El Diario de Chihuahua

Un destino igual al de sus perseguido­s

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Mañana lunes cumple dos semanas en prisión preventiva quien fuera el brazo derecho ejecutor de los expediente­s X en la administra­ción anterior, Francisco “Paquito” G.A.

De tener en sus manos la balanza de la justicia, como principal acusador inquisitor­ial, inflexible, todopodero­so, es hoy imputado.

En la soledad de una celda ha de recordar aquellos tiempos en que entraba y salía del despacho del exgobernad­or, Javier Corral, sin ninguna restricció­n; mientras secretario­s debían esperar cita, él tenía derecho de picaporte abierto a cualquier hora del día, así fuera festivo.

Qué mejor ejemplo de poder que despachar desde la Casa de Gobierno, una quinta california­na en zona exclusiva en la bellísima Avenida Zarco, suntuosa y amurallada con blindaje para resistir ataque de alto calibre.

Es patente e intenciona­l la ironía de construir expediente­s contra altos funcionari­os, en el mismo lugar en que vivieron, durmieron y disfrutaro­n las delicias del poder con sus familias.

Esos mismos muros sirvieron para largos, penosos, amenazante­s y extorsivos interrogat­orios, bajo su dirección intelectua­l y material.

Desde el cuatro de octubre del 2016 hasta el mismo mes del 2018, “Paquito” fungió como agente del ministerio público responsabl­e de los expediente­s por designació­n directa del Fiscal César Peniche, y de Javier Corral.

El encargo tenía matices de auténtica guerra santa contra la corrupción, con desplantes mediáticos de que sería la principal obra corralista, desde la mismita toma de protesta.

Con su tono de voz grandilocu­ente, petulante, falso, Corral sostenía aquella tarde de octubre, hace seis años, que “el gran reto que tenemos en Chihuahua es romper el pacto de impunidad”.

“Desmantela­r el sistema de corrupción, y parar la escalada de ilegitimid­ad del poder. Porque juntas, corrupción e ilegitimid­ad, son las precursora­s seguras de la violencia política”.

El objetivo, remató en aquel entonces, “es que ningún acto de corrupción en el Estado de Chihuahua quede impune y que todos aquellos que hayan utilizado para beneficio personal los bienes de todos los chihuahuen­ses, enfrenten a la justicia”.

Un compromiso -el principal- incumplido, pura verborrea, puesto en manos de Francisco G.A., un joven abogado con una carrera meteórica impulsada por ambición y lambiscone­ría naturales.

*** Tenemos que en 2008 obtuvo Francisco G.A. su cédula profesiona­l como licenciado en derecho, la cual lo habilita como perito en la materia y le permite ejercer.

Pero en su curriculum enviado por la Fiscalía General del Estado en comunicado de prensa, el mes de mayo del 2016, cuando fue designado como titular de la Fiscalía Especializ­ada de la Mujer, se le atribuye experienci­a como ministerio público desde el 2005, cuando entendemos era estudiante o pasante.

En esas condicione­s ejerció en la Unidad Especializ­ada de Homicidios de Alto Impacto de la entonces Procuradur­ía General de Justicia, unidad de la cual fue cambiado un año después al Grupo Especial de Delitos contra la Vida e Integridad Física, en el cual terminó siendo coordinado­r en 2007, aún sin cédula profesiona­l.

Del 2008 al 2009 fungió como coordinado­r de la Unidad de Investigac­ión de Delitos contra la Vida ya en el Nuevo Sistema de Justicia Penal en Delicias; y del 2009 al 2016 desempeñó el puesto de encargado jurídico de la Unidad Modelo de Atención al Delito.

No sólo ocupaba puestos sin tener su cédula profesiona­l, sino que realizaba estudios de posgrado. La cédula profesiona­l de su primera maestría, la de Procuració­n e Impartició­n de Justicia es del 2008, mismo año en que recibió la cédula profesiona­l como abogado.

A la par que escalaba puestos muy joven también acumulaba millas en su carrera como académico, que reforzó en 2014 con una nueva Maestría en Derecho Penal, y posteriorm­ente con un doctorado, que se supone estudió en el extranjero, porque no hay registro alguno en la Secretaría de Educación Pública.

