No injuriarás
Los Diez Mandamientos son necesarios pero no suficientes. Les he ido agregando otros para saber cuándo se peca. Así el onceavo ordenamiento es “No harás mal tercio”. El doceavo “no pondrás la otra mejilla más de una vez”. El treceavo “No inseminarás in vitro”. El catorceavo “no permitirás matrimonios igualitarios” y el quinceavo “no injuriarás al presidente”.
“Injuriar” es según la Real Academia Española “ultrajar con obras o palabras”. A su vez “ultrajar” significa entre otras acepciones “ofenderse o mostrarse resentido por algún agravio” y esta última palabra es “ofender a la fama o al honor de alguien”. “Ofender” es “humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos” y así seguiríamos hasta llegar a que el término derivado es injuriar a alguien. Es la estructura de cualquier diccionario. Buscamos una palabra, la escudriñamos y finalmente volvemos al término original.
En realidad las definiciones mostradas son subjetivas, valorativas. Y he aquí lo importante. Las proposiciones pueden ser falsas o verdaderas (la Andrómeda es una galaxia de 220,000 años luz de diámetro (v) y Plutón es un planeta (f)). Las frases expresivas manifiestan valores éticos o estéticos y podemos estar de acuerdo o no (“¡Viva México! hijos de María Morales” o “esta pintura es una bazofia”) y no son ni verdaderas ni falsas En cambio las oraciones imperativas pueden ser obedecidas o no (Prohibido fumar) pero tampoco son o falsas o verdaderas porque no les corresponden esas categorías. Los diez mandamientos son de esta clase así como todo tipo de órdenes, prescripciones, reglas, leyes, prescripciones, decretos, estatutos, disposiciones.
A veces se entremezclan pero debemos encontrar su sentido. Sea el caso “fumar es dañino para la salud” puede entender se como una proposición( Fo V) o bien una invitación a no humear. Como sería “Gracias por esperar su turno”. Si lo mal interpretamos diríamos “por nada” y nos saltaríamos la fila. Notamos que las funciones básicas del lenguaje expuestas no son tan sencillas. Son más complejas.
Ahora bien “injuriar”, “ofender”, “humillar”, “agraviar”, son términos valorativos y su sentido depende de la intención. Decirle a un amigo “Como eres cabrón” podría ser entendido como una manera de injuriarlo, ofenderlo, humillarlo o agraviarlo. Pero no necesariamente, es posible que la intención será engrandecerlo y sea recibido con beneplácito.
Los políticos –y las políticas- desean legislar para que sea un delito mayor que hablen mal, injurien, hagan burla por cualquier medio de ellos y ellas y de sus progenitoras. Así, no podríamos escribir “Mengano –o Zutana- no es mi hijo –o hija-. Atte. La Chingada”.
Los insultos son el último recurso cuando los argumentos se agotan, cuando la razón se pierde y cuando la descalificación es lo único que nos queda. Cuando la bancada morenista intentó revivir y fortalecer un artículo vigente en la carta magna para multar y encarcelar a quien se atreva a ofender a los que mandan mostraron su lado más retrógrado. Pero el excelentísimo, diestro, sabio, culto, eminente, ilustre, íntegro señor presidente (por si aprueban la ley cuando este escrito esté en impresión) dijo no estar de acuerdo y en caso de que lo aprobaran él lo vetaría, no es porque no le guste que lo injurien -de hecho le encanta decir que es el presidente más atacado desde Francisco I. Madero- ni porque le molesten los insultos. ¿Será porque la clase política oligárquica teme que tampoco pueda insultar? Porque si me dicen “conservador”, “fifi”, “sabiondo”, “neoliberal” etc. no me molesta, pero a otros sí. Entre los de la 4T que se digan así es causa para liarse a golpes. Me imagino a #Esclaudia diciéndole a #Esmarcelo “aspiracionista” o “ladino”. Y como estos epítetos son interpretativos bien podrían pasar por injurias. Y millones podríamos demandar al presidente porque día a día menosprecia a quienes no pensamos como él.
En fin, no deberíamos injuriar a nadie, ni a nosotros mismos. Ah, corrijo, a nosotros sí, puedo decirme “¡Qué penitente! ¡Cómo se me ocurrió votar por éste!”.
Mi álter ego los invita a que sigamos defendiendo a una de las pocas instituciones independientes que nos quedan: el Instituto Nacional Electoral. Encontrémonos en las calles, en las plazas, en las páginas de opinión. Antes de que sea demasiado tarde.