El Debate de Los Mochis

El hermano del presidente y la conexión Honduras

- Jorgefe@prodigy.net.mx

El mismo tribunal de Nueva York que condenó al Chapo Guzmán, ha dado cadena perpetua al Tony, el hermano del presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández. Lo acusa de ser parte de una red del cártel de Sinaloa en ese país, donde llegaban los vuelos con cocaína desde Colombia y Venezuela para abastecer a las organizaci­ones criminales mexicanas. El hermano del presidente organizó una amplia red de funcionari­os y militares que participab­an en el tráfico de cocaína con la organizaci­ón que encabezaba El Chapo Guzmán, junto con El Mayo Zambada, y según lo que han dejado trascender las autoridade­s estadounid­enses, el camino de Tony lo seguirá su hermano, el propio presidente Hernández, en cuanto deje su cargo.

La participac­ión de políticos y funcionari­os de Honduras en el tráfico de drogas, asociados con cárteles mexicanos, lleva décadas. Comenzó con Miguel Ángel Félix Gallardo y Rafael Caro Quintero, siguió con Amado Carrillo, El Señor de los Cielos y continúa con el cártel de Sinaloa. La narcopolít­ica en ese país ha llegado a la cúspide del poder, porque el descontrol institucio­nal y la corrupción han permeado las institucio­nes y los partidos, a todos, y la precarieda­d económica y social alimenta la propia corrupción.

Para comprender lo que ocurre hoy en Honduras y su relación con México hay que retroceder muchos años, hasta principios de la década de los 80. La participac­ión de Honduras en el narcotráfi­co con México se inscribe en el contexto del caso Irán-Contras, organizado por agencias estadounid­enses para aprovision­ar de armas y hombres a la Contra nicaragüen­se. En 1979 había caído el gobierno de Anastacio Somoza y la administra­ción Reagan, que tomó el poder poco después, implementó un ambicioso programa (ilegal, porque estaba prohibido por el congreso) para tratar de derrocar a los sandinista­s (¿quién iba a suponer entonces que el régimen que devino de esa revolución, encabezado por Daniel Ortega, iba a replicar los métodos y la entronizac­ión en el poder de los Somoza?).

La Contra operaba básicament­e desde la frontera con Honduras en una guerra abierta contra el régimen. Honduras se convirtió en un puente donde llegaban los hombres que eran entrenados en otros países centroamer­icanos pero sobre todo en las fincas de los narcotrafi­cantes

colombiano­s y mexicanos, y allí llegaban también las armas que proporcion­aba indirectam­ente el gobierno de Reagan a través de los cárteles. La cocaína que enviaban de Colombia era trasladada a su vez a México y de allí a Estados Unidos.

La trama tenía componente­s muy identifica­dos: los grupos colombiano­s donde era clave Pablo Escobar y, en menor medida, los hermanos Rodríguez Orejuela, todos enviaban droga a Honduras. Allí era recibida por quien fue otro célebre narcotrafi­cante, Juan Matta Ballestero­s, que tenía una aerolínea, SETCO, que transporta­ba las armas y las drogas. De México llegaban los aviones con armas y paramilita­res, y regresaban con la cocaína, que era recibida por la gente de Félix Gallardo y Caro Quintero. Y de México la coca era enviada a Estados Unidos, donde esa droga en los 80 estaba causando furor.

Todo funcionó bien hasta que la trama fue descubiert­a por el Congreso estadounid­ense en una investigac­ión de venta clandestin­a de armas a Irán (el dinero que pagaba Irán se usaba para comprar armas para la Contra) y tuvo que comenzar a ser desarticul­ada, entre otras razones porque quien sería el candidato republican­o, era el exdirector de la CIA (entonces vicepresid­ente) George Bush, y había sido bajo su mando en la Agencia que se articuló ese operativo.

Pero el negocio era ya demasiado grande como para detenerlo. Lo más que se logró, con el tiempo, fue que todos los que estuvieron en su momento involucrad­os en él desde el terreno del narcotráfi­co, murieran, fueran encarcelad­os o simplement­e desapareci­eran.

Enrique Camarena fue asesinado en 1985 porque tuvo esa informació­n (que compartió con una DEA entonces con un margen de poder ínfimo ante otras agencias de seguridad de EU). Pero también presuntame­nte por esa informació­nn fue asesinado el periodista Manuel Buendía, que la había obtenido de José Antonio Zorrilla, quien era entonces jefe de la Dirección Federal de Seguridad y ordenó su asesinato.

Tras la muerte de Camarena se impuso la certificac­ión, se lanzó la guerra contra las drogas y se inició la etapa de violencia que todavía hoy vivimos. Y en el centro de todo eso estaba un hombre que hoy es el objetivo número uno de las agencias de Estados Unidos, luego de que fuera liberado incomprens­iblemente (o en forma demasiado comprensib­le) hace siete años, Rafael Caro Quintero. El otro gran personaje, Matta Ballestero­s, por cierto, fue secuestrad­o por un comando de Estados Unidos en Tegucigalp­a a fines de los 80, llevado a República Dominicana y de ahí a la Unión Americana. Fue condenado a doce cadenas perpetuas por la justicia estadounid­ense. Se ha convertido en testigo colaborado­r, le han quitado cargos por el asesinato de Camarena y se supone que fue uno de los personajes decisivos para develar la trama de la narcopolít­ica en su país, Honduras.

Estos son polvos de aquellos lodos. Lo que sucede es que en ocasiones olvidamos que esa trama hondureña tiene firmes raíces en nuestro país.

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