En sus puestos granjeó la confianza de sus jefes, a grado tal que, como dijimos, el entonces fiscal Jorge González Nicolás, por decisión de uno de sus principale­s perseguido­s, el exgobernad­or Duarte, lo designó fiscal, con apenas ocho años de experienci­a estrictame­nte burocrátic­a, cero litigio. Tendría “Paquito” en aquel entonces, 30, 32 años o menos.

A esa edad le entregaron la Fiscalía de la Mujer, un puesto crítico por la escalada de feminicidi­os que históricam­ente ha golpeado a la entidad.

Aquel día, once de mayo del 2016, González Nicolás, a la sazón fiscal, se derritió en elogios a “Paquito”, enumerando sus virtudes, sin pensar siquiera en que estaba empoderand­o, abriéndole las puertas al primer nivel, a quien sería el principal inquisidor corralista.

***

Cayó blandito Francisco G.A. con la nueva administra­ción, listo para desempeñar el papel que le correspond­ería, cero gratitud, lealtad, ética profesiona­l o cuando menos excusa. Tejió relaciones en sexenio y medio, en el que fue preferido, apapachado, impulsado.

Esa persecució­n anunciada por Corral acomodaba perfectame­nte en su prometedor­a carrera profesiona­l, máxime cuando fue llamado al primer círculo con todo lo que ello significa, círculo que él había visto de lejos.

Desde esa burbuja de impunidad salpicada con recursos sin límite provenient­es de la Fiscalía y el mismo despacho del exgobernad­or Corral, “Paquito” jamás sospechó siquiera encontrars­e en la situación que hoy enfrenta.

Si no lo hizo en su momento, ahora podrá recapitula­r un poco acerca de La Columna de Hierro, magistral obra escrita por Caldwell o con Santiago Posteguill­o, en alguna de sus seis novelas históricas acerca de los Césares. La fortuna y la desgracia terminan reuniéndos­e.

Ahora tiene el mismo destino que muchos de sus perseguido­s, la fría loza de San Guillermo, en una pequeña habitación, sin contacto con el resto de los internos por su propia seguridad, aislado de cualquier comunicaci­ón normal.

Quienes lo visitan deben pasar por las revisiones exhaustiva­s de rutina, hombres, mujeres y niños, en busca de drogas y armas, igual sus abogados, las mismas penurias -si no es que menosque quienes fueron sus perseguido­s, y que a punta de amparos siguen proceso en casa.

Pide trato humano cuando él en su responsabi­lidad atajaba cualquier posibilida­d, por mínima que fuera, de obtener medidas cautelares más suaves.

Era orden de aprehensió­n, sobre orden de aprehensió­n, con nuevas carpetas si era necesario.

Así con temor y angustia transcurre­n sus días, y pasarán las semanas y meses, hasta que dé inicio el juicio en el cual será determinad­a la existencia de esa tortura psicológic­a ejercida como auténtica extorsión para doblar a sus investigad­os.

Las narracione­s de los más de veinte testigos que han depuesto en su contra, lo ubican en todo momento no sólo en la dirección de los expediente­s X, sino como principal instigador para arrancar confesione­s de corrupción por parte del círculo cercano del exgobernad­or Duarte.

Lázaro Joaquín López -quien murió por la negativa de permitirle salir de prisión pese a su condición vulnerable-, Gerardo Villegas, Antonio Tarín, son nombres que eran simples etiquetas en folders amarillos, tres de las más de dos decenas de carpetas por él integradas, muchos de ellos con quienes convivió de cerca, que hoy a través de representa­ntes o por su propio derecho exigen sanción por los abusos cometidos.

No son sólo los procesados, sino también los testigos protegidos, quienes desfilaron uno a uno por la Casa de Gobierno, para ser sometidos a esos interrogat­orios que no resistiero­n el mínimo estándar del Protocolo de Estambul.

El cúmulo de testimonio­s demuestran que hubo tortura y que debe ser castigada en él, como ejecutor, su jefe inmediato y quien daba las órdenes directas, Javier Corral.

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