“Yo tengo siempre un sentimiento de gratitud a yoremes”
Nacido en el medio urbano mestizo, su madre era proveniente de un pueblo yoreme-yaqui, ubicado en Cajeme, Sonora, pero él se crio en la colonia Ejidal, aquí en Culiacán. Para Leonardo Yáñez, su liga cultural desde la niñez, adolescencia y ahora en su etapa adulta se encuentra vinculada en la cultura mayo-yoreme propia de Sinaloa. Su pasión por la tradición lo ha llevado a ser danzante del venado y un promotor cultural de gran renombre.
Curiosidad infantil Cuando Leonardo tenía alrededor de 11 años empezó a interactuar con las comunidades yoremes en sus centros ceremoniales, pasaba sus vacaciones de Semana Santa y de verano con ellos.
“En aquel entonces, por todos los prejuicios que implica ser indígena, los prejuicios sociales, los niños yoremes, los adolescentes yoremes no practican su cultura”.
Un suceso muy doloroso para los viejos porque no practicaban su lengua ni sus danzas.
A pesar de conocer la tradición, preferían no ser señalados como indios, de forma peyorativa, en sus primarias, secundarias o preparatorias.
En los años 80 llegó acompañado de estudiantes de danza, quiso conocer sus ritmos y sones tradicionales.
“Llegamos y los viejos de las comunidades de estos centros ceremoniales nos veían con muy buenos ojos a esos adolescentes, a esos niños que queríamos abrevar, que queríamos saber de la cultura yoreme”
Ellos fueron quienes les transmitieron todos esos saberes, contrario a lo que se pudiera pensar del indio tosco, poco hospitalario, cerrado y salvaje.
Madurez artística
“Nos querían, nos arropaban, nos bendecían, nos bautizaron, nos confirmaron”.
Algo que vivió junto a sus compañeros Gabriel Uriarte, Alfonso Uriarte, entre otros colegas, que al día de hoy pertenecen a la comunidad y a la cofradía de fiesteros, danzantes y músicos que son contratados para celebrar las fiestas dentro de los diferentes pueblos o comunidades.
“No he de negar que hay algunos yoremes que me ven por encima del hombro y dicen `qué está haciendo este aquí'”. Cuando se da cuenta de lo sucedido, no duda en hablar con esa persona en su lengua nativa para decirle: “Hola, ¿cómo estás?, ¿cómo te sientes?, ¿te duele algo?, platiquemos”.
Al comportarse según las costumbres se gana la confianza, asegura que los espectáculos y performances son una cosa, pero debajo de la ramada, en el atrio de la iglesia y dentro de la iglesia se comporta de acuerdo a los cánones y los parámetros tradicionales, entonces le dicen “no hay problema”. Al momento de estar con los suyos, en su localidad los bailes se hacen por la pasión y el amor a la tradición, pero al momento de tener que viajar es diferente, porque “va a dejar de trabajar tres o cuatro días o una semana, lo que dure el Festival de Danza”.
Él no puede dejar sin comer a su familia por irse de fiesta, por eso argumenta que es necesario un pago por realizar una ceremonia y no solo cubrir los viáticos. “En ocasiones llega el funcionario o el político y te dice, `te vamos a llevar a Europa, para que conozcas Europa' y para el ego personal es muy bonito”, pero comenta que al final solo es eso, se queda el orgullo y el recuerdo, pero descuidas todos lo demás, por eso es muy fácil perderse.
Mi mayor gratificación ha sido emocional, yo me siento muy satisfecho porque tengo la aceptación como danzante de venado.”
Nosotros vimos que los yoremes eran dulces en el trato, afables y que eran hospitalarios; nos abrieron las puertas.”