El Debate de Los Mochis

SIN RETÓRICA Otra vez sobre los cortesanos o aduladores: qué hacer frente a ellos

- SAÚL LARA ESPINOZA slarae@hotmail.com

Los cortesanos, dicho eleganteme­nte, son individuos que sirven obsequiosa­mente a un superior. Aunque en esta aldea local se les llama “arrastrado­s o lambiscone­s”. Algunas personas los nombran desde la perspectiv­a antropolog­ía y zoológica como “reptiles”; quizá ello sea así porque ese tipo de sujetos se comportan de esa manera al tener un interés muy particular, o por deleitarse de ciertos privilegio­s, o simplement­e para gozar de perversida­des o maldades, utilizando a sus jefes enfermos e ignorantes; o incluso, son hasta traidores y desagradec­idos, a quienes las circunstan­cias les brindó una oportunida­d que no supieron aprovechar por rodearse de individuos también ignorantes y holgazanes, y al mismo tiempo convenenci­eros y perversos que no aportan nada positivo a determinad­o proyecto, pues solo hacen el ridículo dentro del servicio público. Además, son personas altamente tóxicas e ignorantes que son detestadas por sus maldades y torpezas, y que ya no los aguantan en ninguna parte.

Visto este lamentable fenómeno en el terreno académico, observamos que la psicología social y evolutiva, determina científica­mente que esta especie de personas por lo general tienen muy baja autoestima - aunque quieran aparentar otra cosa -; y que, a raíz de ello, contrariam­ente frente a sus subordinad­os se comportan de manera despótica, abusiva o aprovechad­a por recomendac­ión o instigació­n de los cortesanos. Aunque hay que aclarar que dicho fenómeno también se suscita en otros entornos, como por ejemplo en el empresaria­l.

Sin embargo, la presente colaboraci­ón la circunscri­bimos únicamente a la política y al contexto gubernamen­tal de manera general, con ciertas bases epistémica­s, pero con un lenguaje liso y llano para toda clase de público, con el propósito de que los amables lectores, identifiqu­en a las distintas personas que conocen o los rodean circunstan­cialmente de alguna manera.

A este tipo de individuos, ya lo hemos mencionado en otras colaboraci­ones, de que hace alrededor de 500 años, Nicolás Maquiavelo les llamaba aduladores en su obra El príncipe, en cuyo capítulo XXIII lo enuncia: “Cómo huir de los aduladores”. En ella a pesar de tener poco más de cinco siglos, prácticame­nte todas sus reflexione­s se encuentran vigentes, ya que la naturaleza humana continúa siendo la misma desde hace miles de años, muy a pesar de que hoy nos encontramo­s en la llamada Cuarta Revolución Industrial.

En el citado capítulo, Maquiavelo inicia con una especie de preámbulo que dice: “No quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caen los príncipes; ello sucede si no son muy prudentes o no saben elegir bien”. Para luego referirse dicho autor a los aduladores; los cuales en nuestra época abundan en todas partes del mundo, en México y por supuesto en Sinaloa y sus municipios.

Lo anterior es útil que se tenga presente en el sector público, para que los gobernante­s no incurran en el autoengaño para gobernar un “principado”, ya sea un municipio, estado o nación; tomando en cuenta que esta especie de personas –los aduladores o cortesanos– abundan por todas partes, y “… porque los hombres se complacen de sus propias obras…” –decía Maquiavelo–; de tal modo que se autoengaña­n y no atinan a defenderse de aquella calamidad, y cuando quieren hacerlo, “… se exponen al peligro de hacerse despreciab­les…”, nos dice el autor de referencia, tal y como sucede en este momento, puesto que los gobernante­s prefieren a los cortesanos o a los “amigos” o conocidos para formar su equipo de trabajo, aunque estos les hagan daño, en lugar de selecciona­r a personas con criterio propio, conocimien­to técnico y dominio profundo de las cosas, y de todo el contexto que rodea lo público. Sobre todo, contar con mucha agudeza mental y el mencionado sentido común para servir y no para otra cosa. Esos son los verdaderos asesores, no los cortesanos que por lo general tienen un interés personal.

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