El Debate de Los Mochis

El destape de Claudia

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx

El presidente Andrés Manuel López Obrador destapó ayer a Claudia Sheinbaum como su sucesora. No lo dijo tal cual, pero a buen entendedor, pocas palabras. Fue en la mañanera, al responder una pregunta sobre la concentrac­ión en el Zócalo el 18 de marzo para conmemorar expropiaci­ón petrolera, donde revivió una vez más las resistenci­as de los grupos conservado­res y de interés a las políticas del presidente Lázaro Cárdenas, de donde cayó en el general Francisco J. Múgica, de quien ha dicho es el revolucion­ario que más admira. No fue una referencia a la cual no haya recurrido el presidente en el pasado, pero en el contexto actual sucesorio es altamente significat­iva.

En su elegía político-histórica, López Obrador recordó la oposición de los grupos de interés que se oponían a la expropiaci­ón petrolera, que tampoco estaban de acuerdo con las políticas agraria, laboral y educativa de Cárdenas, de las cuales el general Múgica había sido ideólogo y arquitecto en la Constituci­ón de 1917. Pero no se quedó el presidente en los momentos que precediero­n al 18 de marzo de 1938, sino trazó analogías poco subliminal­es.

“Esos grupos se opusieron y enfrentaro­n al general Cárdenas. Se agruparon en aquel entonces, toda la derecha, apoyaron la candidatur­a de Almazán en 1940”, señaló sobre el general Juan Andreu Almazán, quien comenzó a preparar su candidatur­a en 1939. “Era tanta la presión de los conservado­res… el PAN no tuvo candidato (pues) apenas se había (fundado), pero apoyó a Almazán. El partido de la revolución postuló (al general Manuel) Ávila Camacho”.

La narrativa de los que sucedió hace 80 años es actual, y con diferentes nombres cada mañana se recrea en Palacio Nacional. Pero históricam­ente, en efecto, Cárdenas optó por un revolucion­ario menos radical que Múgica, que también era cercano a él, el general Ávila Camacho, para enfrentar al popular Almazán.

Como resultado, contó López Obrador, “ahí se empezó a desviar la Revolución y los ideales, pero sacando conclusion­es y viendo lo bueno, se evitó la guerra civil. La derecha estaba muy dispuesta al enfrentami­ento y la violencia. Entonces, en vez del general Múgica, se postula a Ávila Camacho. Era más moderado y aunque de todas maneras hubo violencia en la elección, hubo arreglo, un pacto, una alianza”.

De esa manera, concluyó, el general Cárdenas tuvo que sacrificar a su candidato por la estabilida­d y paz social. En la cabeza del presidente, ese escenario no parece inexistent­e en el horizonte actual. En noviembre pasado, el gobernador de Sinaloa, Rubén Rocha, reveló en su semanera -una copia no diaria de la mañanera-, que había platicado con el presidente sobre la sucesión, y creía que existía la posibilida­d de que, como Cárdenas, López Obrador pudiera no tener la posibilida­d para dejar a quien realmente quisiera como sucesor. ¿Qué tanto de lo que dijo Rocha se basó en las reflexione­s de López Obrador? No se puede saber, pero sí puede argumentar­se que una repetición de la sucesión de Cárdenas, en 2024 no se va a dar.

López Obrador cree que hay un movimiento de la derecha conservado­ra para descarrila­r su proyecto e impedir que Morena repita en la Presidenci­a, pero también ha dado pruebas de que no va a negociar la sucesión como lo hizo Cárdenas. Son momentos diferentes, y si bien en 1940 estaba en riesgo una fractura entre los generales revolucion­arios y una partición en términos ideológico­s y de los intereses económicos, hoy esa división no tiene lo que sobraba entonces: armas y condicione­s objetivas para ese quiebre.

El presidente necesita su Múgica para continuar con su proyecto. Como lo planteó hace unas semanas el secretario de Gobernació­n,

Adán Augusto López, en el despacho presidenci­al, quien releve a López Obrador necesita compromete­rse a no dar marcha atrás en los megaproyec­tos, con énfasis especial en que de ninguna manera debe revivirse el aeropuerto de Texcoco. ¿Sería esto suficiente para que el amigo del presidente lo suceda? Según un observador agudo, “México no aguanta otro tabasqueño en la Presidenci­a”. Más aún, como sucedió en la sucesión presidenci­al de 1988 y 1994, el candidato no sólo debe estar de acuerdo con el proyecto, sino estar ideológica­mente en sintonía con él.

En este sentido, la jefa de Gobierno, no el secretario de Gobernació­n, es quien llena el perfil de que la continuida­d debe estar fincada en la ideología no en el pragmatism­o. De igual forma, el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, puede leer en la declaració­n de López Obrador el obstáculo insalvable para que él sea escogido por el presidente como pago por no disputarle la candidatur­a presidenci­al de 2012. No es la variable del agradecimi­ento lo que definirá la candidatur­a de Morena, sino el compromiso de que el cambio iniciado no acepta matices.

Compromiso ideológico es lo que pide López Obrador, y es lo que Sheinbaum le da todos los días, con la repetición de la palabra presidenci­al y la radicaliza­ción en los temas donde su mentor y protector se ubica. La jefa de Gobierno está en la lógica pública de la polarizaci­ón, aunque en privado esté ofreciendo ramas de olivo y prometiend­o que una vez que la banda presidenci­al cruce su pecho, habrá cambios de formas. No serán de fondo, hay que tenerlo claro, que podría ser visto como una traición al proyecto lopezobrad­orista.

La sucesión es diáfana y López Obrador trabaja todos los días para que esas fuerzas conservado­ras que identifica como sus enemigos personales y políticos, reciban todos los días su dosis de metralla que les impida levantarse en su contra. No hay nadie tampoco en la trinchera opositora a López Obrador, que emocione como Almazán y que pudiera hacerle frente, incluso, para cambiar a su sucesor por un Ávila Camacho, para garantizar la estabilida­d y paz social.

Eso está garantizad­o con él en la silla presidenci­al. No habrá desorden en las elecciones presidenci­ales de 2024, siempre y cuando Sheinbaum gane la Presidenci­a, que así será, según las encuestas, a menos que se desbarranq­ue, no ella, sino López Obrador.

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