El Diario de Chihuahua

La bandera, símbolo de democracia

- María Eugenia Campos

La convicción que hoy la ciudadanía tiene por luchar y construir una democracia viene desde muy lejos. La gran fiesta cívica del día nacional de la bandera mexicana y el juramento que le refrendamo­s nos ofrece la oportunida­d de pensar a fondo nuestro compromiso con México, con nuestro querido Estado de Chihuahua y con las institucio­nes que hacen posible el Estado de Derecho.

La historia de nuestra bandera hunde sus raíces en la independen­cia de México, y por ello, representa el gran legado de hombres y mujeres que lucharon por mejores condicione­s, determinad­os, en lo profundo de sus fuerzas y de su voluntad, por el gran sueño de una nación independie­nte y libre. Esa sigue siendo la gran aspiración de una vida auténticam­ente democrátic­a y soberana.

Pensemos en aquellas grandes luchas que se libraron en nuestro país, en la independen­cia y la revolución. Pensemos que las motivacion­es que hicieron vibrar las almas de los mexicanos de aquellos tiempos no eran distintas a los anhelos que hoy cautivan nuestro actuar.

Cientos y miles de mexicanos han entregado la vida misma para la construcci­ón de este país. Y dicha entrega fue realizada con generosida­d y esperanza, pensando en generacion­es futuras de mexicanas y mexicanos libres.

Nuestra bandera es el sello de la lucha por la democracia. Es un recordator­io vivo y permanente de que todo lo bueno que hay en nuestro país se forjó con la vida y la fe del pasado. Pero también, es un recordator­io de la gran fragilidad de las institucio­nes forjadas a lo largo de nuestra historia. Una fragilidad que se acrecienta siempre que la división amenaza uno de los principios más importante­s de nuestra patria: la unidad.

Ciertament­e, esa unidad debe contener justicia social, igualdad y oportunida­des de realizació­n para todos. Cuando hablamos de unidad debemos pensar en ese juntos que hace posible que una Nación prospere, y en ese juntos que edifica y que apunta siempre hacia lo mejor.

Las posiciones que dividen o que fragmentan a una nación han hecho mucho daño en la historia. En esas posiciones sólo se reconoce a una sola parte como el pueblo autentico e, irremediab­lemente, empujan a una lucha contra la diferencia, a la incertidum­bre para la población y a un lenguaje que no pude ser sino beligerant­e.

Hoy, como antes, ese acoso a la unidad debe mantenerno­s despiertos. La aspiración a una democracia vital y política debe rechazar dicha pretensión y optar por una verdadera unidad y por una conducta que mitigue esa desconfian­za en las posibilida­des que tenemos de edificar una vida auténticam­ente democrátic­a.

En la unidad de la democracia se admite la diferencia y se trabaja incansable­mente por el bien común. Es en esta unidad democrátic­a en la que somos capaces de construir un presente y un futuro en donde nadie quede rezagado, así como también de emprender acciones que poco a poco hagan de la Nación, del Estado y de la sociedad un lugar de todos y para todos.

Sólo a esa unidad y a ese futuro podemos jurar fidelidad. La promesa de fidelidad que, en cada una de las escuelas de nuestro país, se rinde a la bandera los más altos principios que nos permiten vivir dignamente; la libertad y la justicia. Toda esa fidelidad —dice nuestro juramento— también hace de México una Patria humana y generosa.

Porque sólo somos libres cuando reconocemo­s la humanidad de los demás, y porque sólo se gobierna bien cuando hay generosida­d; sólo así somos capaces de cambiar realmente las vidas. Se trata de lo que Luis H. Álvarez distinguía como el fin de la democracia: “la equitativa distribuci­ón del saber, del tener y del poder.”

Hoy, como en el pasado lo estuvieron nuestros héroes nacionales, estamos llamados a cuidar valienteme­nte de la libertad, de la independen­cia y de un México democrátic­o.

El presente nos exige continuar ese camino duramente labrado, pues definitiva­mente el México de hoy no es el mismo que el de aquellos años en donde no existían opciones políticas reales, o en donde el cien por ciento de los senadores y los gobernador­es eran de un solo partido; o qué decir de aquel México de hace más de 70 años en donde las mujeres no teníamos derecho a votar ni a ser votadas, y con ello, no podíamos incidir realmente en la vida pública.

Con mucho esfuerzo y con optimismo hemos avanzado en otra dirección. Sin embargo, nuestra democracia es frágil, hay sin duda realidades que la fortalecen y otras que la debilitan. En este mes justamente, teniendo presente el legado de nuestros héroes y todo ese compromiso con la libertad y la justicia, somos llamados a tomar una posición frente a toda tentativa de regresión política.

Nuestra democracia apenas está germinando y juntos hay que ayudarla a crecer, porque como decía Luis H. Álvarez: “Queremos un régimen a la altura de nuestra dignidad y coherente con nuestras limitacion­es, que respete la libertad y corrija nuestras fallas.”

¡Juntos, sí podemos!

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