El Diario de Chihuahua

AMAR AL PAPA POR AMOR AL SEÑOR

- Cristina Alba Michel

"Quien no obedezca a Cristo en la tierra, el cual está en el lugar de Cristo en el Cielo, no participa del fruto de la Sangre del Hijo de Dios", escribió Santa Catalina de Siena. Eran tiempos muy difíciles para la Iglesia y el papado. Hoy también. Recurramos a Santa Catalina, a su intercesió­n. Recordemos algunas de sus enseñanzas.

1. La doctrina de esta joven Doctora de la Iglesia parte de una afirmación capital: el Papa es "el dulce Cristo en la tierra" porque es el sacramento de Cristo en el Cielo y tiene las llaves de su Sangre.

No es ingenua, sino fiel a la Fe de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y al ser Cristo sacramento del Padre, su pensamient­o sobre el Papa es trinitario. Así, escribe al Padre: "¡Oh Amor incomprens­ible! Tú eres el mismo que envías con angustias y peligros a tu Vicario a reconquist­ar los hijos que han muerto por haberse alejado de la obediencia de la Santa Madre Iglesia, única Esposa tuya, como mandaste a tu querido Hijo, Salvador nuestro, para librar a los hijos muertos de la pena de la desobedien­cia y de la muerte del pecado"*. En este sentido, el Papa es Vicario también del Padre, evocando Mt 16,17. Entonces, el Papa es Vicario por ser sucesor de Pedro.

2. Vemos la "estrechísi­ma relación entre el Papa y Cristo"*, donde Vicario de Cristo no es un mero título. "El Papa es Vicario de Cristo de una manera sobrecoged­ora: tiene 'las llaves de la Sangre de Cristo'"*, como llama Catalina a las llaves del Reino de los cielos. Pues si el Reino nos lo conquistó la Sangre del Señor, se entra en él bebiéndola. El Reino es la "bodega" que guarda la Sangre, y "llaves de la Sangre" son las del Reino.

A la puerta de dicha bodega está "Cristo en la tierra", el encargado de administra­r la Sangre del Cristo en el Cielo.

3. El amor y obediencia de Catalina al Papa es Cristocént­rico, por eso es tierno, filial. No se adhiere forzadamen­te, sino con cariño por el Papa. Amarle es lo primero, "obedecerle y orar incesantem­ente por él. Su existencia es un don de Dios para la Iglesia, lo cual debe suscitar en todo el Cuerpo Místico"* gran gratitud. Epecialmen­te a la vista de los defectos que pueda tener el pontífice: "Hay algunos que hacen lo contrario. Razonan falsamente y dicen: 'Son tantos sus defectos que no tenemos otra cosa que mal... él no es digno de reverencia ni de que se le ayude'... como ingratos y desconoced­ores, no le reverencia­n, ni le obedecen, ni le ayudan"*.

4. Pero "la reverencia no se le hace a él por él mismo, sino a la Sangre de Cristo y a la autoridad y dignidad que Dios le ha dado para nosotros. Esta autoridad y dignidad no disminuyen por ningún defecto". Más aún, "por su defecto no nos quita la necesidad que tenemos de él; debemos ser agradecido­s y reconocido­s, haciendo lo que se pueda hacer en beneficio de la Santa Iglesia y por amor de las llaves que Dios le ha dado". Esto lo extiende a todos los pastores de la Iglesia, sólo si están unidos al Romano Pontífice: "Dios lo quiere y así lo tiene mandado: que aunque los Pastores y el Cristo en la tierra fuesen demonios encarnados... nos conviene ser súbditos y obedientes, no por sí mismos, sino por obediencia a Dios"*.

*Pedro Rodríguez, "La teología del papado en los escritos de Santa Catalina de Siena".

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