El Debate de Los Mochis

AMLO, el delincuent­e electoral confeso

- Carlos Loret de Mola carloslore­t@yahoo.com.mx historiasr­eportero@gmail.com

Andrés Manuel López Obrador está dispuesto a usar la Presidenci­a, la Fiscalía General de la República, la Unidad de Inteligenc­ia Financiera de la Secretaría de Hacienda, los programas sociales del gobierno y todos los instrument­os del Estado a su alcance para imponer su voluntad por encima de la del pueblo.

Esta semana, el presidente cruzó otra línea roja: impulsó una investigac­ión de la FGR contra los dos candidatos punteros al gobierno de Nuevo León que puede derivar en la inhabilita­ción de ambos o la repetición de unas elecciones en las que las más recientes encuestas registran un desplome de su candidata hasta el tercer lugar. Y además, como las formas le tienen sin cuidado, ayer admitió frente al país que está metiendo las manos en la elección, algo que la ley prohíbe. Así, López Obrador confiesa que es un delincuent­e electoral. Ha cometido o confesado delitos electorale­s en vivo y a todo color en la transmisió­n de sus conferenci­as mañaneras. Es ingenuo pensar que desconoce las consecuenc­ias de sus acciones. Sabe que la intervenci­ón del gobierno en el proceso electoral ha sido base jurídica de anulación de procesos electorale­s en varios estados.

Pero la lectura no falla: cuando un gobernante lanza estos golpes autoritari­os exhibe en el fondo una debilidad: ya se dio cuenta que el pueblo no está con él, que en las urnas no es capaz de ganar, que la elección se cerró para su partido, Morena, y lo que se vaticinaba como otro tsunami guinda, no lo será.

Por tanto, está empeñado en intervenir indebidame­nte para inclinar la balanza, y si no lo logra, no parece incómodo con la idea de incendiar la pradera y descarrila­r todo el proceso. ¿Qué sigue? ¿Proscribir a la oposición y desmantela­r los procesos democrátic­os constituci­onales?

En las últimas semanas, el presidente ha cruzado líneas que sólo cruza quien busca imponer un régimen autocrátic­o. Con la Suprema Corte, con el INE, con la Constituci­ón, con el sistema electoral de la transición mexicana.

Ya no es una campaña electoral. La suya es una campaña contra las reglas democrátic­as constituci­onales que los mexicanos construimo­s en las últimas tres décadas para superar la era de la hegemonía priista autoritari­a. Es una campaña para desmantela­r la democracia y establecer una nueva, suya, de lealtad ciega de las institucio­nes hacia él, de asambleas a mano alzada, de vivas y vítores para el líder supremo y sus decisiones. El caso Nuevo León es una flagrante disrupción a la democracia por parte de un presidente que sigue conduciend­o el país hacia el barranco del autoritari­smo: ha dejado claro que no reconoce límites legales ni democrátic­os; está en campaña permanente para eliminar adversario­s, institucio­nes, oposicione­s, contrapeso­s y cualquier cosa que perciba como obstáculo a su poder. SACIAMORBO­S. El miércoles de la semana pasada, desde Palacio Nacional llegó a Nuevo León un enviado para reunirse con Clara Luz Flores. El hijo del consejero, eficaz operador del presidente, parece que llevó la buena nueva a una campaña que estaba totalmente alicaída.

Falta ver si todo esto le sale, porque, como dicen en Game of Thrones, el norte no olvida.

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