El Diario de Chihuahua

La Tigresa y el Gato

Irma Serrano, la última amante de José Alfredo Jiménez

- Alfredo Espinosa Médico Psiquiatra Escritor alfredo.espinosa. dr@hotmail.com

José Alfredo vivió el presente con toda intensidad; fue un compositor fecundo porque gastaba la vida con despilfarr­o. Sabía que no valía nada la vida, que sólo nos servía para irnos muriendo, que sólo daba tiempo para hacer la cruz de pesadumbre­s y el rosario de dolores, tomarse la del estribo, y partir al misterio de la noche. Sabía que sólo el amor, en su máxima entrega, lo podría detener un poco aquí en la tierra.

Un ejemplo de cómo amaba José Alfredo lo expresa él mismo en una hermosa y reveladora carta que escribe a la «Tigresa» Irma Serrano un mes antes de morir. En esa carta resume sus caracterís­ticas psicológic­as, su concepción de la vida, su capacidad amatoria y la manera en que algunos acontecimi­entos afectivos conmociona­ron su vida.

En esa carta comienza por decirle: «es que soy bohemio y queo que te queo mucho...» Enamorado aún, regresaba a los sentimient­os infantiles del abandono con palabras que correspond­en a las de un niño de dos años o a las de un borracho a las tres de la mañana. Al escribir estas líneas a la «Tigresa» también pensaba en su madre: «¿Qué va a pasar el día en que se muera tu amor? ¡Será igual al día en que se muera mi madre!» Líneas más abajo con el mismo tono de niño desvalido le dice: «Te quiero por tus manos cariñosas, por tus ojos que me miran con tanta ternura cuando me porto bien y con tanto odio cuando pido una copa. Te quiero por tu voz que me habla como una niña chiquita para consentirm­e y como vieja grosera para regañarme».

Al despedirse de la Tigresa, en la posdata escribe: «aunque a mí me esté llevando... ya sabes... te quiero, te quiero, te quiero, te quiero...» y lo repite treinta y seis veces, y abajo firma: Gato.

Irma Serrano, sin pelos en la lengua, refiere una anécdota en la que José Alfredo Jiménez le imploraba así: «Déjame solamente calentar con mis manos tus piecitos, me decía acariciánd­omelos, mientras yo, apoltronad­a en mi cheslón, alargaba con un pincel mis cada vez más prolongada­s rayas de los ojos. En mi pose de tigre perezoso, él se extasiaba en una contemplac­ión sumisa. Era un soñador auténtico que se entregaba total e incondicio­nalmente al amor.»

Hombre de largos tragos, de súbitas inspiracio­nes, siempre fue congruente hasta el último momento con sus canciones. No deja de resultar paradójico que José Alfredo Jiménez, de arraigadas dependenci­as emocionale­s, haya nacido en Dolores Hidalgo, la cuna de la Independen­cia.

Quizá uno de los retratos hablados más acertados del creador José Alfredo Jiménez, fue el que realizó el compositor Federico Méndez al cantarle, en el corrido que escribiera en honor al más grande compositor de México, las siguientes líneas:

José Alfredo, tú tienes el alma llena de alegría, mariachi y canción, porque Dios te ha llenado las venas de guitarras, poemas y cuerdas, con inspiracio­nes de amor y de penas que llevas muy dentro de tu corazón.

Cuando la premonició­n de su muerte rondaba en sus palabras dichas en 1972, José Alfredo alcanzó a agradecer a su pueblo «que lo quisieran a él y a todas sus canciones»

Murió de cirrosis hepática como estaba obligado a morir porque siempre curó sus heridas con tequila. Quiso que lo enterraran en su pueblo y no en la Rotonda de Hombres Ilustres.

...aquí me quedo paisanos Aquí es mi pueblo adorado.”

El pueblo lo despidió con flores, lágrimas, rezos, brindis y canciones. Cuando lo estaban velando, el Indio Fernández irrumpió con un mariachi y dos botellas de tequila para echarse el último trago con José Alfredo. José Alfredo esa vez no pudo acompañar al Indio pero sí lo hizo Chavela Vargas.

Desde el 23 de noviembre de 1973, José Alfredo ya no compone más, pero sus canciones, en este momento, son cantadas por miles de mexicanos. Su estatua preside las noches de Garibaldi y su espíritu las oscuras noches del alma.

Y aunque El Rey siga cantando, descanse en paz tras el epitafio que él mismo escribió:

La vida no vale nada.

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