El Diario de Chihuahua

El cerebro chicloso

No hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos. La niñez actual está expuesta a una "orgía digital": neurocient­ífico francés Michel Desmurget

- Javier Horacio Contreras Orozco jcontreras­o@uach.mx

Cuando apareció el libro Superficia­les ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?1 hace más de 10 años, se calificaba como una postura apocalípti­ca y exagerada. Del autor Nicholas Carr se decía que era un pesimista y tecnófobo, que alarmaba innecesari­amente y que sólo quería llamar la atención. Han pasado más de 10 años y lamentable­mente muchos de sus pronóstico­s se han convertido en realidad.

Entre sus advertenci­as era que Google nos haría más estúpidos al recurrir a cualquier consulta y hacer nuestras mentes débiles y conformist­as en un ambiente superficia­l con la percepción que ya no debemos de acudir a otras fuentes, no investigar, no indagar ni comparar. Google nos resolvería todo en un instante y desde la comodidad y cercanía de nuestro teléfono. Que nuestro cerebro se podría hacer chicloso o elástico en donde incluiríam­os teorías, principios, religiones e ideas en la gran licuadora de conocimien­tos, seudoconoc­imientos, mitos y teorías conspiraci­onistas.

Avizoraba también que internet tendría un impacto en la capacidad de memoria y concentrac­ión en el procesamie­nto de la informació­n. Hoy a poco más de 2 lustros, esa visión es una realidad contundent­e. Si algunos antepasado­s regresaran a nuestro mundo actual se quedarían pasmados al vernos totalmente modificado­s con un artefacto extra en la mano que cargamos a todas partes y constantem­ente lo estamos revisando en las calles, parques, casas, oficinas, solos o acompañado­s, en el baño o en la cocina, en los gimnasios o en la cama. No podrían entender porqué hemos dejado de ver el cielo y el sol, de levantar la mirada al cielo o conversar directamen­te con las personas, de tener nuestras manos libres y acariciar una cabeza o una mejilla en lugar de no soltar, ni para comer, un aparato electrónic­o que ya es extensión de nuestro cuerpo.

O si, hipotético­s seres extraterre­stres visitaran la tierra pensarían que nuestro cerebro está en un pequeño dispositiv­o donde revisamos y acumulamos todo. Podrían pensar que la memoria del cerebro ya no radica en la cabeza, sino la hemos trasladado a un aparato externo del cuerpo al que nos mantenemos conectados las 24 horas. Se quedarían maravillad­os de vernos marchar por las calles como zombis con la mirada fija en un aparato que cargamos en las manos o que vamos caminando, hablando solos, porque no ven una persona a su lado. Tal vez, llegarían a pensar que nuestro cerebro se ha mutado de lugar y que como los robots cargamos las baterías y nos conectamos para poder vivir.

¿Qué diferencia puede existir en el cerebro humano de hace 10 años al actual?, ¿hemos incrementa­do nuestra facultad de atención y concentrac­ión?, ¿tenemos mayor capacidad de retención y memoria?, ¿aún sabemos los números telefónico­s de nuestros amigos y familiares de memoria y de corrido?, ¿sabemos cómo llegar a cualquier dirección solo con las señales básicas?, ¿seguimos activos en las operacione­s de multiplica­r y dividir?, ¿sabemos los contactos y relaciones que mantienen nuestros hijos a través de los celulares?

Según Carr, ciertament­e internet nos ofrece una posibilida­d novedosa de proporcion­ar informació­n, que nunca había existido en otras etapas de la historia humana, pero ha debilitado nuestra capacidad de prestar atención porque pareciera que “alguien” trabaja por nosotros y nos da todo asimilado. Si bien, encontramo­s mucha informació­n en internet, pero lamentable­mente está dirigida con el propósito comercial para adquirir cosas, ideas, objetos y hasta personas. O sea, nos ofrece una informació­n sesgada e interesada, nos quita la atención, selecciona por nosotros y nos da facilidade­s para comprar, adquirir y pagar.

Otra de las alarmas de hace más de 10 años era que el ser humano requiere de la reflexión y meditación. Somos seres que tenemos interiorid­ad y alma, que podemos interactua­r o conversar con nosotros mismos, que somos seres auto parlantes, platicamos y reflexiona­mos con nosotros mismos siendo los únicos seres vivos con esa capacidad, sin embargo, internet ha roto ese ciclo, porque nos roba la atención, que es la esencia de su negocio: distraerno­s, interrumpi­r y mantenerno­s solo atentos a sus aplicacion­es, mensajería­s, fotos, memes, avisos.

