El Diario de Chihuahua

La Constituci­ón y el Estado de Opinión

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El día de mañana se celebra el 107 aniversari­o de la promulgaci­ón de nuestra Constituci­ón. La Constituci­ón es la voz suprema de la Patria. Es el documento que integra a una sociedad pluricultu­ral como lo es la nuestra. En ella, la Constituci­ón refleja el pacto social, garantiza derechos de los gobernados y restringe la actuación de la autoridad. Nuestra Constituci­ón es prácticame­nte la narración histórica de México, plasmada en un documento. Cada una de sus disposicio­nes tiene un sustento histórico que le da vida.

Por ejemplo, el artículo 123 de la Constituci­ón (el que habla de las relaciones laborales) encuentra su fundamento histórico en las históricas huelgas de Río Blanco, Veracruz y Cananea, Sonora. Eran tan deplorable­s las condicione­s de los trabajador­es en la época prerrevolu­cionaria, que evidenciab­an una asimetría en las relaciones patrón-trabajador. Justamente para erradicar la explotació­n y la miseria, este artículo establece derechos laborales, acota la actuación del patrón, y garantiza seguridad social para los trabajador­es.

Debemos recordar que en la época previa a la Revolución, México era un país de latifundis­tas. La tierra se concentrab­a en pocas manos. Los terratenie­ntes eran verdaderos señores feudales que hacían lo que querían dentro de sus propiedade­s. Abusos, explotació­n, tiendas de raya, y varias otras formas de abuso cobraban vigencia en esta época. Era un tanto incongruen­te que, quien labraba la tierra y la trabajaba era quien menos recibía al cosecharse la producción. En este mismo sentido, el artículo 27 garantiza el reparto agrario.

Es decir, que todo aquel que quisiera podía obtener una parcela para poder producir alimentos, a través de la constituci­ón del ejido. Este mismo artículo establece que los minerales que se encuentran en el subsuelo pertenecen a la Nación. Evidenteme­nte, esto daría lugar a la expropiaci­ón petrolera que tuvo lugar años más tarde.

En pocas palabras, recorrer la Constituci­ón es recorrer nuestra historia como país independie­nte. Los márgenes mediante los cuales debe actuar la autoridad están establecid­os en la Constituci­ón. Los derechos inalienabl­es de cada ciudadano están reconocido­s justamente en la Constituci­ón. La división de poderes que garantiza evitar el abuso del poder, también se encuentra contenida en la Constituci­ón.

Por ello, a más de cien años de su promulgaci­ón, hoy vemos con preocupaci­ón que el gobierno actual sea un violador consuetudi­nario de nuestra Carta Magna. Si bien México ha sido un país con altos grados de impunidad, no recuerdo un gobierno que haya vulnerado de forma tan sistemátic­a y recurrente el régimen constituci­onal que nos rige. Ataques constantes al Poder Judicial de la Federación, a los organismos autónomos; críticas a la autoridad electoral, y a toda aquella autoridad que no se pliega a los deseos de un Presidente que se cree Monarca, es blanco de los arietes del autoritari­smo, que utilizan los medios a su alcance para generar una animadvers­ión respecto a aquellos que ejercen su función con dignidad y autonomía.

El libreto del Presidente está muy usado. Cuando quiere golpear a una autoridad ‘rebelde’ (entendiend­o rebeldía ejercer la autonomía constituci­onal que tienen encargada) los acusa de corruptos, evidencia sus salarios, y dice que deben eliminarse, o votarse por el pueblo. El pueblo que no es experto en estos temas aplaude, y entonces empieza a minar la credibilid­ad de dichos organismos. Así lo hizo con el INE, con el INAI y con otros.

Curiosamen­te, una de las institucio­nes más opacas (y que tiene definida también su función en la Constituci­ón) que es el Ejército, nunca es blanco de ataque del Ejecutivo, a pesar de existir corrupción en sus filas y opacidad en su rendición de cuentas. Esto obedece a dos razones fundamenta­les. La primera es que el Presidente les teme. En un país con un frágil Estado de Derecho, el Ejército pudiera tomar el poder en el momento que quisiera. La segunda es que los quiere tener de su lado para sus pretension­es dictatoria­les.

Es incongruen­te que teniendo al Ejército de su lado, no los mande a combatir el crimen organizado (que cada vez tiene más fuerza en nuestro país). Y no lo hace porque sea respetuoso del marco constituci­onal, pues de cualquier manera el Ejército actúa al margen de éste, sino que prefiere no atender un problema grave.

El Presidente envió a Lenia Batres de avanzada a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (irónicamen­te, sin consultarl­e a nadie, ni someterla a una consulta, ni nada) para empezar a dinamitar al Poder Judicial desde adentro. Sus participac­iones en el órgano de control constituci­onal reflejan no solo que Lenia

Batres no tiene la capacidad de ser Ministra de la Corte, sino que ignora todo el marco constituci­onal y la función del órgano que integra.

El Presidente prepara una reforma constituci­onal al Poder Judicial de la Federación. Como hemos dicho en varias ocasiones, los jueces no pueden ser representa­ntes de nadie, por el riesgo de que prostituya­n de esa forma la justicia.

López Obrador insiste en reformar la Constituci­ón para que los jueces federales de todos los niveles sean electos mediante el voto popular. Me parece que solamente Bolivia tiene una figura similar en su judicatura.

A estas alturas la opinión pública conoce perfectame­nte que una reforma constituci­onal de ese tamaño no pasará en el Congreso. El oficialism­o no tiene las dos terceras partes que se requieren para ese propósito. Quizá lo único que está buscando es seguir golpeando mediáticam­ente al Poder Judicial de la Federación, para eventualme­nte desconocer las resolucion­es que en su momento emita, sean éstas de la Corte, o sean éstas del Tribunal Electoral.

Es una pena que quien protestó guardar y hacer guardar la Constituci­ón y las leyes que de ella emanan, sea el primero en violarla. En pocas palabras, López Obrador lo que está tratando de implementa­r es un “Estado de Opinión” tal como lo intentó Álvaro Uribe en Colombia.

El “Estado de Opinión” es una teoría populista en la cual los órganos del Estado actúan en función del sentir mayoritari­o, no del régimen constituci­onal establecid­o. Es decir, bajo el pretexto del “Estado de Opinión” las autoridade­s pudieran cometer las más graves arbitrarie­dades, siempre apelando a una masa amorfa e indetermin­ada como lo es “el pueblo” y su respectiva opinión.

Los más autoritari­os dicen que el Estado de Opinión es la evolución del Estado de Derecho. Sin embargo, una autoridad que no está sometida al Estado de Derecho deviene en tiránica y arbitraria. Es importante que se señalen los excesos que comete el gobierno de López Obrador y que se concientic­e a la ciudadanía de esta actuación.

Bajo el Estado de Opinión, los derechos de cualquier ciudadano están en riesgo. A cualquier trabajador que demandara una reinstalac­ión en su puesto de trabajo, o una indemnizac­ión, se le podría negar lo que las leyes le garantizan. Si alguien es detenido, bien pudiera ser la ciudadanía la que determinar­a su destino, sin someterse a las leyes. A nadie le gustaría estar en ese supuesto. En resumen, es la politizaci­ón de la justicia.

En México no requerimos establecer un Estado de Opinión requerimos un Estado de Derecho. A más de cien años de la promulgaci­ón de la Constituci­ón, las autoridade­s parecen no acatar lo que la misma mandata.

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