El agua y el puente: 40 años de “Por una democracia sin adjetivos”
El neoliberalismo existió y sigue existiendo. Continúa siendo el modelo económico, ideológico y cultural dominante en el mundo contemporáneo
¿Ha sido infravalorado el llamado tránsito a la democracia en México, aquel de fines del siglo XX y del advenimiento de la alternancia con Fox en diciembre de 2000? ¿Ha sido más bien sobrevalorado? La pregunta me asaltó después de escuchar la entrevista hecha por Ciro Gómez Leyva a Enrique Krauze, el pasado lunes 15 de enero, a propósito de los 40 años de la publicación del ensayo “Por una democracia sin adjetivos” (Vuelta, enero de 1984).
Puede ser que estén ocurriendo ambas cosas. Con toda evidencia, el gobierno de López Obrador ha estructurado un silencio en torno a un tema que no aparece ni en sus discursos, ni en la lectura histórica de Morena, ni en los nuevos libros de texto. De la parte antilopezobradorista, por el contrario, no deja de insistirse un solo día en la necesidad de recuperar ese tránsito para consolidar nuestra “germinal” democracia —como la ha llamado José Woldenberg—, amenazada hoy por quienes detentan el poder.
Más allá de las razones de la política práctica —de la que se ocupan con creces la opinocracia y los periodistas en busca de lo “noticioso”—, esto es explicable desde los subrayados y las omisiones detectables en cada una de las dos versiones de nuestra historia inmediata. Por el lado del lopezobradorismo, básicamente todo lo ocurrido desde la presidencia de Salinas de Gortari hasta antes de 2018, queda subsumido en una palabra que da cuenta, digamos, de una hegemonía o una mera dominación: neoliberalismo. No les falta, de algún modo, razón.
Autoritarismo
Por rumbos de los autonombrados demócratas liberales, el problema reside en que el esforzado pasaje a la consolidación democrática, con todas sus deficiencias, está siendo radicalmente obstaculizado por un régimen populista y autoritario que pretende copar el poder en su conjunto: desde la subordinación del Legislativo y el Judicial al Ejecutivo, hasta el desmantelamiento de los organismos públicos que gozan de autonomía constitucional. Tampoco les falta, de algún modo, razón. Unos se postulan representantes del pueblo y otros de la ciudadanía, unos hablan en nombre de lo popular y otros en nombre de la sociedad civil.
Ambos, sin embargo, pierden de vista lo fundamental: desde la hegemonía neoliberal —o, si usted quiere, desde el inicio del tránsito democrático, pues las dos trayectorias iniciaron casi al mismo tiempo— ha corrido ya mucha agua bajo el puente, es decir, el mundo cambió, la vida de la gente cambió. Parafraseando a Breton: la vida está ya en otra parte.
El neoliberalismo existió y sigue existiendo. Continúa siendo el modelo económico, ideológico y cultural dominante en el mundo contemporáneo, y lo ha sido desde tiempos de Reagan y Thatcher por lo menos (aunque con ellos, en la medida en que había un interés político y, todavía más, geopolítico, se conoció como neoconservadurismo). En México, las presiones de ese neoliberalismo dieron lugar a la destrucción de sistemas productivos, a la apertura casi indiscriminada del comercio, a la precarización y el despojo, al crecimiento de la economía informal, a la progresiva pérdida de la capacidad adquisitiva, al desarraigo de comunidades enteras, a la “flexibilización” de las relaciones laborales y al sometimiento del individuo a las impersonales fuerzas ya no sólo del Estado sino del mercado y la macroeconomía.
El régimen de la 4T
Lo curioso es que, antes que antineoliberal, el régimen de la autodenominada Cuarta Transformación se esté traduciendo más bien en una modalidad, acaso más relajada (y relajienta), del neoliberalismo económico: la apuesta por la inversión extranjera, el nearshoring y el TMEC, algo dicen acerca de esto. Por lo demás, recientes estudios sobre los resultados de dicho arreglo internacional (el TLCAN primero, el TMEC después), como el publicado por Gerardo Otero (“Los perdedores”, Nexos 553, enero de 2024), siguen demostrando con números duros la disminución del PIB per cápita promedio en México, el empobrecimiento de las clases trabajadoras y la reducción de sus posibilidades al punto de incrementar —señala Otero— la percepción de la actividad delincuencial como una opción atractiva de empleo y de codificación simbólica de su vida, especialmente entre la juventud. Aunque “codificación” es un eufemismo escolar: nunca habían muerto violentamente tantos jóvenes mexicanos como en los días que corren, tal y como lo muestra la información del 24 de enero del INEGI cuando informa que el homicidio es la principal causa de muerte entre jóvenes de 25 a 44 años en nuestro país (https://www.inegi.org.mx/co ntenidos/saladeprensa/boletines/2024/EDR/EDR2023_EnJn.pdf).
Básicamente todo lo ocurrido desde la presidencia de Salinas de Gortari hasta antes de 2018, queda subsumido en una palabra que da cuenta, digamos, de una hegemonía o una mera dominación: neoliberalismo."
RONALDO GONZÁLEZ SOCIÓLOGO Y ENSAYISTA