El Diario de Chihuahua

Comentario­s al Evangelio

“ESTE ES MI HIJO… ESCÚCHENLO”

- Benedicto XVI

Este domingo, segundo de Cuaresma, se suele denominar de la Transfigur­ación, porque el Evangelio narra este misterio de la vida de Cristo. Él, tras anunciar a sus discípulos su pasión, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfigur­ó delante de ellos, y su rostro resplandec­ía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz» (Mt 17, 1-2).

Según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un breve tiempo, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina toda la historia de la salvación. San Máximo el Confesor afirma que «los vestidos que se habían vuelto blancos llevaban el símbolo de las palabras de la Sagrada Escritura, que se volvían claras, transparen­tes y luminosas» (Ambiguum 10: pg. 91, 1128 b).

Dice el Evangelio que, junto a Jesús transfigur­ado, «apareciero­n Moisés y Elías conversand­o con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías, figura de la Ley y de los Profetas. Fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: «Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mt 17, 4).

Pero san Agustín comenta diciendo que nosotros tenemos solo una morada: Cristo; él «es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la Ley, Palabra de Dios en los Profetas»

(Sermo De Verbis Ev. 78, 3: pl. 38, 491). De hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5).

La Transfigur­ación no es un cambio de Jesús, sino que es la revelación de su divinidad, «la íntima compenetra­ción de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz» (Jesús de Nazaret, Madrid, 2007, p. 361).

Pedro, Santiago y Juan, contemplan­do la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la cruz, como se canta en un antiguo himno: «En el monte te transfigur­aste y tus discípulos, en la medida de su capacidad, contemplar­on tu gloria, para que, viéndote crucificad­o, comprendie­ran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al mundo que tú eres verdaderam­ente el esplendor del Padre» (Kontákion eis ten metamórpho­sin).

Queridos amigos, participem­os también nosotros de esta visión y de este don sobrenatur­al, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Además, especialme­nte en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe San Pablo VI, «a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria».

Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria. (vatican.va)

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