CAMOTEROS SE NIEGAN A MORIR
Ciudad Delicias– El de camotero, uno de los oficios de antaño llegados del sur del país y que tuvo sus orígenes en el estado de México de donde proviene la receta tradicional de este rico postre mexicano, ya se está extinguiendo y pasando a mejor vida, pues es raro verlos las tardes de otoño e invierno cuando salen con su carrito y el sonido del silbato característico a vender este manjar, que regularmente es acompañado con cajeta, mermelada o leche condensada.
Son pocos los que se ven en Delicias, Meoqui y la región, ya que el oficio de camotero tiende a desaparecer y los pocos que hay se resisten a morir, generalmente en ciudades tranquilas de provincia y del estado, como es el caso de Meoqui.
El inconfundible carrito que simula una especie de pequeña máquina de ferrocarril o trenecito y el sonido del silbato, activado a base de vapor, llama a los vecinos para que salgan de sus casas a comprar y a disfrutar el postre.
Pero el carrito de los camotes poco a poco se va diluyendo de la memoria de quienes crecieron con el tradicional dulce mexicano. Apenas es uno el que se ha visto recorriendo las calles del fraccionamiento Villas San Pedro en Meoqui, donde don Pancho cayó embrujado ante el inconfundible silbato y como si hubiera escuchado el canto de las sirenas, ni tardo ni perezoso fue a su encuentro con el sabor.
“A 30 pesos le dieron el platito con su respectivo dulce de piloncillo en forma de jarabe, pa´ que se saboree el viejote”, dijo su nieto Alonso.
Este vendedor de camote y su inseparable carrito que va empujando por las calles al caer la tarde, y que conserva el postre caliente a base de especies de calderas con leña, sigue luchando por preservar la nostalgia y desde luego su trabajo, pues se extingue este singular oficio que se va perdiendo ante el avance vertiginoso de la tecnología y el apresurado modo de vida.
Las nuevas generaciones ni conocen el delicioso postre mexicano, y a los niños y jóvenes les causan asombro y sorpresa los chorros de vapor que salen del silbato emitiendo un sonido característico.
La receta original del producto proviene del estado de México, y este vendedor salió de su terruño para ofrecer esta delicia, ante la crisis económica y que acá en el norte es un poco menos, pero también le pega y más duro a la clase trabajadora, ya que la pandemia por el Covid-19 se vive en todo el país y cada quien hace su lucha a su manera para sacar el sustento para sus respectivas familias.
Recorriendo las calles de Meoqui el camotero va ofreciendo su producto, señalando que en esta época hay mucha materia prima, se consigue barata, para que quede un poco más de ganancia.
Camina por toda la ciudad y los clientes lo animan a que le siga y le eche ganas. Él mismo prepara los camotes, que se tardan tres horas en estar listos.
La preparación de este dulce tarda hasta tres días, ya que se tiene que dejar remojar y exponer los camotes al sol con anticipación para que estos estén suaves, ya que son muy duros cuando están crudos. Posteriormente cuando están listos se ponen en una vaporera con azúcar y piloncillo, procurando que agarren su característico color miel que tanto gusta a la gente.
Ya en su punto se colocan en el carrito que cuenta generalmente con dos cajones: arriba los camotes y en el de abajo la leña para mantenerlos calientes y listos para ser consumidos.
Son generalmente los días de lluvias e invierno, las mejores temporadas de ventas para este producto.
El característico sonido que emiten los carritos que venden camotes, proviene de una pequeña válvula de paso de agua que emite presión para que suene como flauta.
Cuando se escucha por las calles el característico silbato es indicativo que se encuentra cerca el camotero, un oficio que se resiste a morir, aunque sea en otras tierras, muy lejanas a donde nació la tradición.
A 30 pesos le dieron el platito con su respectivo dulce de piloncillo en forma de jarabe, pa´ que se saboree el viejote”
Alonso