente, con nosotros mismos y con los demás. Esta capacidad es fundamental para interactuar de forma sana y responsable con otras personas, de hecho, es esencial para nuestro bienestar y felicidad. La inteligencia emocional nos hace pensarnos, “vernos” en la experiencia de esa emoción, sea miedo, enojo, disgusto, tristeza, desesperación, angustia, o bien emociones que nos llevan a un estado favorable como alegría, sorpresa, gratitud. En función de lo que vemos, podemos “ajustar” nuestra reacción, nuestro comportamiento, nuestras palabras hacia nosotros mismos y hacia los demás.
Si desglosamos la experiencia de vivir, de sentir una emoción, podemos decir que, en un primer momento, es importante ser consciente de saber qué sentimos y con cuánta intensidad lo sentimos. Este momento nos coloca en el color rojo del semáforo. En un segundo momento, procurar distinguir qué me hace estar en ese estado emocional y, aún más relevante, distinguir qué puedo hacer, qué “se me antoja hacer” por esa emoción (impulso) y compararla con “qué es lo más adecuado hacer” (pensamiento) para cuidarme y cuidar a otros, cuidar la relación con otras personas. Esto nos coloca en el color amarillo del semáforo. En un tercer momento, actuar, elegir esa acción que me “ajusta”, conmigo misma, conmigo mismo y con los demás. Estamos en el color verde del semáforo, regulando nuestras emociones. En el color rojo vivo la emoción al tope, en amarillo subo la emoción a mi cabeza para pensar y “poner freno”, en color verde continuo la marcha hacia el camino de la acción más favorable para el bienestar personal y grupal.
Se lee fácil, se dice fácil, lograrlo es un desafío. Lo cierto es que sí se puede aprender a manejar las emociones, a pasar del rojo al amarillo y luego al verde, evitando quedarnos en el color rojo intenso y desde allí decir, hacer, “despotricar”. Como todo aprendizaje, requiere práctica. Como toda práctica, requiere perseverancia porque en el camino se pueden vivir experiencias emocionales tan intensas que nos desbordamos, es el mejor momento de confiar que podemos intentar de nuevo y continuar hacia adelante. La inteligencia emocional es una capacidad que se desarrolla, poco a poco, no se logran resultados siempre y en el primer intento. Ahora bien, desarrollar esta capacidad implica lograr algo más, lograr cumplir nuestras metas, porque podemos movernos hacia emociones de bienestar ante los contratiempos, las amenazas percibidas, los obstáculos, y manejar las emociones perturbadoras para que no nos impidan hacer lo que queremos hacer.
Quiero hacer énfasis en una cualidad inherente a nuestra inteligencia emocional, la empatía. De forma sencilla podemos decir que ser empática o empático es “ponerse en los zapatos de la otra persona”, es un genuino interés por respetar las emociones de las personas con quienes estoy en relación, en interacción. Pienso que la empatía se trata de aprender a acompañar a otras personas en su experiencia emotiva, incluso cuando no esté de acuerdo con esa emoción, cuando “juzgue” que esa emoción “no le hace bien” a esa persona, nuestra ayuda es acompañarle para que ella, él, ellas, ellos puedan discernir esa emoción y pasar por su propio semáforo. Cuando una persona logra ser acompañante desde la empatía, en cualquier contexto, en la familia, en la escuela, en el trabajo, con los amigos, etcétera, se suma con el otro en su proceso de aprendizaje a estar bien, a sentirse bien, a ser mejor persona. Pienso que las mujeres hemos mostrado a lo largo de la historia ser altamente empáticas.
En este sentido, la empatía es un tremendo compromiso, porque no se trata de justificar los arrebatos emocionales de las personas, sino ayudarles en aprender a manejar sus emociones, partiendo de que la persona que ayuda ha aprendido a gestionar las propias. A esta forma de empatía se le llama también preocupación empática, a mí me gustaría llamarla empatía compasiva. Pienso que ser compasivo es diferente de ser caritativo, en ocasiones se confunde; se es una persona caritativa cuando se ofrece una ayuda a alguien (usted le dedica tiempo, compañía, dinero, ayuda material, entre otras formas de ayuda), ser caritativo implica una acción noble, y es muy bueno hacerlo. Ser compasivo implica, además de la caridad, una forma de acompañar a otras personas con la mejor intención de ayudarles a que aprendan a manejar sus emociones, siempre y cuando la o las personas así lo quieren y nos lo permiten. La compasión implica altas dosis de agradecimiento.
Celebro a todas las personas que, sin saberlo o siendo plenamente conscientes, son maestras o maestros de la empatía. Celebro que podemos aspirar a ser cada día más inteligentes emocionalmente, más compasivos, más agradecidos. Le deseo un buen recorrido en el camino, atendiendo las luces de su semáforo emocional.