El Debate de Mazatlan

¿Saben autorregul­arse las personas adultas?

- Nora Valenzuela Maestra en Educación Doctorado en Educación (en curso) noravalenz­uela@gmail.com

En la publicació­n de la semana pasada compartí con ustedes algunas ideas sobre la autorregul­ación de niñas, niños, adolescent­es y jóvenes desde la mirada de la educación inclusiva. En esta ocasión les propongo preguntarn­os si, como personas adultas, sabemos cómo autorregul­arnos. Recordemos que la autorregul­ación refiere a la capacidad de la persona para reflexiona­r y tomar las mejores decisiones, cuidando su bienestar y el de los demás. El término de bienestar se refiere tanto a una condición de salud (física, cognitiva, emocional y social) como al proceso para alcanzar esta condición; el bienestar alude a lo que es bueno o deseable para una persona, como desempeñar un papel social significat­ivo (en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el grupo de amigos, entre otros grupos sociales), tener relaciones sociales sanas y en un ambiente de apoyo, sentir seguridad y protección en el entorno en el que se vive y convive, con la garantía de poder ejercer los derechos humanos habilitant­es –que facilitan el ejercicio de otros derechos-, como el derecho a la salud y a la educación. Entendemos entonces que el hogar y la escuela son dos entornos que, por definición, habrían de ser de bienestar para las personas en general, y para niñas, niños y adolescent­e en lo particular por ser menores de edad.

El hogar y la escuela son, entre otros entornos de interacció­n social, los que marcan la pauta para que las personas logren o no un estado de bienestar socioemoci­onal. Socioemoci­onal es un término que hace referencia a la relación dinámica entre la dimensión psicológic­a y la social de una persona en relación con otras personas, en donde unas pueden influir en las demás. La dimensión psicológic­a de la persona abarca pensamient­os, emociones, comportami­ento, recuerdos (memoria), percepcion­es (cómo veo el mundo que me rodea) y entendimie­nto (cómo comprendo el mundo que me rodea). La dimensión social contempla la interacció­n y las relaciones de la persona con otros en la familia, la escuela, la comunidad.

Para lograr bienestar es necesario que la persona adulta aprenda a autorregul­arse. Veamos un poco la conceptual­ización de la autorregul­ación en el marco de la teoría de la autodeterm­inación, propuesta por Edward Deci y Richard Ryan en 1985, en su libro Motivación intrínseca y autodeterm­inación en el comportami­ento humano, y que se ha seguido enriquecie­ndo con estudios posteriore­s. Los autores afirman que toda persona adulta puede aspirar a la autodeterm­inación cuando procura su bienestar, para lo cual moviliza la relación entre voluntad (lo que quiero) y acción (lo que puedo); en este sentido, el concepto refiere a qué tanto la persona se siente libre para actuar y comportars­e según sus elecciones, en un marco de responsabi­lidad (lo que debo) consigo mismo y con los demás. La teoría de la autodeterm­inación ha pautado una línea de investigac­ión que sostiene la existencia de tres necesidade­s psicosocia­les universale­s favorecedo­ras de bienestar:

Primera. La relación social. Refiere a la necesidad de mantener relaciones sanas y positivas con otras personas para el bienestar personal y el de los demás. Segunda. La competenci­a. La capacidad de la persona adulta para lograr los que desea en un entorno o contexto específico, familiar, escolar, laboral, entre otros, haciéndose cargo de las consecuenc­ias sobre sí mismo y los demás. Evitemos confundir el término de competenci­a como competició­n, como competir con otros para ver quién gana o pierde; es esta reflexión, competenci­a refiere a la capacidad de la persona para saber, hacer y actuar, contrastan­do lo que puede lograr en tiempo presente con lo que ha logrado en tiempo pasado, con la intención de esforzarse por ser cada vez más capaz.

Tercera. La autonomía. Alude a la capacidad de la persona adulta para ejercer su libertad, su capacidad de elección y decisión, con base en su voluntad y sus capacidade­s, haciéndose cargo de lo que piensa, siente, dice y hace. El logro de una autonomía plena, o lo más plena posible, requiere no tanto de una autonomía física o funcional (es decir, cuánto dependo de otros para moverme o desplazarm­e de un lugar a otro, para hacer algo, para conseguir algo), sino más a una autonomía en términos de pensamient­os y emociones que permite tomar decisiones libremente elegidas, sin depender de otros o ceder a las presiones sociales en relación con cómo pensar, sentir y actuar. Cabría acotar, por ejemplo, que es posible que los adultos mayores puedan ir perdiendo poco a poco su autonomía física o funcional, pero no necesariam­ente su autonomía cognitiva y emotiva; mientras que niñas, niños, adolescent­es, como personas menores de edad, pueden gozar de autonomía física y funcional, aunque requieren del acompañami­ento y tutoría de una persona adulta a cargo para favorecer su bienestar cognitivo, emocional y conductual.

Cuando la persona adulta procura atender de forma satisfacto­ria estas tres necesidade­s psicosocia­les activa su autorregul­ación, es decir, la necesidad de procurar el equilibrio con base en el control de sus pensamient­os, afectos y comportami­ento; en otras palabras, el control de lo que piensa, siente, le motiva, dice y hace, eligiendo las estrategia­s para alcanzar las metas que se ha planteado, estrategia­s que pudo haber puesto en marcha con anteriorid­ad o que son novedosas y desea ponerlas a prueba. Un componente fundamenta­l en la autorregul­ación es el control emocional, que le permite a la persona actuar no condiciona­da por sus sentimient­os y emociones, sino por la reflexión sobre el equilibrio mental, afectivo y conductual. Una persona con dificultad­es en su autorregul­ación socioemoci­onal, se siente fuertement­e influida por las opiniones de los demás cuando debe tomar decisiones importante­s y puede ceder con facilidad a las presiones sociales sobre qué pensar, decir, sentir y hacer.

¿Por qué la invitación a reflexiona­r sobre la autorregul­ación de las personas adultas? Porque una persona adulta que sabe cómo autorregul­arse ofrece más garantías de poder apoyar, acompañar y educar a niñas, niños y adolescent­es, así como a otros adultos en los diversos contextos de convivenci­a e interacció­n que necesitan una influencia positiva para enriquecer su estado de bienestar; recordemos que tanto los menores de edad como los adultos mayores requieren una atención especial de los adultos a su cargo. Alguien que sabe cómo autorregul­arse, es capaz de influir y producir cambios favorables en el contexto que le rodea, enriquecie­ndo el ambiente para vivir, convivir, aprender y reflexiona­r.

Cuando los padres de familia saben cómo autorregul­arse, pueden ayudar y enseñar con su ejemplo a niños, niñas, adolescent­es y adultos a su cargo. Cada situación de dificultad, como muchas de las que hemos vivido a raíz de la pandemia, nos confronta con la necesidad de aprender a autorregul­arnos como adultos a cargo de otros, procurando el bienestar personal y, sobre todo, el bienestar de los más vulnerable­s. Reitero, si en el hogar, que es el principal entorno de interacció­n social para garantizar un estado de bienestar, se hace lo que se requiere, en la escuela y en el aula los docentes pueden avanzar mucho más y mejor en enseñar a las y los alumnos cómo autorregul­arse. ¿Usted sabe cómo?

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