¿Saben autorregularse las personas adultas?
En la publicación de la semana pasada compartí con ustedes algunas ideas sobre la autorregulación de niñas, niños, adolescentes y jóvenes desde la mirada de la educación inclusiva. En esta ocasión les propongo preguntarnos si, como personas adultas, sabemos cómo autorregularnos. Recordemos que la autorregulación refiere a la capacidad de la persona para reflexionar y tomar las mejores decisiones, cuidando su bienestar y el de los demás. El término de bienestar se refiere tanto a una condición de salud (física, cognitiva, emocional y social) como al proceso para alcanzar esta condición; el bienestar alude a lo que es bueno o deseable para una persona, como desempeñar un papel social significativo (en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en el grupo de amigos, entre otros grupos sociales), tener relaciones sociales sanas y en un ambiente de apoyo, sentir seguridad y protección en el entorno en el que se vive y convive, con la garantía de poder ejercer los derechos humanos habilitantes –que facilitan el ejercicio de otros derechos-, como el derecho a la salud y a la educación. Entendemos entonces que el hogar y la escuela son dos entornos que, por definición, habrían de ser de bienestar para las personas en general, y para niñas, niños y adolescente en lo particular por ser menores de edad.
El hogar y la escuela son, entre otros entornos de interacción social, los que marcan la pauta para que las personas logren o no un estado de bienestar socioemocional. Socioemocional es un término que hace referencia a la relación dinámica entre la dimensión psicológica y la social de una persona en relación con otras personas, en donde unas pueden influir en las demás. La dimensión psicológica de la persona abarca pensamientos, emociones, comportamiento, recuerdos (memoria), percepciones (cómo veo el mundo que me rodea) y entendimiento (cómo comprendo el mundo que me rodea). La dimensión social contempla la interacción y las relaciones de la persona con otros en la familia, la escuela, la comunidad.
Para lograr bienestar es necesario que la persona adulta aprenda a autorregularse. Veamos un poco la conceptualización de la autorregulación en el marco de la teoría de la autodeterminación, propuesta por Edward Deci y Richard Ryan en 1985, en su libro Motivación intrínseca y autodeterminación en el comportamiento humano, y que se ha seguido enriqueciendo con estudios posteriores. Los autores afirman que toda persona adulta puede aspirar a la autodeterminación cuando procura su bienestar, para lo cual moviliza la relación entre voluntad (lo que quiero) y acción (lo que puedo); en este sentido, el concepto refiere a qué tanto la persona se siente libre para actuar y comportarse según sus elecciones, en un marco de responsabilidad (lo que debo) consigo mismo y con los demás. La teoría de la autodeterminación ha pautado una línea de investigación que sostiene la existencia de tres necesidades psicosociales universales favorecedoras de bienestar:
Primera. La relación social. Refiere a la necesidad de mantener relaciones sanas y positivas con otras personas para el bienestar personal y el de los demás. Segunda. La competencia. La capacidad de la persona adulta para lograr los que desea en un entorno o contexto específico, familiar, escolar, laboral, entre otros, haciéndose cargo de las consecuencias sobre sí mismo y los demás. Evitemos confundir el término de competencia como competición, como competir con otros para ver quién gana o pierde; es esta reflexión, competencia refiere a la capacidad de la persona para saber, hacer y actuar, contrastando lo que puede lograr en tiempo presente con lo que ha logrado en tiempo pasado, con la intención de esforzarse por ser cada vez más capaz.
Tercera. La autonomía. Alude a la capacidad de la persona adulta para ejercer su libertad, su capacidad de elección y decisión, con base en su voluntad y sus capacidades, haciéndose cargo de lo que piensa, siente, dice y hace. El logro de una autonomía plena, o lo más plena posible, requiere no tanto de una autonomía física o funcional (es decir, cuánto dependo de otros para moverme o desplazarme de un lugar a otro, para hacer algo, para conseguir algo), sino más a una autonomía en términos de pensamientos y emociones que permite tomar decisiones libremente elegidas, sin depender de otros o ceder a las presiones sociales en relación con cómo pensar, sentir y actuar. Cabría acotar, por ejemplo, que es posible que los adultos mayores puedan ir perdiendo poco a poco su autonomía física o funcional, pero no necesariamente su autonomía cognitiva y emotiva; mientras que niñas, niños, adolescentes, como personas menores de edad, pueden gozar de autonomía física y funcional, aunque requieren del acompañamiento y tutoría de una persona adulta a cargo para favorecer su bienestar cognitivo, emocional y conductual.
Cuando la persona adulta procura atender de forma satisfactoria estas tres necesidades psicosociales activa su autorregulación, es decir, la necesidad de procurar el equilibrio con base en el control de sus pensamientos, afectos y comportamiento; en otras palabras, el control de lo que piensa, siente, le motiva, dice y hace, eligiendo las estrategias para alcanzar las metas que se ha planteado, estrategias que pudo haber puesto en marcha con anterioridad o que son novedosas y desea ponerlas a prueba. Un componente fundamental en la autorregulación es el control emocional, que le permite a la persona actuar no condicionada por sus sentimientos y emociones, sino por la reflexión sobre el equilibrio mental, afectivo y conductual. Una persona con dificultades en su autorregulación socioemocional, se siente fuertemente influida por las opiniones de los demás cuando debe tomar decisiones importantes y puede ceder con facilidad a las presiones sociales sobre qué pensar, decir, sentir y hacer.
¿Por qué la invitación a reflexionar sobre la autorregulación de las personas adultas? Porque una persona adulta que sabe cómo autorregularse ofrece más garantías de poder apoyar, acompañar y educar a niñas, niños y adolescentes, así como a otros adultos en los diversos contextos de convivencia e interacción que necesitan una influencia positiva para enriquecer su estado de bienestar; recordemos que tanto los menores de edad como los adultos mayores requieren una atención especial de los adultos a su cargo. Alguien que sabe cómo autorregularse, es capaz de influir y producir cambios favorables en el contexto que le rodea, enriqueciendo el ambiente para vivir, convivir, aprender y reflexionar.
Cuando los padres de familia saben cómo autorregularse, pueden ayudar y enseñar con su ejemplo a niños, niñas, adolescentes y adultos a su cargo. Cada situación de dificultad, como muchas de las que hemos vivido a raíz de la pandemia, nos confronta con la necesidad de aprender a autorregularnos como adultos a cargo de otros, procurando el bienestar personal y, sobre todo, el bienestar de los más vulnerables. Reitero, si en el hogar, que es el principal entorno de interacción social para garantizar un estado de bienestar, se hace lo que se requiere, en la escuela y en el aula los docentes pueden avanzar mucho más y mejor en enseñar a las y los alumnos cómo autorregularse. ¿Usted sabe cómo?