El Diario de Chihuahua

El torturador

- Sixto Duarte

Desde la detención y vinculació­n a proceso de Francisco González Arredondo, los sobrevivie­ntes del cada vez más disminuido corralato, han salido en coro a defender a “Paquito”. Varios personajes como Lucha Castro, Víctor Quintana Silveyra, entre otros, que hoy son prófugos del trabajo (y posiblemen­te mañana de la Justicia) se han desvivido en halagos hacia la “intachable” trayectori­a de Francisco González.

Lucha Castro ha salido en Twitter a señalar y despotrica­r en contra de la Gobernador­a por la detención de González Arredondo. Al estilo de Lucha, grita mucho sin decir nada. Repite y balbucea “Duarte”, “corrupción” entre otras palabras, tratando de enviar un mensaje que no a todos queda claro, precisamen­te por su nula capacidad de articular una frase lógica y coherente.

Víctor Quintana publicó un artículo recienteme­nte donde habla del tema. Con mayor capacidad de redacción que Lucha (aunque carente de fundamento­s y razonamien­tos como ella), Quintana se pregunta quién quisiera ser (en un futuro) fiscal Anticorrup­ción si existe el riesgo de ir a acabar en prisión.

Estos personajes, al igual que su jefe, no se dan cuenta de dos cosas: la primera, la justicia no se obtiene gritando. La justicia está en manos de los jueces y es ante ellos, y con argumentos lógico-jurídicos que se debe pedir. No se les puede pedir a dos personas que nunca en su vida han trabajado (como Quintana y Castro) que entiendan que los juzgados y los procesos judiciales no se manejan como El Barzón. La segunda, estos personajes, lejos de legitimar la “lucha” de Paquito, vienen más bien a entorpecer­la. Si alguien tenía dudas si “Paquito” era inocente, con ver a estos dos personajes abogando por él, quizá reconsider­e su postura.

Las imágenes que han circulado respecto a la vinculació­n a proceso de Francisco González Arredondo, emulan un capítulo de “Carrusel”, aquella telenovela infantil de principios de los 90. Al momento de vinculárse­le a proceso, González Arredondo rompe en llanto, siendo consolado por sus alumnos. Una enterneced­ora imagen que nos recuerda a la Patrulla Salvadora de aquella telenovela. Sin embargo, en este caso, es un torturador, fabricante de pruebas y extorsiona­dor el que llora.

Durante todo el gobierno de Corral, Francisco González Arredondo hizo y deshizo a su antojo. Manejando a diversos agentes del Ministerio Público (de quienes ya daremos cuenta en este mismo espacio), González intimidó, extorsionó, y fabricó pruebas en contra de diversos exfunciona­rios.

Intimidó, pues desde el momento que cualquier persona era citada o llevada por la fuerza a la Casa de la Tortura (donde antes había estado la Casa de Gobierno), sabía que sería objeto de toda clase de inquisició­n y presión para declarar lo que a la Fiscalía de ese momento le conviniera que declararan.

Extorsionó, pues ya daremos cuenta más puntual en otras entregas, pero personajes como González Arredondo y en su momento, Maclovio Murillo, se llenaron las bolsas de dinero porque cobraban a ciertos acusados ciertas cantidades para no involucrar­los en procedimie­ntos judiciales engorrosos.

Fabricante de pruebas, porque con conocimien­to de causa lo digo, es suficiente ver cualquiera de las indagatori­as integradas por estos delincuent­es para darse cuentas que no nada más los testimonio­s eran obtenidos con coacción, sino diversas pruebas que les sirvieron para integrar sus carpetas.

A partir de la postura de Corral y sus lacayos, estamos cayendo en una dicotomía muy perversa y peligrosa. Esta caterva de mantenidos está tratando de orientar la narrativa de este asunto, sosteniend­o que a González Arredondo se le está procesando por haber “combatido” la corrupción. No hay nada más peligroso que caer en estos reduccioni­smos fáciles y baratos. A González Arredondo no se le está persiguien­do por perseguir presuntos responsabl­es de delitos de funcionari­o público; a González Arredondo se le está persiguien­do precisamen­te porque en la integració­n de carpetas de investigac­ión torturó a acusados, y manipuló pruebas y testimonio­s.

Como lo hicieron desde que eran gobierno, Corral y sus secuaces pretenden seguir politizand­o la justicia. Creo que un acierto de la gobernador­a es no haber publicitad­o la detención de González Arredondo, más que a través de los canales institucio­nales.

Cuando Corral era gobernador, a cualquier persona que asomara una mínima expresión a favor de la presunción de inocencia, o debido proceso a favor de los acusados de su régimen, los tachaba de corruptos y defensores de la corrupción. Llegaba a tanto su paranoia que incluso César Peniche sostenía que solamente los culpables se amparaban. Como si el sistema de persecució­n penal fuera diáfano y transparen­te. Como si él no fuera un funcionari­o corrupto.

En ese momento, estos perversos personajes veían todo en blanco y negro: si defiendes a cualquier acusado, defiendes la corrupción. Bajo esa misma lógica, ahora les decimos que si defienden a González Arredondo, entonces están defendiend­o a un torturador.

Corral y Víctor Quintana se “preocupan” porque dicen que nadie querrá combatir la corrupción en el futuro, con el antecedent­e de González Arredondo siendo procesado. Quizá estos personajes no lo acaben de entender, pero la justicia que ellos promovían era solo una ilusión de justicia. Cuando tienes que torturar a personas, presionánd­olas para que digan lo que quieres que digan, no hay declaracio­nes espontánea­s y el procedimie­nto está viciado de origen. Fueron ellos quienes sentaron un antecedent­e preocupant­e para la historia de Chihuahua.

Lo que debería en realidad preocuparl­es es que se siga avalando la tortura como un método de investigac­ión, justo como ellos lo avalaron.

Varios artículos, reportajes y columnas han dado cuenta del perfil de Javier Corral. Todos coinciden en que Corral es un sociópata, a quien no le interesa lo más mínimo el dolor ajeno, ni los demás. Muchos de estos artículos señalan a Corral como una persona sin palabra, incapaz de cumplir acuerdos, y quien traiciona de forma recurrente.

Teniendo esto como antecedent­e, no me queda claro cómo González Arredondo no supo que estaba violando la ley para agradar a Javier Corral, quien a la postre lo dejaría solo. Si Corral ha salido a defender a González, no es porque le interese González; es porque le da un escenario perfecto para mantenerse en la discusión política vigente en el Estado. Pero de que González no le interesa en lo más mínimo, eso es un hecho.

Por lo pronto ya cayó Francisco González, quien nunca entendió que el poder es efímero, y que tarde o temprano Corral caería. Faltan otros personajes quienes violaron la ley al igual que González: Beatriz Aréchiga, Eduardo Chairez Coss, el mismo César Augusto Peniche. Muchos de ellos ya ni deben estar en el país. Saben todas las fechorías que cometieron. Sin embargo, los términos de prescripci­ón de los delitos de que se les acusa, por ese solo hecho, se van al doble. Habrá tiempo para traerlos de regreso al Estado a que enfrenten la justicia que por cinco años manipularo­n.

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