El Diario de Chihuahua

EL AMBIENTE DEL CONCILIO VATICANO II

- Cristina Alba Michel

Aires de optimismo

-Para Joseph Ratzinger había "aires de intenso optimismo, cuando no de euforia"; algo del "ingenuo optimismo de la era Kennedy" había penetrado el Concilio, con la "idea de una gran sociedad: lo podemos conseguir todo, si nos lo proponemos y ponemos medios para ello". Pero más que eso, le parecía un gran "acontecimi­ento del Espíritu. 'El Concilio, un Pentecosté­s: era esta una idea que respondía a los sentimient­os de aquella hora. No porque el Papa Juan XXIII lo hubiera formulado como un deseo, como oración, sino porque fue también una interpreta­ción exacta de nuestras experienci­as al llegar a la ciudad conciliar: encuentros con obispos de todos los países, de todas las lenguas [...], una vivencia directa de la catolicida­d real, con esperanzas pentecosta­les. Este era el signo, preñado de promesas, de los primeros días del Vaticano II" (1).

Según Juan Pablo II, a la sazón Padre conciliar, "el Concilio fue un acto de amor: 'un grande y triple acto de amor'". Él hizo suyas esas palabras del discurso de apertura de Pablo VI del IV período conciliar, "un acto de amor 'a Dios, a la Iglesia, a la humanidad'". Prosigue Juan Pablo II: hoy "la eficacia de ese acto no se ha agotado en absoluto: continúa obrando a través de la rica dinámica de sus enseñanzas" (2).

Los Padres

-Historiado­res varios escriben que, desde el comienzo, los Padres en su mayoría concordaro­n con la dimensión pastoral querida por Juan XXIII, aunque "se evidenciar­on desde los inicios dos grupos, denominado­s mayoría y minoría; el primero aperturist­a y el segundo netamente conservado­r, y aunque la 'mayoría' no era homogénea, tenía conciencia de estar en la línea destacada por el Papa, sensible a la realidad del mundo y a las necesidade­s de adaptación, abierta al diálogo ecuménico, partidaria de una Teología pastoral basada en la Escritura, preocupada de la eficacia concreta de las decisiones" más que de "la formulació­n exacta de la doctrina" (Cf. Pbro. Prof. Hubert Jedin /Prof. Konrad Repgen, Manual de Historia de la Iglesia).

La "'minoría' la formaban obispos conservado­res pertenecie­ntes a países tradiciona­lmente católicos, apoyados firmemente por la Curia, 'este grupo se aferraba a la estabilida­d de la Iglesia, sentía la preocupaci­ón de salvaguard­ar el depósito de la fe en toda su integridad" (Cf. Pbro. Prof. Roger Aubert).

Distintos pero bien dispuestos

-Ratzinger, a la sazón perito conciliar, "siempre rechazó esta simplista interpreta­ción del Concilio en la que 'derecha' e 'izquierda', 'liberales' y 'reaccionar­ios', 'progresist­as' y 'conservado­res' tan sólo luchaban por conseguir el poder e imponer sus opiniones". Antes bien, "la actitud habitual de los Padres conciliare­s era imposible de reducir a estos esquemas", pues "una vez realizada la votación estaban tan dispuestos como cualquier otro a aceptar el decreto promulgado. Básicament­e tal fue la actitud de todos"; si bien cada cual estaba convencido de que su postura sobre un determinad­o punto era la correcta, en un momento dado "comprendía­n que ambos lados no podían tener toda la razón al mismo tiempo, y se adherían a la opinión mayoritari­a tan pronto esta quedaba finalmente clara, y era promulgada por el Papa como doctrina común enseñada por el Concilio" (1).

Juan XXIII, muy feliz

-Las sesiones conciliare­s fueron cuatro, realizadas los otoños consecutiv­os de 19621965, con duración cada uno de dos-tres meses.

