El Diario de Chihuahua

Ya no hallo qué hacer

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México.- Hay cosas que no se pueden contener. El estornudo es una de ellas, el orgasmo otra, y una más la ambición de dinero o de poder. Y el hipo, en inglés hiccup; en francés hoquet; en alemán Schluken y en italiano singhiozzo, también llamado singultus, o singulto, en terminolog­ía médica. Es el espasmo súbito del diafragma y la glotis, con sacudimien­to de las paredes torácica y abdominal y sonido agudo inspirator­io. Aquella joven madre se asustó cuando a su bebé de meses lo acometió un ataque de hipo que lo hacía agitarse y llorar. Recurrió a todos los remedios caseros que conocía para quitar el hipo a las criaturas: le dio agua al pequeñín: lo puso cabeza abajo unos segundos; le dio un susto. En vano todo: el hipo no se le quitaba al niño. Llamó entonces por teléfono al médico de la familia. No estaba en su consultori­o: era miércoles, el día que el facultativ­o dedicaba a jugar golf en el Club Silvestre. Desesperad­a fue con la vecina del 14, una señora ya de edad que había tenido una docena de hijos. Segurament­e por lo menos a uno le habría dado hipo alguna vez, y doña Fecundina -tal era el nombre de la prolífera mujer- sabría cómo remediar el mal. La muchacha le contó su predicamen­to. Inquirió la vecina: "¿Ya le diste agua al bebé?". "Ya hice todo -respondió la visitante, gemebunda-, y el hipo no se le quita". "Mira-le dijo entonces la señora-. Cuando mis hijos eran pequeñitos yo tenía un remedio para quitar el hipo. No me fallaba nunca. El hipo se les quitaba siempre. Pero es algo tan extraño que de seguro no me lo vas a creer". "Dígame lo que sea -suplicó la joven madre-, porque yo ya no hallo qué hacer". Doña Fecundina procedió a explicarle aquella exótica manera de quitar el hipo: "Me conseguía un listón rojo; hacía con él un moño lo más artístico posible y se lo ataba al niño. caray, ¿cómo decirte dónde? Te lo imaginarás si te digo que solamente tuve hijos varones. No sé por qué, pero el hipo se les quitaba en cosa de minutos". A la muchacha no dejó de parecerle raro aquel remedio, pero como dicen: un perdido a todas va. Regresó a su departamen­to. Afortunada­mente halló en su costurero un listón rojo; hizo con él un moño muy bonito y se lo ató al bebé. ahí. Milagro: a los 3 minutos el hipo se le quitó como por arte de encantamie­nto, y el pequeño se quedó plácidamen­te dormidito, como si nunca jamás hubiera tenido hipo. La joven madre, claro, se alegró bastante. Se prometió que lo primero que haría cuando su esposo llegara del trabajo sería contarle aquello que había sucedido. Pero dio la hora en que el marido debía regresar y no llegó. Dieron las 10 de la noche, las 12, la una de la madrugada, y el tipo no volvía. Como a las 3 de la madrugada hizo por fin su aparición, cayéndose de borracho. y con un hipo que lo convulsion­aba todo. Se echó en la cama, y el hipo aquel que parecía que iba a ahogarlo. La joven señora se alarmó, pero de inmediato recordó aquello del moño. Se dijo: "Si funcionó con el bebito a lo mejor también resulta con este desgraciad­o". Hizo otro moño -desde luego de tamaño proporcion­al- y se lo amarró al sujeto en la aludida parte. El milagro se repitió: a los 3 minutos justos el hipo se le quitó, y el majadero se puso a roncar sin sobresalto­s. A eso de las 11 de la mañana despertó. Sintió que tenía un objeto extraño en la entrepiern­a; se revisó y vio en ella el moño aquel. En eso se abrió la puerta de la habitación y entró su esposa hecha una furia. "¡Cabrísimo grandón!" -lo enfrentó airada-. ¿Dónde estuviste anoche?". Replicó el sujeto: "No sé decirte dónde anduve, linda. Pero una cosa sí te voy a decir: ¡gané el primer lugar!". FIN.

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