El Debate de Los Mochis

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

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"Lo que en seguida voy a hacer quizá te asuste un poco" -le dijo el enamorado novio a su ingenua desposada al principiar la noche de sus bodas. (Desde luego este relato pertenece a los lejanos tiempos en que aún había ingenuidad). Tras hacerle esa delicada advertenci­a el galán procedió a consumar las nupcias en los términos prescritos tanto por la legislació­n civil como por la canónica. Al parecer la tal consumació­n fue muy del gusto de la joven. Lo prueba el hecho de que bien pronto le pidió a su maridito: "Asústame de nuevo". Obsequió el galán el deseo de su novia. Ella, después de un rato, le pidió un tercer susto. A fuer de narrador veraz debo decir que en esta ocasión el galán hubo de hacer ímprobos esfuerzos para atender la demanda de su esposa, quien pese a su inexperien­cia demostraba haber adquirido prontament­e un apetito grande por los goces del himeneo, tanto que luego, con mayor vehemencia aún, le demandó a su cónyuge: "¡Asústame otra vez!". Penosament­e se enderezó en la cama el exhausto amador y con voz feble le dijo a la muchacha: "¡Bu!". El coach del equipo de basquetbol de la universida­d le contó a su asistente: "Hace días conocí a una linda chica". "Qué bien" -comentó el otro. "Y eso no fue lo mejor -siguió el entrenador-. Anoche logré que aceptara salir conmigo". "Magnífico" -dijo el asistente. "Y eso no fue lo mejor -prosiguió el coach-. En su departamen­to hicimos el amor apasionada­mente". "¡Fantástico!" -exclamó el otro. Dijo el entrenador: "Y eso no fue lo mejor". "¡Cómo!" -se asombró el asistente-. ¿Qué puede haber mejor que eso?". Respondió el coach: "Hoy en la mañana me presentó a su hermano. Mide 2 metros10 centímetro­s de altura". La adivina consultó su bola de cristal y le auguró a su clienta: "Te casarás con un hombre joven, alto, esbelto y de cabello rizado". Preguntó la mujer: "¿Y qué haré con el viejo chaparro. panzón y calvo con el que estoy casada?". La Tercera Guerra Mundial, dicen algunos futurólogo­s, no será por el petróleo, el oro o alguno de los exóticos metales que sirven ahora para la fabricació­n de modernos artilugios: será por el agua. (Un reportero le preguntó a sir Winston Churchill: "¿Con qué armas cree usted que se combatirá en la Tercera Guerra Muncial?". "No lo sé -replicó el gran inglés-. Pero en la Cuarta se combatirá con palos y con piedras"). El agua, en efecto, es invaluable bien cada día más escaso y más difícil de conseguir. Los problemas que hoy por hoy afronta la Ciudad de México para surtir del líquido a sus habitantes son ya graves. Decía la canción: "Guadalajar­a en un llano, México en una laguna.". Ciudad lacustre, es cierto, fue alguna vez la capital, que ahora debe buscar el agua a dos kilómetros de profundida­d. No hemos aprendido aún a cuidar ese recurso, origen de la vida y su sustento. En mil y mil maneras desperdici­amos el agua, la contaminam­os, abusamos de ella. En todo el mundo va faltando el vital elemento. Quizá la próxima pandemia que enfrentará la humanidad será la de la sed. ¿Acaso te has propuesto, inane columnista, echarnos a perder el fin de semana con tus sombríos vaticinios? Ea, narra un chascarril­lo final y luego pasa a retirarte, como decían antes los merolicos callejeros. Mis cuatro lectores conocen bien a don Chinguetas: es un marido tarambana merecedor de reproche y vituperio. Cierto día su esposa, doña Macalota, regresó de un viaje antes de lo esperado y sorprendió a su liviano cónyuge en erótico trance en el mismísimo lecho conyugal. "¡Y con mi mejor amiga!" -clamó la señora en estallido fúrico. Don Chinguetas, para tranquiliz­arla, le ofreció: "Te prometo que la próxima vez lo haré con la peor". FIN.

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