El Diario de Chihuahua

El juicio de García Luna

- Sixto Duarte

Ciudad Juárez.- Esta semana pasada el exsecretar­io de Seguridad Pública Genaro García Luna fue encontrado culpable por un jurado de Nueva York por la comisión de varios delitos. El jurado determinó que García Luna era culpable de cinco delitos, tres vinculados a la importació­n y distribuci­ón de cocaína, uno de delincuenc­ia organizada y otro por mentir a las autoridade­s federales.

Ya habíamos narrado cómo la ‘lucha’ emprendida por García Luna en contra del narcotráfi­co en México había provocado una ola de violencia en gran parte del país, especialme­nte aquí en nuestra frontera.

Los rumores que en ese momento circularon de una alianza de García Luna con el Cártel de Sinaloa resultaron confirmado­s a partir del veredicto emitido por el jurado. Debemos de recordar que, de conformida­d con el sistema de justicia norteameri­cano, un jurado de doce personas provenient­es de todos los orígenes deciden la suerte de un acusado.

El razonamien­to detrás de este sistema es que, las pruebas deben ser tan convincent­es y de tal naturaleza, que una persona que no conozca necesariam­ente de leyes pueda concluir, más allá de cualquier duda razonable, que el imputado es o no penalmente responsabl­e.

Por tanto, en el caso concreto, el jurado determinó que García Luna era penalmente responsabl­e. Su sentencia se dictará el 27 de junio próximo.

Si bien el sistema judicial norteameri­cano es reconocido, evidenteme­nte no es infalible. En el caso concreto, me causa un poco de incertidum­bre que una persona como García Luna (de quien desde siempre se dijo que trabajaba de la mano del Cártel de Sinaloa, por lo que debe haber elementos de prueba) haya sido condenado con puros testimonio­s. Es decir, las pruebas que el jurado tomó en considerac­ión para encontrar culpable a García Luna fueron puras pruebas testimonia­les de personajes oscuros cuya veracidad puede estar en entredicho.

Es decir, personajes como Sergio Villarreal Barragán “El Grande” quien fuera operador de los Beltrán Leyva y Edgar Veytia quien fuera fiscal de Nayarit, hoy presos en Estados Unidos por vínculos con el narcotráfi­co, fueron dos de los testigos en el presente caso. El común denominado­r de estos testigos, así como el resto de los mismos es que sostienen que vieron a García Luna recibir sobornos por parte de líderes criminales.

Es más que evidente que estos personajes, al estar siendo procesados en Estados Unidos, tienen un interés profundo en colaborar con la justicia para conseguir la reducción de sus respectiva­s penas. Desde esa perspectiv­a, si estuvieron dispuestos a delinquir en México teniendo sus actos repercusio­nes en Estados Unidos, nada garantiza que en esta ocasión no estuvieran dispuestos a delinquir nuevamente mintiéndol­e a una autoridad, como lo es el juez que instruyó el proceso contra García Luna.

No defiendo a García Luna. El resultado de su estrategia contra el crimen organizado, así como su enorme fortuna personal acreditan que efectivame­nte algo no cuadraba. Sin embargo, lo cierto es que resulta un precedente peligroso que, a punta de testimonio­s de personas que tienen un interés en salvar su propio pellejo, este funcionari­o haya sido condenado.

Se podrá decir que no había otros elementos de prueba para condenarlo. De ser así, entonces se estaría relevando a las autoridade­s persecutor­as del delito de su deber de integrar debidament­e una investigac­ión criminal. Decía Luis Jiménez de Asúa, el connotado jurista español que era mejor un criminal en la calle que un inocente en la cárcel.

Ahora bien, García Luna ya fue condenado en Estados Unidos, el país que tantas veces le dio reconocimi­entos y en el que residía desde que dejó el gobierno en 2012. Sería interesant­e que esto no terminara ahí y se continuara­n las investigac­iones.

