Nicaragua, el nuevo dilema de América Latina
Con la reciente victoria de Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile y el regreso de Lula da Silva en Brasil nadie puede poner en tela de juicio el retorno de la izquierda y la ideología socialdemócrata en América Latina que había tenido ya un fuerte impulso a principios del siglo XXI con figuras como Evo Morales, Hugo Chávez y el mismo Lula, pero que en esta ocasión fue México quien inició la tendencia con el arribo al poder del presidente López Obrador. La también llamada marea rosa, manera en que muchos politólogos han optado por describir dicho movimiento enfrenta un dilema en cuanto a posturas y definiciones en materia de diplomacia y cooperación regional y lo que acontece en Nicaragua en los últimos años es el ejemplo perfecto.
El país centroamericano de Nicaragua enfrenta una crisis política, económica y social que se ha vuelto cíclica en las ultimas décadas, casualmente con los mismos protagonistas involucrados, para entender a profundidad tenemos que recurrir a la historia.
En la década de 1970, Nicaragua era gobernada por un dictador llamado Anastasio Somoza, quien contaba con el respaldo de los Estados Unidos, recordemos que en dicha época la Guerra Fría estaba en todo su esplendor y la potencia norteamericana auspició el arribo al poder de militares y líderes políticos que representaran ideologías alejadas del comunismo de la Unión Soviética.
Fue entonces cuando surge el Frente Sandinista de Liberación Nacional, una lucha armada guerrillera que tenía en sus filas como uno de sus líderes a Daniel Ortega, un joven que había estado preso por asaltos a bancos para financiar dichos movimientos y que había sido recibido y entrenado en Cuba por el mismísimo Fidel Castro, fue en 1979 cuando dicho movimiento armado triunfó y derrocó del poder al dictador Somoza. En 1985, Daniel Ortega llega a la presidencia de su país por la vía democrática, pero pierde su reelección frente a Violeta Barrios en 1990, Ortega no se da por vencido y se presenta a elecciones de nuevo en 1995, 2000 y 2005, ganando esta última y arribando al poder en 2006 justo cuando la izquierda latinoamericana estaba más fuerte que nunca y el boom de las materias primas le permitió legitimarse popularmente.
Ortega aprovechó su fortaleza política para perpetuarse en el poder indefinidamente desde el 2006, siendo el año de 2018 cuando mayores movilizaciones de inconformidad hacia su gobierno se presentaron, reaccionando de manera autoritaria y reprimiendo a la población, lo que causó la muerte de entre 300 y 400 civiles, dicho acto provocó que muchos de sus antiguos compañeros políticos marcaran una distancia.
En los últimos años la inestabilidad política y económica, así como la represión y la violencia se ha incrementado en Nicaragua, lo que provocó la intervención de Estados Unidos haciendo un llamado a la democracia, pero además dando asilo político a muchos de los detractores del régimen.
Esto viene a poner entre la espada y la pared a los países latinoamericanos que hoy son gobernados por líderes de izquierda, pues sienten una especie de afinidad política nostálgica por el frente sandinista al mismo tiempo observan los abusos que hoy comete Ortega. El único presidente latinoamericano de izquierda que ha condenado enérgicamente a Daniel Ortega es Gabriel Boric, presidente de Chile, mostrándole al resto que la socialdemocracia debe renovarse o terminará cometiendo los mismos vicios de siempre.