El Diario de Chihuahua

La dulce trampa

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México.- El novio era cachondo, si me es permitido ese término plebeyo. "Cogelón", diríamos por acá en palabra aún más del vulgacho. No es que padeciera el síndrome llamado satiriasis, que es apetencia sexual desmedida en el varón. Es que sentía extraordin­ario gusto por la mujer, lo cual no es síndrome, sino cosa natural. López Velarde se preguntaba en "La tónica tibieza", uno de sus más breves y expresivos poemas: "¿Cómo será esta sed constante de veneros femeninos...?". Un cierto amigo mío, también ferviente enamorado, dice: "Si Dios hizo algo más bello que la mujer se lo reservó para él". He recordado a aquel curita joven que, asediado por tentacione­s de la carne, le preguntó con angustia a un sacerdote de 97 años: "Dígame, padre: ¿cuándo se acaba en el hombre el deseo de la mujer?". "Mira, hijo -le respondió aquel santo y sabio anciano-. Por lo que he leído en las Sagradas Escrituras, en los escritos de los Padres de la Iglesia y los Doctores y Doctoras de nuestra religión; por lo que he oído en el confesonar­io a lo largo de mi vida, pero sobre todo por mi experienci­a personal, puedo decirte que ese deseo se acaba posiblemen­te unos 15 días después de que te mueres". Y añadió: "Yo mismo, que soy ya un leño seco, sigo teniendo sueños húmedos". No es de extrañar: la naturaleza es más poderosa que todas las doctrinas, y puso ese apetito en el hombre y la mujer, lo mismo que en todas las criaturas, como medio para perpetuar la vida. The tender trap. La dulce trampa que dice una canción. Nadie puede sustraerse a ese mandato. Bien se ha dicho que si a la naturaleza se le cierra la puerta, entra por la ventana. Lo declara con claridad la máxima latina: Quod natura dedit tollere nemo potest. Lo que naturaleza dio nadie lo puede quitar. Y si alguien pretende suprimirlo dará origen a toda suerte de desórdenes, pues la naturaleza es orden, tanto en el sentido de armonía como de mandato. Pero temo que olvidé mi tema, el de aquel novio cachondo, calenturie­nto, cogelón. Contrajo matrimonio, y al empezar la luna de miel fatigó a su desposada en tal manera que el mismísimo primer día de las nupcias la dejó exinanida, o sea exhausta, exánime, agotada. Aun así la solicitó de nuevo. "Pero, Pitoncio -se asombró la muchacha-. En el término de 24 horas lo hemos hecho 12 veces. ¿Y quieres una más?". "¿Y luego? -replicó el verriondo tipo-. ¿Acaso eres superstici­osa?"... Historia en alguna forma parecida es la de don Atenodoro, señor de edad madura que casó con mujer joven. "No esperes mucho de mí -le advirtió-. Con la edad he perdido facultades". Sin embargo en la noche de bodas le hizo el amor cumplidame­nte, con vigor de muchacho de 20 años. No sólo eso: media hora después la requirió de nueva cuenta, y pasada una hora la buscó otra vez. "Pero, don Ateno -le dijo la sorprendid­a dulcinea-. Ya me ha dado usted sexo dos veces". Contestó el veterano: "Discúlpame, por favor, linda. No me acordaba. Me falla la memoria. Te digo que he perdido facultades"... También se da el caso contrario. Cierto señor ya entrado en años fue a una casa de mala nota, mancebía, lupanar, burdel, prostíbulo, congal, zumbido, berreadero, cantón de a rato, manfla o ramería. Ahí solicitó los servicios de una trabajador­a sexual. Pero a la hora de la hora resultó insóplido, que así se llama en el argot del lenocinio a quien sufre un episodio de disfunción eréctil, lo cual a todo varón le sucede alguna vez. La mujer hizo ímprobos esfuerzos para activarlo; recurrió a todas sus artes y destrezas, pero sin éxito. Le dijo el malogrado cliente: "Ya no te mortifique­s, chula. A esta fregadera nomás mi señora le entiende"... FIN.

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