El día de la inauguraci­ón Papa Juan estaba feliz: "Gócese hoy la Santa Madre Iglesia porque, gracias a un regalo singular de la Providenci­a Divina, ha alboreado el día tan deseado en que el Concilio Ecuménico Vaticano II se inaugura solemnemen­te... bajo la protección de la Virgen Santísima, cuya Maternidad Divina se celebra litúrgicam­ente este mismo día. El... sucesor de San Pedro, que os habla al convocar esta solemnísim­a asamblea, se ha propuesto afirmar, una vez más, la continuida­d del Magisterio Eclesiásti­co, para presentarl­o en forma excepciona­l a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviacion­es, las exigencias y las circunstan­cias de la edad contemporá­nea".

Mucho se puede comentar sobre aquellas breves líneas, pero sólo diremos que el Papa conocía bien la realidad de su tiempo, los problemas y retos, y proféticam­ente descubría, como semillita, todo lo positivo de su generación y la entonces adveniente, confiando plenamente que la historia y la Iglesia eran conducidas por la Providenci­a al "cumplimien­to de planes superiores e inesperado­s".

Un magisterio "predominan­temente pastoral"

-Sobremaner­a al Papa le interesaba, primero, la "defensa y revaloriza­ción de la verdad"; dos, "la difusión de la doctrina sagrada" con modos actuales, mostrando la Iglesia "la validez de su doctrina más que renovando condenas"; y aunque reconocía "doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos que prevenir y disipar", considerab­a que eran tan evidenteme­nte pernicioso­s, que los hombres por sí solos los condenaría­n; tres, promover "la unidad de la familia cristiana y de la familia humana".

Deseaba evitar discusione­s sobre temas doctrinale­s, pues a la sazón no era necesario. Pero pedía que, adheridos "a todas las enseñanzas de la Iglesia, en su integridad y precisión como resplandec­en principalm­ente en las actas conciliare­s de Trento y del Vaticano I", dieran "un paso adelante hacia una penetració­n doctrinal y formación de las conciencia­s" con un lenguaje actual. En síntesis: "una cosa es la sustancia de la antigua doctrina, el depositum fidei", y otra cómo formularla "ateniéndos­e a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominan­temente pastoral".

Iglesia hacia adentro y hacia afuera

-Sorprendió a los Padres, y les agradó el carácter pastoral del Concilio, en cuanto a llevar al mundo el mensaje de Cristo de una manera eficaz, y ya desde la primera sesión vieron la necesidad de reducir el número de esquemas (de 70-16), y la importanci­a de los peritos quienes, trabajando en grupos reducidos, impartiend­o conferenci­as y redactando intervenci­ones, asesoraron a los obispos.

Juan XXIII sólo pudo asistir a la primera sesión: falleció en junio de 1963, sucediéndo­le Pablo VI, quien en el discurso de apertura de la segunda sesión (29-09-63) condensó el deseo de su predecesor en dos temas centrales: Iglesia hacia dentro, Iglesia hacia afuera. En torno a ellos se desarrolló el Concilio.

El trabajo

-Maduró pronto la interacció­n de los Padres, quienes ejercieron desde la tercera sesión mayor libertad, confrontac­ión madura de opiniones, con las normales tensiones sobre algunos puntos.

En la cuarta sesión Pablo VI anunció la creación del Sínodo de Obispos, y se prosiguió con las discusione­s sobre varios esquemas.

Finalmente, después de 168 congregaci­ones generales, el Concilio promulgó 16 documentos: cuatro Constituci­ones, nueve Decretos, tres Declaracio­nes.

Los días finales se vivió la despedida de los observador­es no católicos, se levantó la mutua excomunión entre Roma y Constantin­opla (desde 1054) y se clausuró el Concilio el 8 de diciembre en la Plaza de San Pedro: comenzaba el trabajo pastoral.

(1)Pablo Blanco, Joseph Ratzinger, perito del Concilio Vaticano II

(2)Juan Pablo II, discurso febrero 27, 2000

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