UNA FORMA DE TERAPIA
Para otro preso, que prefirió permanecer en el anonimato, la fabricación de los instrumentos es una forma de terapia, física y psicológica. Vivió dos guerras en su país de origen y pidió no ser identificado, pues allí cumplió una condena como preso político y dice que fue golpeado hasta el punto de necesitar una muleta para caminar.
Cae en trance mientras cincela suavemente la parte posterior de la pieza frontal de un violín, midiendo el grosor con un instrumento para lograr un tono perfecto. Si tallan demasiado, tienen que comenzar de nuevo. Su propio viaje complicado a un nuevo país le ha dado una comprensión de la desesperación que llevó a los migrantes a embarcarse en naves no aptas para navegar.
“Mientras trabajo en estas piezas, pienso en los refugiados que transportó esta madera, las mujeres y los niños”, dijo. “Solo pienso en eso mientras trabajo, en lo que ha vivido este pedazo de madera”. Lamponi y el preso Andrea Volonghi han encontrado un nuevo propósito en sus sentencias de cadena perpetua, desarmando los botes de los contrabandistas depositados en un patio entre los bloques de la prisión. Originalmente, los barcos se transformaban en crucifijos y belenes, pero los reclusos que ya eran luthiers entrenados pensaron: ¿por qué no instrumentos musicales?
Así que ahora buscan las piezas para el taller, eliminando los clavos oxidados en el proceso. Envían la madera más dañada a otra prisión en Roma, donde los prisioneros hacen crucifijos para rosarios. Los rosarios son finalmente ensamblados por migrantes en un taller del Vaticano. Los barcos llegan a la prisión de Opera cuando son incautados, aún con vestigios de los migrantes, y con ellos un recordatorio de las 22 mil 870 personas que, según la ONU, han muerto o desaparecido desde 2014 en su peligrosa travesía por el Mediterráneo.