El Diario de Chihuahua

‘Haiga sido como haiga sido’

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México.- "Está bien. Sigue portándote como una prostituta. Vístete y maquíllate igual que mujer de la calle. Sal cada noche con un hombre diferente y regresa en horas de la madrugada cayéndote de borracha y oliendo a jabón barato de motel. Escandaliz­a al vecindario con tus gritos y tus maldicione­s. Desprestíg­iate con tu conducta. Pero a nadie le digas que eres mi abuelita". Conocemos sobradamen­te a don Chinguetas, marido tarambana. Su gran talón de Aquiles son las |damas. En eso es un demócrata absoluto; no hace distinción de persona. Podría repetir aquellos sonoros versos del Tenorio: "Desde una princesa real / a la hija de un pescador / ha recorrido mi amor / toda le escala social", o decir a la manera del duque de Mantua en "Rigoletto", la perenne ópera de Verdi: "Questa o quella per me pari sono.". Ésta o aquélla para mí son iguales. Doña Macalota, la mujer de don Chinguetas, le reprochaba su insaciable lujuria, su apetito carnal desordenad­o. Él se defendía: "Tú roncas; comes galletas en la cama y la llenas de migajas; ves tus series hasta altas horas de la noche; te levantas en la madrugada para ir al baño, enciendes la luz y me despiertas con tus ruidos. Y a mí ¿qué otro defecto me conoces?". Cierto día doña Macalota llegó a su casa cuando no se le esperaba y sorprendió al desleal consorte entreperna­do con una fémina despampana­nte de rubias trenzas y blancura nórdica. Su estatura y robustez eran de valquiria; apenas cabía en el lecho, que gemía con cada meneo de la giganta. Puesto sobre ella don Chinguetas parecía lagartija en peña. La esposa le enrostró con justificad­o enojo una serie de epítetos interjecti­vos: "¡Bribón! ¡Canalla! ¡Desdichado! ¡Mal hombre! ¡Descastado! ¡Infame! ¡Ruin!". Y remató con otro de menor calidad lexicográf­ica: "¡Cabrón!". Al oír aquello don Chinguetas fingió gran desconcier­to. Hizo como que se limpiaba las legañas y preguntó lleno de confusión: "¿Qué no eres tú, esposa mía, la mujer con la que estoy en la cama? ¡Ah, te digo que necesito lentes nuevos!"."¡kalentine! -evocó en el pub un joven bebedor el nombre de una dama-. Me gusta porque es hermosa, inteligent­e, culta, agradable, ingeniosa, educada, buena conversado­ra, amable, simpática y adúltera". Al día siguiente de la noche de bodas el recién casado observó que su flamante esposa se veía molesta, mohína, mortificad­a. Le preguntó, solícito: "¿Qué te sucede, vida mía? ¿Por qué advierto en ti señales de disgusto?". Replicó ella con desabrido acento: "Mi mamá me echó mentiras. Me dijo que anoche iba yo a ver cosas que nunca antes había visto, y que me iba a suceder algo que jamás me había sucedido, y no vi nada que antes no hubiera visto, ni me sucedió algo que antes no me hubiera sucedido ya". "Soy pacifista –le comentó un sujeto al cantinero del Bar Ahúnda-. Por eso no entré al Ejército; por eso no asisto al box ni a otros deportes violentos; por eso nunca me casé". Flordelisa, muchacha soltera, hija de familia, le pidió a su padre que la acompañara, y en su automóvil lo llevó a un dispensari­o. Ahí le dio una noticia que el señor ciertament­e no esperaba. Le dijo de buenas a primeras: "Padre mío: vas a ser abuelo". "¡Bendito sea Dios! -exclamó, feliz, el genitor-. Ya pensaba yo que iba a irme de este mundo sin conocer la inefable dicha de tener un nieto o nieta que prolongara mi apellido: Cacalero. Ahora tendré quien perpetúe mi linaje, haiga sido como haiga sido, que nada importa eso ante el regalo precioso de una nueva vida que es carne de mi carne y sangre de mi sangre. Pero dime, hija mia: ¿por qué para hacerme este feliz anuncio me trajiste a un dispensari­o?". Explicó Flordelisa: "Para que me dispenses". FIN.

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