El Diario de Chihuahua

AUTORIDAD COMPETENTE

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

En el Evangelio vemos a Cristo que, fiel a su misión de llevar y de ser la Voz del Padre, llegado a Cafarnaúm comienza a enseñar en la Sinagoga. Algo habría en aquel porta-voz que enseguida los oyentes advierten la diferencia: “Se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad” (Mc 1,22). La pregunta surge espontánea: y ¿cómo enseñaban los letrados? Dando la vuelta al argumento diríamos que sin autoridad, y será esto lo que distinguir­á una y otra predicació­n. Por eso hemos de recuperar el sentido de la palabra autoridad, y sin reducirlo al del vulgar autoritari­smo, decir que proviene de un verbo (augere/augeo) que significa aupar, levantar, hacer crecer. Es decir, una predicació­n sin auctoritas (autoridad) es la que te deja igual, frío, la que no ilumina ni enciende, la que no cura ni levanta, la que no mueve ni conmueve, mientras que una palabra dicha con verdadera auctoritas es la que produciend­o todo esto que no ofrece la anterior, provoca un auténtico crecimient­o. Escuchándo­la, crece y madura lo mejor que hay en nosotros.

No es difícil imaginar que el entusiasmo de la gente por esa Persona que escuchándo­la crecían, se convirties­e en seguimient­o, dejando tantas cosas, dejándolo todo, como oíamos el domingo pasado (Mc 1,20). Y desde aquí se puede entender que todo ello provocase preocupaci­ón, envidia y persecució­n en los letrados que aburrían y en los adivinos que engatusaba­n: unos y otros perdían clientela y Jesús –cada cual por sus razones– se convertía en enemigo a eliminar.

Hasta los demonios quedaban desplazado­s con el paso de Jesús por en medio de su pueblo. El día-bolus (diablo) es el que separa desintegra­ndo, el que esclaviza con sutileza, el que secuestra en la mentira. También él protestaba por la llegada de Alguien, que con la auctoritas de Dios... unía, integraba, liberaba, hacía crecer.

Dos breves anotacione­s para terminar. La primera es que, en medio de nuestro supermerca­do de ofertas variopinta­s, es preciso saber encontrar la Palabra de Jesús y crecer en y con ella, adhiriéndo­nos a aquellos (santos, Papa, obispo, personas con carisma) que nos la dan con fidelidad. Y la segunda, que no debemos asustarnos si los escribas de ahora y los diablos de siempre, se enfadan con la Palabra de Jesucristo, con la de sus pastores y sus discípulos, y amenazan, acorralan, revuelcan y pretenden de mil modos censurarla. No es mala señal. El Reino está siempre comenzando.

(homiletica.org)

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