LA OTRA LEPRA
Sigue Marcos presentándonos estos primeros pasos de Jesús. El Señor va desgranando a través de la enseñanza y de los signos su gran objetivo: anunciar el Reino de Dios. Esta vez el protagonista de la escena es un leproso. Recordemos la carga negativa que tenía esta enfermedad entonces: la dolencia física llena de sufrimiento y podredumbre, el rechazo social hasta cotas de dramatismo inhumano, y por si fuera poco también la maldición religiosa que consideraba la lepra como fruto del pecado del enfermo y de la ira de Dios.
Era algo terrible. Estamos ante el encuentro de Jesús con una de las realidades más duras y dolientes de su época. Un encuentro que el evangelista describe con trazos de auténtica compasión: “Se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: si quieres puedes limpiarme. Sintiendo lástima extendió la mano y lo tocó diciendo: quiero, queda limpio”.
Vemos cómo Jesús salta las barreras sociorreligiosas (escucha al leproso, atiende al marginado, toca al intocable, y, compasivo, le cura). Preside la misericordia entrañable de esa luz de Dios que vino a disipar toda oscuridad. Y termina el relato con la “desobediencia” de este hombre a la advertencia de Jesús de no decírselo a nadie: comunicará a todos, y con gran fuerza, lo que a él le había ocurrido, haciendo del hecho una proclamación o predicación, es decir, lo mismo (se emplea el mismo verbo) que hacía Jesús por toda Galilea.
Esto es algo que siempre ha sucedido en la historia de la salvación cristiana: cuando alguien ha sido tocado por la Gracia liberadora del Señor, el testimonio es imparable, sin pose ni fingimiento, como les pasó a los primeros discípulos que vieron a Jesús, que al encontrar a Simón le dirán: “Hemos visto al Mesías”.
La pregunta que nos hacemos ante tantos otros leprosos y tantas otras lepras modernas (soledad, depresión, ateísmo, secularización, hambre, injusticia, guerra, sida...), es cómo podría tocar hoy Jesús toda esta realidad. Y la respuesta que nos da la historia cristiana es siempre la misma: con nuestras manos. No hay otras manos. Así lo dispuso Él. Acercar a través de nuestra pequeña, pero insustituible solicitud, la salvación y la Gracia que provienen de Él. Somos carne de Jesús. Somos su Cuerpo. Los varios leprosos de la maldición marginada –sea cual sea su nombre y su tragedia– nos esperan. También ellos, como ojalá nosotros, quieren proclamar a quien quiera escuchar que el Señor ha hecho con ellos misericordia. El Reino ha comenzado. (homiletica.org)