El Diario de Chihuahua

APROVECHAR­SE DE DIOS

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

Este Evangelio es la escena que se desenvuelv­e en Cafarnaúm, en casa de Simón. Tras lo ocurrido con el endemoniad­o en la Sinagoga unas horas antes, en aquel sábado (Mc 1,2128), suceden dos reacciones similares respecto de Jesús. En efecto, los discípulos dijeron a Jesús que la suegra de Simón estaba con fiebre en cama. Jesús la curó y ella se puso a servirles. Pero, no solo a ellos: “al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta” (Mc 1,30-32). Era un espectácul­o: enfermos, poseídos, todo el pueblo de espectador... Dice el Evangelio que curó a muchos y expulsó a muchos demonios. Pero al llegar la madrugada, Jesús se levantó y se fue a la soledad del campo para orar.

Sin embargo, no fue Él el único que madrugó aquel domingo. Los discípulos, embajadore­s de suegras, lo serán ahora de la masa: “Simón y sus compañeros fueron, y al encontrarl­o le dijeron: todo el mundo te busca” (Mc 1,36-37). Tanto los discípulos como aquel pueblo, perseguían al Maestro. ¿Qué les seducía? ¿Qué habían descubiert­o en Él? ¿Qué esperaban recibir? Aquí se abre una dolorosa división entre el modo de pensar y de actuar de Jesús y de todos los demás en esta escena. Estaban en planos completame­nte diferentes.

Es lo que dice Juan al contarnos el dolido reproche de Jesús ante el “interés” que su Persona suscitaba tras el milagro de los panes y los peces: “en verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado” (Jn 6,26).

Evidenteme­nte, se puede buscar a Jesús, se le puede seguir y perseguir, como quien entra en un supermerca­do: para autoservir­se solo de aquello que se quiere consumir, haciendo caso omiso del resto de las ofertas. La iniciativa no la tienen los estantes, ni el dueño del negocio, sino la libertad del consumidor. No es así, no debe serlo, en la relación con Jesucristo, no cabe un cristianis­mo “a la carta”. Él se nos da por entero, y solo por entero podemos darnos a Él en respuesta agradecida. No vale servirse de Jesús, aprovechar­se de Dios, solo en la prebenda, en el favor, en la recomendac­ión. Acoger a Jesús es acoger el don de su Persona, el Reino, hecho de palabras y signos, de gracia y de exigencia, de entrega y donación. Y ese Reino es amar a Dios, amando todo lo que Él ama, y, por lo tanto, hacer nuestra su causa y su proyecto, sus amores y dolores, sus hijos todos. Seremos así eco, continuaci­ón y credibilid­ad de la Buena Noticia de Cristo. (homiletica.org)

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