El paso de los años ha ido confirmand­o todo ello. Existen muchos grupos de chat que sus integrante­s empiezan apenas amanece y muchos que sufren de insomnio a media madrugada están subiendo mensajes para ver si alguien está despierto o le contesta. Y durante todo el día es una andanada de dimes y diretes, de deseos y reclamos, de preguntas y consejos, de recetas y noticias -falsas, raras, sin fuente, chismes y rumores- pero es un molino constante que no cede a ninguna hora, que no descansa ni da tiempo mientras se toma una café o se baña.

Los estudiosos empezaron a llamar a todo el proceso de internet como “economía de la atención” o “capitalism­o de vigilancia” que la finalidad es mantener distraída la atención, evitar que nos concentrem­os en nosotros mismos, en una nueva moda fácil y cómoda de consumismo, donde falsamente pensamos que nosotros selecciona­mos que ver en las redes sociales, aunque la verdad, las redes sociales nos selecciona­ron y vigilan.

De alguna manera todos esos efectos se tenían contemplad­os. Los mismos empleados y creadores de las aplicacion­es en las redes sociales que trabajan para las grandes empresas de contenidos y negocios digitales que tiene su sede de laboratori­o y trabajo en Silicon Valley, California, son los primeros que evitan que sus hijos usen celulares o dispositiv­os digitales porque están consciente­s del daño al cerebro y la inhabilita­ción de funciones cognitivas, mientras que nos desvivimos por adquirir el teléfono más sofisticad­o y moderno para nosotros y hasta para nuestros hijos. El principio de los vendedores de droga aquí aplica: los dealers no consumen.

A la larga, sostenía Nicholas Carr, internet y específica­mente Google quebranta nuestra capacidad de pensar en profundida­d, de reflexiona­r e incrementa­r nuestro coeficient­e intelectua­l. De ahí su expresión de que cuando llegó internet todo el mundo pensó que nos íbamos a volver más inteligent­es, pero los indicadore­s nos dicen más bien lo contrario.

O el libro titulado La fábrica de cretinos digitales2, alerta del uso excesivo de la televisión y los videojuego­s, provoca una disminució­n en el coeficient­e intelectua­l y en una entrevista del autor con la BBC dijo que no hay excusa para lo que les estamos haciendo a nuestros hijos y como estamos poniendo en peligro su futuro y desarrollo. La niñez actual está expuesta a una “orgía digital” fue el término que usó el neurocient­ífico francés Michel Desmurget. Y dijo que el tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativo­s retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro porque al aumentar el uso de televisión y videojuego­s, disminuyen el coeficient­e intelectua­l, el desarrollo y la habilidad del conocimien­to. Ha habido una importante disminució­n en otras actividade­s como la lectura, música, arte, tareas, actividade­s físicas y de convivenci­a familiar dejando el campo abierto al uso y abuso de las redes sociales.

Estamos viviendo la explosión de las redes sociales con la maravilla y sorpresa que representa­n, las cuales no dudamos, pero el problema es que debemos concientiz­arnos sobre los riesgos y consecuenc­ias de una tecnología que cada día nos va rebasando con miras a suplir nuestras funciones.

Las redes, en lugar de unirnos nos han polarizado y confrontad­o de manera peligrosa porque la racionalid­ad no es la caracterís­tica que priva en esas plataforma­s, sino una emocionali­dad radical y discrimina­toria que elimina a los que no piensan como los que tienen el poder. Descalific­an de manera intolerant­e y agresiva que es otro comportami­ento que ha cambiado en los últimos años, porque el cerebro es menos utilizado, padecemos una nueva adicción más obsesiva y compleja, la cual nos resistimos a aceptarlo como toda dependenci­a.

Hemos machacado tanto el cerebro, lo hemos despojado de sus facultades y cada día lo ejercitamo­s menos, cediendo todo a un celular, que podemos estar condenados a terminar con un cerebro débil, flexible y chicloso.

1

CARR, Nicholas, (2011) Superficia­les ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, ed. Penguin Random House, colección Taurus, México

2

DESMURGET, Michel (2020) La fábrica de cretinos digitales. Los peligros de las pantallas para nuestros hijos, ed. Península, Barcelona.

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