El Diario de Chihuahua

el 'sueño americano' Y sus adversidad­es

Interviene El Diario y Gobierno del Estado para que atiendan a menor en el Hospital Infantil

- Mayré Gómez / El Diario

Un grupo de migrantes se encontraba­n en los alrededore­s de Palacio de Gobierno en la ciudad de Chihuahua y preguntaba­n qué podían hacer para llegar a una dirección que les dieron, pero en la colonia Ladrillero­s, varios kilómetros al sur del lugar donde se encontraba­n.

“Disculpe ¿No sabe usted cómo podemos hacerle para llegar al albergue San Agustín? Es que ¡estamos perdidos”!

Eran unos 10 adultos y seis niños. Cargaban la cobija con la que se había tapado la noche anterior y una pequeña bolsa con documentos personales. Nada más.

Se notaba el cansancio en el rostro, la desesperac­ión por no saber a dónde ir y los labios blancos, y es que su último alimento había sido una lata de atún y una bolsa de chicharron­es que alguien les regaló, pero ya habían pasado más de 24 horas que eso.

De pronto de entre las cobijas salían unos pequeños tenis con la planta casi borrada, sucios y rotos. Era un niño. Dominic de 8 años, que se movía de un lado a otro y en algunos momentos ponía los ojos casi en blanco.

“Mamá, me duele mucho… cálmese mijito, ahorita se le pasa con la pastilla que nos regaló la muchacha que pasó… ya no aguanto”.

Al preguntar qué le sucedía al menor, Marjorie, la madre dijo “es que desde antier le duele mucho la muela y la panza, se me hace que fue por tanta brincadera del tren”.

“Oye ahí tenemos unas donas que nos regaló una muchacha, pero mi mamá dice que todavía no nos las comamos”, dijo Edson un pequeño de 6 años que brincaba de un lado a otro.

“Es que no hemos comido nada desde ayer y tengo miedo se les pegue la harina en la panza y se empachen”, contestó la mujer.

De inmediato El Diario de Chihuahua acudió al edificio de gobierno para solicitar ayuda para el traslado de los indocument­ados hacia el albergue, pero en ese momento no hubo respuesta afirmativa. Afortunada­mente afuera de las instalacio­nes se encontraba un alto funcionari­o de apellido Cordero. Esos que no presumen, pero son eficientes y se dio cuenta que algo estaba pasando.

“Desde antier le duele mucho la muela y la panza, se me hace que fue por tanta brincadera del tren”, decía Marjorie, madre del infante

¿Qué sucede? ¿En qué le puedo ayudar?” preguntó, y al decirle lo que estaba sucediendo de inmediato hizo varias llamadas desde su celular y junto con El Diario se trasladó hasta donde estaban los indocument­ados para ver cómo se les podía ayudar.

“Buenos días” les dijo. Atrás de él, llegó personal de gobierno y comenzaron a recabar datos. Entre los funcionari­os estaba uno vestido de traje, y eso tal vez fue lo que detonó el miedo de varios indocument­ados, porque rápidament­e desapareci­eron y sólo se quedaron unos cuatro y dos menores.

La madre del niño y otros hombres se quedaron sentados y también querían huir, pero al ver al niño tirado en el suelo y revolcándo­se de dolor, permanecie­ron a un lado de él y temblando decían “es que son de Migración y nos van a detener. Mejor que no nos ayuden, vámonos”.

“No se preocupen, nosotros somos de Gobierno del Estado y haremos lo posible para ayudarlos a llegar al albergue y que el niño reciba atención médica. No es nuestra función hacer operativos de deportació­n”.

El niño en momentos se levantaba, se sentaba y a los segundos se acostaba otra vez en un lado de la banca, mientras Edson, el hermanito de unos seis años y autista, le sobaba la cabeza y le recordaba “ya te vas a componer, sino cuando lleguemos a Estados Unidos nadie va a querer hablar contigo porque no tendrás dientes”.

En lo que llegaba la ayuda, los buscadores del sueño americano preguntaba­n ya un poco más confiados “¿Y qué vamos a hacer? ¿Nos van a llevar al albergue?”

Luego de un rato, llego una ambulancia y subieron a Dominic y a Marjorie. El otro niño también quería seguirlos pero la madre le dijo “No mijo, usted espéreme con su papá en el albergue, sirve que come de una vez”.

Y aclaró que era mejor que el pequeño no subiera a la ambulancia, porque por la condición de autista, le asustan los ruidos y si la ambulancia prendía las sirenas, iba a llorar”.

En esos momentos, llegó el encargado de otra dependenci­a de gobierno, quien saludó a los inmigrante­s y luego de conocer su situación, les dijo serían llevados al Albergue San Agustín, donde ya los esperaban.

Edson, el otro niño ya estaba muy tranquilo y sonriente y antes de irse se despidió, tal vez con un saludo común en su tierra, puño con puño, luego un movimiento de dedos y finalmente un abrazo.

“¿Te puedo decir algo? Yo quisiera un juguete”.

“Claro Edson, ahorita llegando al albergue a lo mejor ahí tienen y te dan uno, y también te darán comida”.

“¿Siii?…ya me voy a ir a Estados Unidos”.

“Vámonos, allá están los carros”. Los extranjero­s se levantaron y en medio de sonrisas dieron las gracias. Era tanto el cansancio o la felicidad que uno de ellos iba dejando una bolsa grande y al hacerle señas, regresó y dijo “Peldon, ya iba dejando la cama”, tomó la cobija y se unió a sus compañeros.

Dominic fue llevado al Hospital Infantil donde recibió atención médica, y se encuentra mejor. A los adultos en compañía de Edson, los trasladaro­n al albergue en espera de reunirse con Marjorie y el niño enfermo, para en la primera oportunida­d reanudar el viaje hasta Juárez y a la brevedad, ingresar al país del sueño americano.

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UNA ambulancia trasladó al niño enfermo y su madre al Hospital Infantil para su atención
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Migrantes QUE se encontraba­n en el Centro se mostraban angustiado­s

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