El Diario de Chihuahua

Monte de Piedad en huelga

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México– Después de 20 años de casados don Topelo y doña Larvia habían llegado a ese estado de indiferenc­ia matrimonia­l que algún poeta llamó "la soledad de dos en compañía". Una noche la señora veía en su tableta el nuevo episodio de su serie cuando notó que su marido iba a salir. Le preguntó: "¿A dónde vas?". Respondió él por broma: "A una orgía". Sin despegar la vista de la pantalla le dijo doña Larvia: "Llévate el suéter". El cliente del restorán llamó al mesero, y milagrosam­ente éste acudió. De seguro era nuevo en el oficio y desconocía aún sus usos y costumbres; no debía atender el llamado sino hasta después de un cuarto de hora por lo menos. El cliente se quejó: "Mi sopa trae un insecto verde". Inquirió, cortés, el hombre: "¿Y de qué color lo quiere el caballero?". En otra ocasión otro cliente reclamó irritado: "Mi ensalada trae una mosca. Llame al dueño". Replicó el camarero: "¿Y cómo chingaos voy a saber yo quién es el dueño de la mosca?". El huésped del hotel encontró una Biblia en el cajón del buró. Decía en su primera página. "Si estás cansado de pecar ven a la Iglesia de la Quinta Venida". Al pie se leía en letra manuscrita: "Si todavía no te cansas llama a Facilda, teléfono 0000-9999-12345". ¿Quién es ese muchacho que entra con cierta timidez en la tienda de joyería del Monte de Piedad en la Ciudad de México? Es yours truly, como dicen los norteameri­canos: es su afectísimo, atento y seguro servidor, según la fórmula de la correspond­encia mercantil de antaño; es quien esto escribe, como dicen los que escriben eso. Para decirlo en dos palabras: soy yo. Acabo de pasar de los 20 años y estoy enamorado. Voy en busca de un anillo de compromiso para sellar mi promesa de matrimonio con la mujer a la que amo. He ahorrado durante meses y más meses, apartando cada quincena la mayor parte de mi exiguo sueldo de reportero novel para poder comprar esa sortija. Y voy al Monte de Piedad porque me han dicho que ahí las cosas cuestan menos. Después de larga búsqueda que desespera al hombre que me atiende encuentro finalmente lo que busco. Es un anillo de oro blanco con un brillantit­o tan pequeño que es necesario esforzar la vista para verlo. Sin embargo, esa joya es a mis ojos el Kohinoor o la Estrella del Sur. Cuando lo pongo en el dedo de mi novia sus ojos se llenan de lágrimas, igual que se llenaron los míos al retirarlo de su mano cuando se fue a esperarme para nuestro segundo noviazgo en la eternidad. Por ese íntimo recuerdo me duele saber que el Nacional Monte de Piedad, antigua e ilustre institució­n benéfica, se encuentra ahora en huelga, un grave conflicto que amenaza su existencia misma. No sé cuál de las partes en pugna tiene la razón -en casos como éste ninguna tiene la razón completa-, pero sé que a veces hay que ceder para no dejar de ser. Aquí no caben los radicalism­os ni las intransige­ncias; sólo deben tener lugar el diálogo sereno, la buena voluntad, el ánimo conciliato­rio, el deseo en todos de salvar una institució­n que pertenece a todos, una fuente de trabajo que pertenece a muchos. Nadie pretenda ganar todo sin aportar nada. No se trata de vencer a la otra parte, sino de llegar junto con ella a un acuerdo justo fincado en mutuos sacrificio­s y en compromiso­s mutuos. La historia de México desde la época colonial no está completa sin incluir en ella la historia del Nacional Monte de Piedad. Su larga trayectori­a no debe ponerse en riesgo por causa de incomprens­ión o de soberbia. Tanto los directivos como el sindicato tienen el deber de preservar a esa institució­n de servicio comunitari­o. Por favor, empeñen su palabra en que la salvarán. FIN.

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