México quiere vivir en paz
Valdría la pena una pregunta de inicio: ¿Acaso hay alguna persona en este planeta que no desee vivir en paz? Y la respuesta es obvia: el mundo entero quiere, necesita estar en paz.
Pero siempre habrá intereses más allá de lo humanamente permitido, que buscarán la muerte y la destrucción. A lo largo y ancho del mundo hay guerras, conflictos armados, disputas violentas por el agua, por la tierra, por ideologías religiosas y hasta por el poder económico y político.
Las relaciones humanas son un problema en sí. El conflicto es inherente a la interacción de personas y hay pensadores que consideran que es natural y necesario. Cuando hay relación entre individuos, surgen desacuerdos, malentendidos, divergencias de opiniones, de necesidades.
El conflicto interpersonal se entiende como un choque abierto de actores que interactúan sobre la base de contradicciones, que surgen en forma de objetivos opuestos e incompatibles en una situación concreta. El conflicto interpersonal se manifiesta en la interacción entre dos o más individuos.
Sencillo: donde hay más de una persona, necesariamente habrá opiniones distintas, por más compatibilidad que se manifieste. Desde que el ser humano empezó a relacionarse, en definitiva cambió su estado vida, porque no todos quieren vivir de determinada forma, en determinado lugar o producir los mismos alimentos.
No se necesita ser un analista de temas sociales para coincidir en algo: jamás, en una sociedad, podría haber consenso general. Si todos pensáramos de la misma manera, entonces las decisiones serían por demás sospechosas. A eso se le llama autoritarismo.
Los conflictos bélicos, las disputas por territorios o el ansia de poder, han llevado a muchas naciones a enfrentarse incluso internamente y después generar conflictos internacionales. Basta echar una mirada a Medio Oriente para darnos cuenta de que las guerras pueden durar décadas, si las partes cierran cualquier posibilidad al diálogo.
Los múltiples intentos de los organismos internacionales que promueven la paz en el mundo, han fracasado cuando, a la mesa de las negociaciones, ninguna de las partes quiere ceder, por el contrario, a esa mesa llegan tratando de ganar a costa de lo que sea, incluso de la vida misma.
Todo este texto busca una reflexión personalísima, pero que estoy seguro compartimos millones de personas: necesitamos paz, definitiva, urgentemente, porque la violencia en todas sus formas nos ha atrapado hasta en lo más íntimo de nuestros hogares.
Estamos a un paso de perder la capacidad de asombro con los hechos de violencia en el mundo y, si eso llegara a pasar -perder la capacidad de asombro- irremediablemente le daremos paso a una quiebra moral que nadie busca, pero a la que le estamos abriendo la puerta.
Y me refiero ahora a México, nuestro país que tiene hombres y mujeres que todos los días salen a buscar el sustento; donde millones de niños, niñas, adolescentes y adultos diariamente van a la escuela para convertirse en mexicanos de bien…
Me refiero a esta nación que merece respeto, amor y dignidad desde el hogar hasta la escuela, la oficina, la empresa y cada una de nuestras calles. Pero estamos haciendo discreto mutis ante el embate de una violencia que nos aniquila el alma y nos obliga a escondernos de balas, asaltos, ataques, violaciones o extorsiones.
México quiere vivir en paz y es un grito desesperado ante la ceguera de quien ha preferido abrazar que combatir, que ha decidido culpar que resolver. No es posible que las carreteras del país estén llenas de retenes criminales en vez de resguardos policiales.
México necesita de la protección gubernamental, no de excusas mediáticas. Nuestro país no puede continuar en manos de la delincuencia que extorsiona, asesina, corrompe, envenena y prostituye. Es urgente la estrategia de seguridad que se nos promete sexenio tras sexenio, campaña tras campaña y que, al final del camino, quedamos igual o peor.
México quiere vivir en paz, porque la inversión privada empezará a ver otros destinos, porque la violencia no puede ponernos de rodillas ante la simulación y el olvido. Pero todo empieza en casa, en nosotros mismos, en cada uno de los mexicanos que estamos hartos del narcotráfico, del huachicol, de las estafas, de las promesas y, sobre todo, de las desilusiones.
Al tiempo.