El Diario de Chihuahua

Mi ruta del Che

- Héctor García Aguirre

¡Póngase sereno, y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!” Últimas palabras del comandante Ernesto Guevara cuando enfrentó a su verdugo, el sargento Mario Terán, en la escuelita de La Higuera el 9 de octubre de 1967

En Vallegrand­e es visita obligada al hospital Nuestro Señor de Malta y su famosa lavandería, donde el cadáver del comandante Ernesto Guevara fue expuesto al público y agentes de la CIA que participar­on en su búsqueda y ejecución. La lavandería se conserva tal cual estaba el 9 de octubre de 1967.

El antiguo hospital funciona ahora como centro de salud, con notorias carencias. La lavandería es un lugar sagrado para los cheistas que acuden año con año como en peregrinac­ión, a visitar el lugar donde el cadáver del Che fue visto completo por última vez, ahí sus asesinos le cercenaron las manos, y aquél fatídico 9 de octubre, su cadáver desapareci­ó…por treinta años.

De Vallegrand­e a La Higuera son aproximada­mente 60 km, se trata de un camino de terracería bastante sinuoso, y algunos tramos en mal estado. Para quienes conocen la sierra sur de Chihuahua, es algo así como ir de Guadalupe y Calvo a Rancho Viejo (rumbo a Dolores), tanto en distancia, quebrado del terreno como en la espectacul­aridad de sus paisajes.

A ese destino no hay autobuses, tampoco en Vallegrand­e hay agencias de renta de vehículos, así que me recomendar­on que contratara un taxi. Encontré a Silvia, una joven taxista y estudiante universita­ria de la Universida­d de Vallegrand­e, quien junto con su hermano Ciro, en calidad de guía, accedieron a llevarme por 450 bolivianos (unos 1,300 pesos mexicanos) de ida y vuelta, y esperarme en La Higuera el tiempo necesario para visitar sitios de interés.

Salimos a las 7 de la mañana, y a las 10, después de algunas peripecias para sacar el carro de atolladero­s en varios arroyos, estábamos arribando a La Higuera, el camino está perfectame­nte bien marcado, cada desviación está indicado: “Ruta del Che” y la comunidad correspond­iente.

La Higuera es una pequeña comunidad del municipio de Pucará, tiene menos de 100 habitantes dedicados a la agricultur­a en pequeña escala, y si no fuera porque en su primera escuela (conocida como “la escuelita”) asesinaron al Che Guevara, nadie, fuera de Bolivia, sabría de su existencia.

En la plaza del lugar nos recibió el Che Guevara, una impresiona­nte estatua de 4 metros de altura con la mano derecha en alto. A la izquierda, al fondo, un enorme busto de 2 metros colocado sobre una gran piedra con la leyenda “TU EJEMPLO ALUMBRA UN NUEVO AMANECER”.

El momento culminante de ese viaje fue el ingreso a la escuelita donde fue victimado el comandante Guevara. Se trata de un modesto museo, pero un santuario para quienes aún creemos en la justicia y la libertad. Ahí se guarda y venera el recuerdo de un soñador. Sin duda, un moderno Quijote.

Estar en ese lugar me llenó de energía, medité ahí, mirando al suelo donde murió un auténtico luchador social, sobre la grandeza de quien todo lo tuvo y todo lo abandonó para dar vida a sus ideales. Era un aventurero fuera de serie “… de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.” (carta a sus padres).

Estuve en la escuela primaria del lugar, que inevitable­mente me recordó a mi madre, fundadora de escuelas en la sierra Tarahumara, porque la maestra imparte clases a todos los grados, aunque sólo tiene 5 alumnos, quienes sin pena alguna y con una franca sonrisa accedieron a conceder una entrevista a este improvisad­o reportero.

Ya de tardeada regresamos a Vallegrand­e e inmediatam­ente abordé un autobús hacia Santa Cruz de la Sierra, la ciudad más importante y poblada de Bolivia. De ahí pretendía viajar a La Habana, sin embargo, por cuestión de acomodo de vuelos no me fue posible, así que volé a Cartagena de Indias (vía Bogotá), ahí esperé 2 días y luego hacia La Habana (vía ciudad de Panamá).

A la capital cubana llegué el 27 de febrero por la tarde, ese día tuve oportunida­d de conocer el Capitolio, el Museo de la Revolución y varios sitios de interés histórico. El siguiente día, el Morro y la Plaza de la Revolución, entre otros sitios.

El objetivo primordial de mi viaje era el conjunto escultóric­o Ernesto Che Guevara en Santa Clara, a 3 horas de La Habana. Tomar tren o autobús me fue difícil, así que el día 1 de marzo contraté un taxi por 200 USD en un viaje de ida, espera y vuelta.

Se decidió erigir el memorial en Santa Clara por haber sido la ciudad que el Guerriller­o de América y su columna 8, liberaron de la dictadura batistiana el 1 de enero de 1959.

En el memorial es visible a gran distancia la estatua del Che de unos 7 metros de altura. A sus pies, un mausoleo guarda sus restos y de 29 compañeros que murieron en 1967 durante acciones guerriller­as en Bolivia. Ahí, como un sencillo homenaje, hice una guardia de honor con la admiración que le guardo a quien siempre actuó en congruenci­a con sus ideales. Ahí terminó mi aventura. Por la tarde regresé a La Habana; otro día retorné a Chihuahua con escala en CDMX con la satisfacci­ón de haber cubierto en lo más que pude, la ruta memorable del guerriller­o más conocido del mundo. ¡Hasta siempre comandante Che Guevara!

Agradezco a quienes me apoyaron en esa inolvidabl­e aventura (24,000 km en 24 días): Lucy, Dieguito, Luisito, Dianita, Silvia, Ciro, David, Isaías, Elsita, Alberto y José Luis. A mis hermanas y hermanos, que siempre y en todo están conmigo. ¡Gracias!

Esperé 50 años esa experienci­a ¡y la viví!, pero esa es otra historia. Me despido con la frase más conocida del Che Guevara: “Hasta la victoria ¡siempre!”. Que así sea.

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