El Diario de Chihuahua

LA OTRA LEPRA

- Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

Sigue Marcos presentánd­onos estos primeros pasos de Jesús. El Señor va desgranand­o a través de la enseñanza y de los signos su gran objetivo: anunciar el Reino de Dios. Esta vez el protagonis­ta de la escena es un leproso. Recordemos la carga negativa que tenía esta enfermedad entonces: la dolencia física llena de sufrimient­o y podredumbr­e, el rechazo social hasta cotas de dramatismo inhumano, y por si fuera poco también la maldición religiosa que considerab­a la lepra como fruto del pecado del enfermo y de la ira de Dios.

Era algo terrible. Estamos ante el encuentro de Jesús con una de las realidades más duras y dolientes de su época. Un encuentro que el evangelist­a describe con trazos de auténtica compasión: “Se acercó a Jesús un leproso, suplicándo­le de rodillas: si quieres puedes limpiarme. Sintiendo lástima extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio”.

Vemos cómo Jesús salta las barreras sociorreli­giosas (escucha al leproso, atiende al marginado, toca al intocable, y, compasivo, le cura). Preside la misericord­ia entrañable de esa luz de Dios que vino a disipar toda oscuridad. Y termina el relato con la “desobedien­cia” de este hombre a la advertenci­a de Jesús de no decírselo a nadie: comunicará a todos, y con gran fuerza, lo que a él le había ocurrido, haciendo del hecho una proclamaci­ón o predicació­n, es decir, lo mismo (se emplea el mismo verbo) que hacía Jesús por toda Galilea.

Esto es algo que siempre ha sucedido en la historia de la salvación cristiana: cuando alguien ha sido tocado por la Gracia liberadora del Señor, el testimonio es imparable, sin pose ni fingimient­o, como les pasó a los primeros discípulos que vieron a Jesús, que al encontrar a Simón le dirán: “Hemos visto al Mesías”.

La pregunta que nos hacemos ante tantos otros leprosos y tantas otras lepras modernas (soledad, depresión, ateísmo, seculariza­ción, hambre, injusticia, guerra, sida...), es cómo podría tocar hoy Jesús toda esta realidad. Y la respuesta que nos da la historia cristiana es siempre la misma: con nuestras manos. No hay otras manos. Así lo dispuso Él. Acercar a través de nuestra pequeña, pero insustitui­ble solicitud, la salvación y la Gracia que provienen de Él. Somos carne de Jesús. Somos su Cuerpo. Los varios leprosos de la maldición marginada –sea cual sea su nombre y su tragedia– nos esperan. También ellos, como ojalá nosotros, quieren proclamar a quien quiera escuchar que el Señor ha hecho con ellos misericord­ia. El Reino ha comenzado. (homiletica.org)

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