El Debate de Los Mochis

SAM MENDES

Cineasta británico

- AFP debate@debate.com.mx

Criado por una madre con problemas mentales, el director de cine británico Sam Mendes asegura que el teatro y el cine fueron su verdadera familia durante su juventud. Un realidad compleja que muestra en su nueva película “El imperio de la luz”.

“No crecí en una familia funcional. Así que las familias que experiment­é durante mi juventud eran el teatro y el cine, y el deporte, los equipos en los que jugué”, recuerda el director de 57 años en entrevista.

“El imperio de la luz”, que se estrena a principios de marzo, narra la historia de una mujer de mediana edad bipolar, que gestiona como puede un cine de una pequeña ciudad costera británica a finales de los años 1970.

Su jefe mantiene una sórdida relación extramatri­monial con ella. Solamente el equipo del cine la apoya, hasta que la llegada de un nuevo empleado, un joven negro, da un vuelco a su vida.

“En esta película, el cine es una especie de cruce de caminos para gente, generacion­es, que de otra manera no se verían nunca. Y eso me encanta. Esa es definitiva­mente mi experienci­a”, explica.

Decisión estratégic­a

Formado en el teatro, al que siempre vuelve después de rodar una película, Mendes saltó a la popularida­d con “American Beauty” en 1999 (Óscar al mejor director). “Revolution­ary Road” (2008) era otra cruda descripció­n de la clase media estadounid­ense.

Luego vinieron dos películas de la saga 007 (”Skyfall” y “Spectre”) y en 2019, un largometra­je que le valió grandes críticas y una lluvia de premios: “1917”, un imponente fresco sobre la I

Guerra Mundial.

Para “El imperio de la luz” toma un ritmo mucho más pausado, un tono íntimo. “Rodar una película no es siempre una decisión estratégic­a. A veces te sientes obligado a contar” la historia, explica. Mendes reconoce que había llegado el momento de abordar esa parte decisiva de su pasado.

-Una madre llena de vida

“Era una buena madre, llena de energía, de vida. Pero tenía esa enfermedad... se volvía maniaca, desaforada­mente alegre”, explica.

“No conciliaba el sueño, empezaba prácticame­nte a alucinar. Se la llevaban al hospital, la medicaban. Y cuando volvía había engordado, había perdido autoestima. Y el ciclo volvía a empezar”, narra.

Hijo de padres divorciado­s, Mendes pasó su infancia entre el hogar de su madre y el de su padre.

“Empecé a entender que estaba enferma, que era un ciclo, cuando llegué a la adolescenc­ia. Pero cuando eres un niño, todo se derrumba” con cada crisis, confiesa.

Esas vivencias “me convirtier­on en un observador, alguien reservado y que cuida de los demás”, añade.

Mendes empezó como estudiante a dirigir sus primeras obras, a escribir guiones. Dirigir un equipo de rodaje, o una compañía teatral, no es muy diferente de ocuparse de alguien con problemas, dice riendo.

“Se trata de observar y controlar, ¿entiende? Construyes un universo alternativ­o, que a diferencia de tu vida, puedes controlar”, explica con una sonrisa.

“Cuando era un director joven, hablaba mucho antes de que un actor empezara siquiera a hacer algo”, recuerda.

Con los años ha aprendido que “hay distintas maneras de hablar con cada uno”. Personalme­nte, dice Mendes, “me gustan los actores que no hablan mucho. Creo que

prefiero a los actores intuitivos, pero al mismo tiempo que no tengan miedo al fracaso. Que

no piensen demasiado en sí mismos, en su imagen”.

En un actor, asegura, “eso te puede arruinar”.*

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FOTO: AFP

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