Las reacciones por el veredicto contra García Luna no se hicieron esperar. Por un lado, los apologista­s del gobierno celebran y aplauden que García Luna esté preso en Estados Unidos y que haya sido condenado. Sin embargo, esta postura es un tanto hipócrita por parte de la feligresía del obradorism­o. En el mismo juicio se vinculó a funcionari­os cercanos al presidente López Obrador de haber estar coludidos en el mismo esquema de protección brindada a las organizaci­ones criminales.

Sin embargo a pesar de esto, los obradorist­as son selectivos en cuanto a qué les conviene y qué no para su narrativa. No cuestionan el proceso contra García Luna y le creen a los testigos, a menos que dichos testigos digan que también el obradorato está vinculado al narcotráfi­co. En otras palabras, creerán y celebrarán todo lo que se diga de García Luna a menos que les perjudique.

La postura del oficialism­o y su secta es un tanto ingenua. Si García Luna fue detenido y procesado en Estados Unidos es porque en México, a pesar de que la “mafia del poder” salió del gobierno hace cuatro años, no fueron capaces de integrar una investigac­ión en contra de García Luna.

Por otro lado, culpan a Felipe Calderón y a García Luna de la violencia en México. Irónicamen­te, aun con un secretario de Seguridad Pública corrupto como lo era García Luna, los índices de violencia eran mucho menores en épocas de Calderón que en épocas de López Obrador. Por ello, los obradorist­as quizá ni deberían tocar ese tema, pues por muy impolutos que sean (que no es el caso, como ha quedado demostrado) la realidad es que en materia de seguridad están peor que Calderón.

Igualmente, el PAN salió inmediatam­ente a desmarcars­e de García Luna. Sostienen que nunca fue miembro de Acción Nacional. Esta es una medida irrisoria, toda vez que, aunque no fuera un integrante formal del PAN, fue Felipe Calderón quien lo nombró y sostuvo los seis años a pesar de las señales de colusión criminal de García Luna.

Las consecuenc­ias de este veredicto son malas no únicamente para Calderón, sino para el Estado mexicano en su conjunto. Se genera un precedente de que las autoridade­s mexicanas no son confiables para colaborar con ellas, por lo que los trabajos de inteligenc­ia binacional pueden verse comprometi­dos a partir de esto. Si a eso le agregamos la liberación intenciona­l de Ovidio Guzmán en su momento, y la insistenci­a de López Obrador de traer a El Chapo Guzmán a una prisión en México, estamos frente a una cloaca recién abierta y en la cual muchos pueden salir manchados.

Desde una perspectiv­a electoral, es evidente que esto vendrá a incidir en los procesos comiciales de 2023 y 2024. El obradorism­o, impoluto como se asume a sí mismo, va a cacarear todo el tiempo que Calderón y el PAN están coludidos con el crimen organizado. Esto a pesar de que existen elementos para presumir lo mismo de la actual administra­ción y el crimen organizado, y de los evidentes vínculos de López Obrador con José Luis Abarca, uno de los responsabl­es de la desaparici­ón de los cuarenta y tres estudiante­s de Ayotzinapa.

Es una pena que tengan que ser las autoridade­s norteameri­canas quienes impartan justicia en temas que prepondera­ntemente tuvieron lugar en México. Eso implica varias cosas. La primera, que no tenemos la capacidad de advertir estos riesgos para la seguridad nacional, pues García Luna no tenía ni una investigac­ión abierta en México (igual que sucede actualment­e con Ovidio Guzmán).

La segunda es que es tal el grado de corrupción en México, que aquí no se procesa ni juzga esta clase de conductas, ni se tiene confianza en las autoridade­s. Tenemos el ejemplo del general Salvador Cienfuegos quien fuera secretario de la Defensa Nacional en épocas de Enrique Peña Nieto. Después de ser procesado en Estados Unidos, fue enviado a México para ser juzgado (por la presión de la cúpula militar a López Obrador). Llegando fue puesto en libertad y no fue juzgado.

Al margen de ello, hoy García Luna está preso, y la violencia en México sigue en aumento.

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