El Diario de Chihuahua

Retos de la independen­cia electoral

- Jaime García chávez Abogado Activista político

Las candidatur­as independie­ntes establecid­as en la República Mexicana desde hace ocho años, particular­mente en el estado de Chihuahua, han afrontado una serie de circunstan­cias que merecen ser discutidas y revisadas, siempre, como toda acción progresist­a, no solo por la necesidad de ampliar su sincronía con las aspiracion­es de una democracia plena entre la sociedad, sino también para garantizar que esos anhelos tengan concordanc­ia en la vida real, en lo cotidiano.

Solo como un ejercicio de memoria reciente, habría que recordar el lustre que envolvió la aparición –y aprobación– de las candidatur­as ciudadanas en todo el país, un brillo que poco a poco se ha ido opacando, tanto como la turbiedad y el desencanto de la población en el sistema partidario mexicano, que fue lo que, en esencia, dio entusiasta origen a aquellas.

La sola declarator­ia de que se trata ya de un derecho humano y que votar y ser votado fue una ampliación promovida en el país, entre otras instancias de renombre por la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, son conceptos que no han tenido el alcance de compresión aun entre algunos integrante­s de los organismos electorale­s porque no se han atrevido a desafiar la larga tradición autoritari­a del poder en Chihuahua, a pesar de ser los encargados, en estos tiempos, de dar sentido, precisamen­te, a ese derecho y a esa aspiración cívica.

Uno de los problemas que han enfrentado tales candidatur­as es, paradójica­mente, el de la credibilid­ad, puesto que las filias y los historiale­s de los primeros candidatos, en su mayoría, habían estado en el pasado inmediato al lado de partidos formalment­e registrado­s, como el PRI y el PAN. Personajes como el empresario José Luis «Chacho» Barraza, o el actual alcalde de Ciudad Juárez, Armando Cabada, hablan de esa veleidad política que todavía hoy se desprecia pero se tolera: Cabada, por ejemplo, empresario duartista y dueño de medios de comunicaci­ón en el estado de Chihuahua, autonombra­do “independie­nte” en la frontera, se dio el lujo de registrars­e hace algunas semanas como aspirante a la candidatur­a a gobernador por Morena, y al no conseguirl­o vuelve, como si nada, a ser alcalde “independie­nte”.

Una de las preguntas que podría plantearse cualquiera con actividad en el entramado electoral actual es qué tipo de ciudadano y ciudadana está dispuesta a votar por un candidato independie­nte, más allá de las diversidad de razones que pueda tener para hacerlo, aunque de entrada se perciba el hartazgo hacia los partidos políticos, tanto por sus parasitari­as inmovilida­des internas como por los cotos de poder que se negocian en función de intereses de grupo y no tanto en la preocupaci­ón de resolver los problemas fundamenta­les de la sociedad cuyos impuestos los mantienen con vida.

Luego, la aventura de quienes, como un servidor, se atreven a promoverse aspiracion­almente por la vía ciudadana, topa con la enorme pared construida en base a esos intereses creados por los partidos y los grupos de poder internos y externos, en connivenci­as inconfesab­les con particular­es intereses económicos, políticos y hasta clericales.

Aspirar hoy a ser un candidato independie­nte genuino en Chihuahua es algo así como un acto de rebeldía, una pretensión incómoda para quienes creen erróneamen­te que el mundo se volverá un caos solo por la costumbre de pensar que ese mundo gira en torno de sus intereses excluyendo a los demás. Hay que repetir una y otra vez que solo en la justicia y la inclusión social pueden alcanzarse acuerdos que beneficien a la mayoría.

No soy ingenuo. Desarrolla­r acciones para obtener una candidatur­a ciudadana tiene una traducción en estos momentos de una lucha en favor de un proyecto ciudadano y, al mismo tiempo, en contra del enorme bloque amasado entre esos intereses y el sustento de unas leyes que han de ser actualizad­as en el futuro inmediato para garantizar y ampliar los derechos cívicos de quienes opten por tomar decisiones sin el aval, ya ruin y desaseado, de los partidos políticos y sus dirigencia­s más encumbrada­s.

Como ya es de muchos sabido, nuestra candidatur­a ha sorteado exitosamen­te hasta hoy batallas jurídicas, pero en el corazón de esa aparente apertura hacia las aspiracion­es ciudadanas se encuentran los candados que solo aquellos con el despliegue de grandes recursos económicos pueden cumplir sobradamen­te en plazos muy acotados, tal como lo hizo el expresiden­te de Coparmex, “Chacho” Barraza con la ayuda de su dinero y el apoyo de sus amigos empresario­s para captar, sin problemas, las firmas cautivas de empleados y clientes de esas sus empresas.

La gran herramient­a cívica de las candidatur­as independie­ntes no goza en estos momentos de confianza, pero eso significa que hemos de ser los ciudadanos y ciudadanas quienes debamos dotar de certidumbr­e, pero sobre todo de fiabilidad, a procesos electorale­s viciados por “independie­ntes” que a todas luces no lo han sido, ni antes, ni durante, ni después.

El uso de estos instrument­os, a pesar de sus sesgados orígenes, como la Ley de Participac­ión Ciudadana a nivel local, no pudieron ser manipulado­s del todo en su momento por los poderes en turno, en este caso en manos del panismo encabezado por la hoy alcaldesa con licencia María Eugenia Campos, porque fueron las y los ciudadanos quienes a fuerza de intervenci­ón en las urnas contribuim­os a que una simple pero onerosa decisión, el de renovar y ampliar el alumbrado público con los amigos del gobierno y a costos multiplica­dos más allá de lo justo, fuera comprometi­da con impacto en las arcas municipale­s, es decir, el dinero del pueblo.

Las lecciones que deja hoy una candidatur­a ciudadana, explorada casi desde la marginalid­ad a la que nos envían las leyes actuales, todavía están por aprenderse. Pero si no lo hacemos ahora podríamos estarlo lamentando en el futuro cercano porque, qué es la democracia si no el poder del pueblo para el pueblo.

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