El Debate de Mazatlan

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

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El joven Carmelino iba a salir con una chica aquella noche. Se puso loción en las mejillas. Pensó: "Por si me besa". Luego se la asperjó en el cuello. "Por si me abraza" -pensó. Seguidamen­te se roció con ella la entrepiern­a. Pensó: "Por si se ofrece". La esposa de don Languidio, señor de edad madura, charlaba con la vecina del 14. Quiso saber ésta: "Tu marido ¿cree en la vida después de la muerte?".

"¡Bah! -replicó la señora, desdeñosa-. ¡Ni siquiera cree en la vida después de la cena!". Loretela llamó por teléfono a su amiga Rosibel. Le preguntó: "¿Estás enferma? Anoche vi salir de tu casa a un doctor". "Mira -contestó Rosibel, exasperada-. Yo he visto salir de tu casa por la noche a un sargento, un teniente, un capitán y un coronel. ¿Acaso te he preguntado si estamos en guerra?". "¡Aquí es Colima, y aunque no haya cocos!". Tal frase, que no pude menos que evocar de nuevo, se usaba en ese bello estado para significar que se iba a hacer con prontitud lo que se debía hacer. Equivalía a decir algo así como "Llegando y haciendo lumbre", "¡A darle, que es mole de olla!" o "A lo que te truje, Chencha". Aquella expresión, "¡Aquí es Colima, y aunque no haya cocos!", tuvo su origen en una linda historia sucedida en las primeras décadas del pasado siglo. Unos novios se casaron en Guadalajar­a, y como él tenía su trabajo en Colima emprendier­on el mismo día de su boda el viaje a esa ciudad. Iban en un carrito tirado por caballo que tiraba ya a jamelgo, de modo que el camino se hacía con lentitud. El galán ardía en deseos de consumar el matrimonio, a lo cual lo invitaba la exuberanci­a del paraje por donde iban. La desposada, sin embargo, no compartía ese ardimiento, y le decía una y otra vez: "Espera a que lleguemos a Colima". Ansioso preguntaba él: "¿Cómo sabré que ya estamos en

Colima?". Replicaba ella: "Cuando veas cocos, ahí es Colima". Se hizo la hora de comer. En un soledoso sitio apartado del camino tendió ella un mantel sobre la hierba, en el cual puso las viandas que llevaba para la ocasión. Comieron los dos a su sabor, y el joven marido se bebió media botella o más de un pícaro vinillo cuyo espíritu encendió el de él. Sin esperar ya más se precipitó hacia su mujercita al tiempo que exclamaba con vehemencia: "¡Aquí es Colima, y aunque no haya cocos!". Dejo lo demás a la imaginació­n de mis cuatro perspicace­s lectores. Pues bien: la misma prontitud mostró Joe Biden cuando en el mismísimo primer día de su gestión presidenci­al echó abajo todo el ruin andamiaje xenófobo y racista que erigió su nefasto antecesor, el detestable Trump. Segurament­e hasta en la Luna, y más allá quizá, se oyó el aplauso universal tributado al nuevo mandatario estadounid­ense, quien con su discurso de toma de posesión hizo que los sentimient­os de paz, concordia y buena voluntad volvieran a latir no sólo en su país, sino en el mundo entero. Buenos augurios se ven ahora en la nación vecina. Esperemos que nuestro gobierno, que tan adicto se mostró al insensato régimen de Trump, sepa cambiar el rumbo también prontament­e y se adapte a las nuevas circunstan­cias. Si lo hace, eso redundará en bien para México y para los mexicanos. En el pueblo había un solo templo y una sola escuela, pero en cambio funcionaba­n en él una docena de cantinas. El padre Arsilio describió en el púlpito los incontable­s daños que a la comunidad acarreaban esos establecim­ientos, y pidió a sus feligreses en tono de suplicante ruego: "¡Por favor, hermanos míos! ¡Ayúdenme a acabar con esas infames tabernas!". "¡Ah no! -se oyó en el fondo la voz del borrachín del pueblo-. ¡Déjenlo, que se chingue él solo!". FIN.

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