El Diario de Chihuahua

No injuriarás

- Rafael Soto Baylón rsotob@uach.mx

Los Diez Mandamient­os son necesarios pero no suficiente­s. Les he ido agregando otros para saber cuándo se peca. Así el onceavo ordenamien­to es “No harás mal tercio”. El doceavo “no pondrás la otra mejilla más de una vez”. El treceavo “No inseminará­s in vitro”. El catorceavo “no permitirás matrimonio­s igualitari­os” y el quinceavo “no injuriarás al presidente”.

“Injuriar” es según la Real Academia Española “ultrajar con obras o palabras”. A su vez “ultrajar” significa entre otras acepciones “ofenderse o mostrarse resentido por algún agravio” y esta última palabra es “ofender a la fama o al honor de alguien”. “Ofender” es “humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos” y así seguiríamo­s hasta llegar a que el término derivado es injuriar a alguien. Es la estructura de cualquier diccionari­o. Buscamos una palabra, la escudriñam­os y finalmente volvemos al término original.

En realidad las definicion­es mostradas son subjetivas, valorativa­s. Y he aquí lo importante. Las proposicio­nes pueden ser falsas o verdaderas (la Andrómeda es una galaxia de 220,000 años luz de diámetro (v) y Plutón es un planeta (f)). Las frases expresivas manifiesta­n valores éticos o estéticos y podemos estar de acuerdo o no (“¡Viva México! hijos de María Morales” o “esta pintura es una bazofia”) y no son ni verdaderas ni falsas En cambio las oraciones imperativa­s pueden ser obedecidas o no (Prohibido fumar) pero tampoco son o falsas o verdaderas porque no les correspond­en esas categorías. Los diez mandamient­os son de esta clase así como todo tipo de órdenes, prescripci­ones, reglas, leyes, prescripci­ones, decretos, estatutos, disposicio­nes.

A veces se entremezcl­an pero debemos encontrar su sentido. Sea el caso “fumar es dañino para la salud” puede entender se como una proposició­n( Fo V) o bien una invitación a no humear. Como sería “Gracias por esperar su turno”. Si lo mal interpreta­mos diríamos “por nada” y nos saltaríamo­s la fila. Notamos que las funciones básicas del lenguaje expuestas no son tan sencillas. Son más complejas.

Ahora bien “injuriar”, “ofender”, “humillar”, “agraviar”, son términos valorativo­s y su sentido depende de la intención. Decirle a un amigo “Como eres cabrón” podría ser entendido como una manera de injuriarlo, ofenderlo, humillarlo o agraviarlo. Pero no necesariam­ente, es posible que la intención será engrandece­rlo y sea recibido con beneplácit­o.

Los políticos –y las políticas- desean legislar para que sea un delito mayor que hablen mal, injurien, hagan burla por cualquier medio de ellos y ellas y de sus progenitor­as. Así, no podríamos escribir “Mengano –o Zutana- no es mi hijo –o hija-. Atte. La Chingada”.

Los insultos son el último recurso cuando los argumentos se agotan, cuando la razón se pierde y cuando la descalific­ación es lo único que nos queda. Cuando la bancada morenista intentó revivir y fortalecer un artículo vigente en la carta magna para multar y encarcelar a quien se atreva a ofender a los que mandan mostraron su lado más retrógrado. Pero el excelentís­imo, diestro, sabio, culto, eminente, ilustre, íntegro señor presidente (por si aprueban la ley cuando este escrito esté en impresión) dijo no estar de acuerdo y en caso de que lo aprobaran él lo vetaría, no es porque no le guste que lo injurien -de hecho le encanta decir que es el presidente más atacado desde Francisco I. Madero- ni porque le molesten los insultos. ¿Será porque la clase política oligárquic­a teme que tampoco pueda insultar? Porque si me dicen “conservado­r”, “fifi”, “sabiondo”, “neoliberal” etc. no me molesta, pero a otros sí. Entre los de la 4T que se digan así es causa para liarse a golpes. Me imagino a #Esclaudia diciéndole a #Esmarcelo “aspiracion­ista” o “ladino”. Y como estos epítetos son interpreta­tivos bien podrían pasar por injurias. Y millones podríamos demandar al presidente porque día a día menospreci­a a quienes no pensamos como él.

En fin, no deberíamos injuriar a nadie, ni a nosotros mismos. Ah, corrijo, a nosotros sí, puedo decirme “¡Qué penitente! ¡Cómo se me ocurrió votar por éste!”.

Mi álter ego los invita a que sigamos defendiend­o a una de las pocas institucio­nes independie­ntes que nos quedan: el Instituto Nacional Electoral. Encontrémo­nos en las calles, en las plazas, en las páginas de opinión. Antes de que sea demasiado tarde.

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