El ritual de pagar la renta
Pensaba abordar en el presente texto no este tema sino otro más seductor y satisfactorio, al menos para que me reconfortara un poco de esta pequeña depresión o minúsculo desasosiego que en este instante me habita y me toca no solo el cuerpo sino también el alma: justo ahora, en el momento en que escribo estas líneas y estoy aquí sentada en mi sillón favorito, mientras tecleo estas palabras y lo hago casi sin pensar en lo que puede decir o significar lo que estoy escribiendo, pues no siempre se piensa en lo que se escribe y, a veces, simplemente, se hace como si se estuvieran guisando unos huevos revueltos en un sartén sin engrasar. Cierto es que hay noches en que no duermo las suficientes horas y no estoy en condiciones emocionales, físicas e intelectuales para escribir, realmente escribir. Tal vez esto se deba a que se está llegando el día en que debo pagar la renta y eso siempre me altera un poco; o, en realidad, un mucho, porque debo ajustarme con lo de mis gastos más inmediatos. Es decir, dejar de ir a mi café favorito y en lugar de desayunar o cenar fuera, quedarme en la casa para no gastar más de la cuenta. Los cafés y los restaurantes están impagables para alguien que percibe económicamente lo mismo desde hace diez o más años. Supongo que a la mayoría de las personas le sucede lo mismo, pero espero que haya muchas otras más por encima de esta situación y puedan llevar consigo dos o tres tarjetas bancarias que les permitan salir decorosamente ilesas cuando de pagar sus consumos se trate. Es triste no contarse entre ellas, pero no, no pensaré en eso y administraré lo mejor posible mis fondos para cuando el casero toque a mi puerta, estar en condiciones de pagarle el monto completo de la renta.