El Diario de Chihuahua

Tradición de una ciudad

- Catón Escritor y Analista político

Ciudad de México.— “Tenga cuidado al usar este condón -le advirtió el farmacéuti­co a don Gerontino, señor de edad madura-. El material de que está hecho produce a veces una reacción alérgica consistent­e en una gran inflamació­n del atributo varonil”. Preguntó con extrañeza don Gerontino: “¿Y qué tiene eso de malo?”. Susiflor, linda muchacha, hablaba con su madre: “¿Verdad, mami, que me has dicho que el camino al corazón de un hombre pasa por su estómago?”. Contestó la señora: “Así es, hija”. Declaró Susiflor: “Pues yo encontré otro caminito mejor un poco más al sur”. “Saltillo, bello Saltillo, con sus grandes catedrales. / Saltillo, hermoso Saltillo, siempre remedia los males. / Con su Benemérita Escuela Normal, su glorioso Ateneo Fuente / y su prestigiad­o Instituto Tecnológic­o Regional de Coahuila, SEP 60-38B, que está del Ateneo enfrente”. No sé quién sea el ignorado vate que escribió esos versos ditirámbic­os, pero puedo decir que, si bien claudicaba en lo relativo a la métrica, acertaba al calificar a mi ciudad de hermosa y bella. Yo expresé lo mismo en otra forma: “No quiero irme al Cielo: vivo en Saltillo”. Muchas son las bellezas, y pródigas las hermosuras de la capital coahuilens­e. Es una ciudad limpia, segura y ordenada. Ha conservado su encanto colonial y ha sabido también mirar hacia el futuro, siendo como es el mayor centro automotriz de México. Y ¿qué decir de las galas que la enorgullec­en? El sarape de Saltillo es lujo proverbial, y famoso su pan de pulque, sabrosísim­o. Quiero citar ahora otro motivo de ufanía nuestro, el cual recogió recienteme­nte la Lotería Nacional para ilustrar uno de sus billetes. He aquí que una entrañable empresa saltillens­e acaba de cumplir 100 años de edad. Se trata de la Empacadora Alanís, fundada por don Francisco Alanís Marroquín en 1920 como una pequeña planta elaborador­a de embutidos y convertida ahora en una gran productora de variados alimentos, entre ellos el célebre chicharrón de aldilla, delicia de paladar que sólo en Saltillo se elabora para deleite de propios y demás propios, pues para Saltillo no hay extraños. Recuerdo ahora con afecto a don Paco Alanís, mantenedor de la noble tradición de la casa, y felicito a mi amigo Jorge Alanís Canales, que conserva con cariño el valioso legado que recibió de sus mayores. Empresas como Alanís pasan a formar parte de la tradición de una ciudad, y de su historia. Que viva muchos años más para gozo y provecho de quienes saben comer bien. La mamá del muchacho que iba a contraer matrimonio se preocupaba de la futura alimentaci­ón de su hijo, de modo que le preguntó a la novia: “¿Estás segura de que podrás darle a Leovigildo lo que le gusta?”. “¡Uh, señora!” -respondió la chica, orgullosa-. Ya hace meses se lo he estado dando, y vaya que le ha gustado”. Conocemos bien a Capronio: es un sujeto ruin y desconside­rado. Cierto día llegó a su casa a las 7 de la mañana con evidentes señas de haberse corrido una parranda de órdago. Su esposa había recibido de un terapeuta familiar el consejo de tratar bien a su marido como vía de retenerlo en casa, de modo que le dijo: “¿Te hago de almorzar, mi amor, o quieres sexo?”. “Hazme de almorzar -le contestó Capronio-. De sexo vengo hasta aquí”. (Nota del autor. Sólo tengo un adjetivo para este majadero: cabrón). Don Cucoldo supo sin lugar a dudas que cuando él salía de su casa entraba en ella el vecino del 14. Le envió un mensaje perentorio: “Estoy enterado de que en mis ausencias visita usted a mi mujer. Lo espero mañana a las 10 horas en el Hotel Hucho a fin de tratar esta cuestión”. Con otro mensaje respondió el vecino: “Recibí su atenta circular. Gustosamen­te asistiré a la convención”. FIN.

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