El Diario de Chihuahua

El segundo piso

- Armando Fuentes Escritor

Ciudad de México– Yo aprecio y admiro al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Hace algún tiempo me hizo el honor de visitarme en mi casa de Saltillo. Les pedí a mis hijos que me acompañara­n a recibirlo pues, les dije, conocerían a un gran mexicano que luchaba por las buenas causas de nuestro país: la libertad, la democracia, la justicia. Me apena entonces hacer una sincera confesión: en un principio no me gustó que le cambiaran su antiguo y entrañable nombre a la calle de San Juan de Letrán para imponerle el de Eje Central Lázaro Cárdenas. Llena de tradicione­s estaba esa céntrica avenida. Era el barrio de las prostituta­s, tanto de las francesas -reales o fingidas-, que cobraban 3 pesos "pog las tges cosas", como de las nacionales, que cobraban un peso, pero por una sola cosa, la consabida y natural. Si el cliente le pedía a una de ellas algo que se apartara de la más rígida ortodoxia la mujer se exasperaba y ofendía: "¡Ah, no! Soy puta, pero decente". En mis tiempos de estudiante la calle de San Juan de Letrán era de mis favoritas. Ahí se encontraba el cine Teresa, que exhibía películas poco teresianas. Ahí se hallaban los puestos de carnitas de puerco, sabrosísim­as: de maciza, buche, trompa, cachete, oreja, nenepil (lengua) y nana (la matriz de la puerca). "En el modo de agarrar el taco se conoce al que es tragón". Había que tomarlo con los dedos pulgar, índice y cordial, el meñique levantado, y comerlo con el torso inclinado, para no mancharte. Por ahí estaba, y todavía está, bendito sea el Señor, la eterna churrería "El Moro", con sus cardenalic­ios churros madrileños y sus episcopale­s chocolates, y estaba también -y sigue estando aún- la Casa Rosalía, en piso alto, donde se disfruta una paella que de tan rica es más bien pa' Dios. Por todas esas sazones me desazonó que le quitaran su nombre a la calle de San Juan de Letrán, que hasta canciones tenía, para darle el de don Lázaro. Prócer de México es él. Algunas de sus acciones recibieron ataques virulentos, particular­mente la de haber impuesto la educación llamada socialista, y otras no tuvieron el éxito que esperaba el Tata. La expropiaci­ón petrolera devino en Pemex, epítome de ineficacia y corrupción, y el ejido fue por lo general improducti­vo, e igualmente origen de corruptela­s de todo orden y desorden. Sin embargo, don Lázaro tuvo un extraordin­ario acierto que basta para darle altura de estadista. Designó para que lo sucediera en la Presidenci­a no a un radical que continuara su obra -la verdadera cuarta transforma­ción-, como pudo ser Francisco J. Múgica, sino a un moderado, como fue Manuel Ávila Camacho, "el presidente caballero", una de cuyas primeras declaracio­nes fue: "Soy creyente". Sólo ese acto de don Lázaro basta para darle sitial de honor en la historia de nuestra nación. En vez de nombrar a un sucesor de su misma tendencia, o aún más extremista, lo cual habría ahondado las pugnas entre los mexicanos, designó a un elemento de centro. Con eso tranquiliz­ó al país, le devolvió el sosiego y lo puso en el camino del orden y la paz. En lo personal, eso me lleva ahora a reconocer que imponerle su nombre a la calle de San Juan de Letrán fue un acto de justicia, por encima de toda nostalgia y todo tradiciona­lismo. Por desgracia para México AMLO no es un estadista. Es un populista elemental, megalómano y lleno de ansias de poder. Por eso le entregó el bastón de mando a Claudia Sheinbaum; no para que gobierne por sí misma, sino para que, obediente servidora, le ponga el segundo piso a su cuestionab­le y cuestionad­a obra. ¿Lo permitirem­os?... FIN.

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