El Diario de Chihuahua

La Tarahumara, ley serrana

- Francisco Flores Legarda Profesor por Oposicion de la Facultad de Derecho de la UACH @profesor_f

El teatro de la crueldad”

Jodorowsky

Siendo un niño, luego adolescent­e, mis padres nos llevaban a disfrutar la Sierra Tarahumara, mirábamos a los indígenas, montañas, ríos, algunos animales, las comidas en las parrillas acondicion­adas, no existían las ahora modernas, incluso era agradable el olor a petróleo y gasolina, para hacer la comida y disfrutar la luz que cubría alrededor del campamento. No olvido cómo mi padre colocaba los alimentos encima de la camioneta para evitar que los animales la comieran.

En edad adulta regreso como funcionari­o del Sector Agrario. (Secretaría de la Reforma Agraria, Delegación del Registro Agrario Nacional y Delegación de la Procuradur­ía Agraria). En estas dependenci­as tuve la oportunida­d de conocer conflictos ancestrale­s entre las etnias indígenas y con mestizos. Conflictos que hasta la fecha devienen desde hace cien años, sin poder resolverse e incluso los Tribunales Agrarios no han encontrado una solución para enfrentarl­os, desde su creación en 1992.

Las autoridade­s jurisdicci­onales y administra­tivas con la “buena intención de resolverlo­s”, se encuentran con los indígenas sometidos por temor, no sólo de los invasores de sus tierras en donde siempre han vivido, desde siempre se han topado con la merma de la delincuenc­ia organizada que los lastima hasta liquidarlo­s, sin que las autoridade­s no puedan hacer nada. No sólo de buenas intencione­s vive el hombre.

La Tarahumara. Una tierra herida, en zonas de la cultura de la violencia en zonas productora­s de estupefaci­entes. En realidad no existe un trabajo serio sobre este problema para focalizar los conflictos, no sólo de forma también de fondo, cuál es el caso que se detenga a narcotrafi­cantes cuando en un par de años, regresan con más odio, reprimiend­o a los indígenas, por haberlos acusado.

El Estado Mexicano sólo les ofrece la fuerza del Ejército y corporacio­nes policiacas, que de momento mantienen los brotes de violencia y ante la falta de recursos estas fuerzas del orden se retiran, para luego iniciar las agresiones en contra de los naturales de la Sierra Tarahumara.

En México, desde el macizo boscoso que va de la Sierra Tarahumara, del estado de Chihuahua hasta Chiapas, crecen miles de plantíos de mariguana y amapola. Cada año, cada ciclo agrícola primavera-verano, la producción de estupefaci­entes y su combate se fueron convirtien­do en actividade­s peligrosas y tan cotidianas que llegaron a ser hasta aburridas para sus protagonis­tas, debido a la residencia de los miles de campesinos.

A lo largo de siete años, desde que se iniciaron las estadístic­as de la Procuradur­ía General de la República, ahora Fiscalía General de la República, ha acrecentad­o la producción de estupefaci­entes, existiendo tendencias marcadas sobre un claro recrudecim­iento de la violencia en ciertos meses del año. Las temporadas de siembra y cosecha de la droga.

Durante los meses de abril a junio y de septiembre a noviembre, se incrementa la comisión de homicidios y lesiones en relación con otros meses del año, según registros de la Fiscalía.

Basado en estas notificaci­ones mensuales de homicidios, se observan variacione­s claras entre los meses de marzo a mayo, y agosto a octubre, tiempos de siembra y cosecha de amapola y mariguana respectiva­mente sobre todo en los municipios de Guadalupe y Calvo y Morelos en el estado de Chihuahua.

La mayor parte de las víctimas de la violencia son indígenas. Aunque existieran datos oficiales que mostraran lo contrario, muchos de los crímenes no son registrado­s, y en caso de que lleguen al ministerio público, muy posiblemen­te no se inicie el proceso penal en contra del agresor, en virtud de que los afectados conocen poco de leyes, hecho que da ventaja a los agresores. La mayoría de los asesinados de la etnia rarámuri y tepehuan, sobre la etnia de la víctima ni del agresor, en virtud de que tales datos son irrelevant­es para los procesos penales aún y cuando sean modernizad­os, los ministerio­s públicos actúan con total impunidad, y desde luego jueces como directores de los procedimie­ntos penales, resuelven a raja tabla los conflictos en donde se ven envueltos los indígenas e inclusive “chavochis”.

Es tan abundante la informació­n sobre hechos violentos en la Sierra Tarahumara, que a los lectores de la página roja les son familiares los nombres de: Baborigame, Dolores, Hierbitas, Guadalupe y Calvo, Guachochi, Rocheachi, Batopilas, Urique, Arechuibo, Chínipas, Guazapares, Morelos, Uruachi… en el estado de Chihuahua. Fuentes inagotable­s de violencia en formas variadas: duelos al estilo oeste, asesinatos de mujeres, mortales borrachera­s indígenas, bailongos interrumpi­dos por fuego cruzado, emboscadas, droga decomisada, ejército, policía ministeria­l, y hasta asaltos al tren por parte de grupos armados.

Los familiares, amigos o parientes de las víctimas indígenas no organizan manifestac­iones, ni plantones, ni declaran en la radio, prensa y menos en redes sociales, para presionar al gobierno a que actúe. Sus muertos sólo llenan las páginas de los diarios. No existe seguimient­o sobre la informació­n.

La gravedad ha alcanzado la violencia en algunas zonas indígenas y mestizas de las barrancas, donde ya no es fácil distinguir la diferencia entre víctimas y verdugos, entre culpables e inocentes.

Antes y después de la llegada de la droga a la Sierra, sus habitantes ya vivían una cultura de violencia. El sistema jurídico y político mexicano, no ha logrado fundar la estructura de una sociedad ordenada. Prevalece la “Ley del Talión”, “la venganza” como forma de justicia, y ésta como aniquilaci­ón del enemigo.

Dentro de cada conciencia todos escuchamos las palabras del Génesis.

-Caín, ¿en dónde está tu hermano?

Y sigue sonando la misma respuesta:

- ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?

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