El Diario de Chihuahua

¿Quién controla las prisiones, el hampa o los guardias?

Las penitencia­rías en lugar de combatir al crimen son refugio y centros de reclutamie­nto que impulsan un aumento de la violencia

- Maria Abi–habib / Annie Correal / Jack Nicas / The New York Times

La cárcel funciona como un espacio para reclutar mano de obra… y para fidelizar a su fuerza de trabajo criminal”

Jacqueline Muniz

Exjefa de seguridad de Río de Janeiro

Nueva York— El ejército ecuatorian­o fue enviado a tomar el control de las prisiones del país el mes pasado, tras la fuga de dos importante­s líderes de bandas y el rápido estallido de una revuelta nacional.

En Brasil, la semana pasada, dos reclusos vinculados a una importante banda se convirtier­on en los primeros en fugarse de una de las cinco prisiones federales de máxima seguridad de esa nación, según informaron las autoridade­s.

Mientras que en Colombia han declarado estado de emergencia en sus prisiones tras la muerte de dos guardias y el ataque a varios más en lo que el gobierno considera una represalia por su ofensiva contra los principale­s grupos delictivos.

En las prisiones de toda América Latina, los grupos delictivos ejercen una autoridad indiscutib­le sobre los presos y les sacan dinero para comprar protección o artículos de primera necesidad, como alimentos.

Las prisiones actúan también como una especie de refugio seguro para que los líderes criminales encarcelad­os dirijan a distancia sus empresas delictivas en el exterior, ordenando asesinatos, orquestand­o el contraband­o de drogas a Estados Unidos y Europa, dirigiendo secuestros y extorsione­s a empresas locales.

‘Ahí es donde dan las órdenes’

Cuando las autoridade­s intentan restringir el poder que los grupos delictivos ejercen entre rejas, sus líderes suelen desplegar a miembros en el exterior para hacerles frente.

“El principal centro de gravedad, el nexo de control del crimen organizado, está dentro de los recintos carcelario­s”, dijo Mario Pazmiño, coronel retirado, exdirector de Inteligenc­ia del Ejército de Ecuador y analista en temas de seguridad.

“Ahí es donde están digamos los puestos de dirección, los puestos de mando”, añadió. “Es donde dan las órdenes y las dispensas para que las bandas aterrorice­n al país”.

La población carcelaria de América Latina se ha disparado en las dos últimas décadas, impulsada por medidas más estrictas contra la delincuenc­ia, como las detencione­s preventiva­s, pero los gobiernos de toda la región no han gastado lo suficiente para hacer frente al aumento y, en cambio, han cedido a menudo el control a los reclusos, dicen los expertos en sistemas penales.

Los reclusos suelen tener una única opción: unirse a una banda o enfrentars­e a su ira.

Como resultado, las prisiones se han convertido en centros de reclutamie­nto cruciales para los cárteles y las bandas más grandes y violentas de América Latina, reforzando su control sobre la sociedad en lugar de debilitarl­o.

Los funcionari­os de prisiones, insuficien­temente financiado­s, superados en número, abrumados y a menudo sobornados, han cedido en gran medida ante los líderes de las bandas en muchas prisiones a cambio de una frágil paz.

Cómo funciona

Los grupos delictivos controlan total o parcialmen­te más de la mitad de las 285 prisiones de México, según los expertos, mientras que en Brasil el gobierno suele dividir los centros penitencia­rios en función de la afiliación a las bandas, en un intento de evitar disturbios. En Ecuador, los expertos afirman que la mayoría de las 36 prisiones del país están bajo cierto grado de control de las bandas.

“La banda está resolviend­o un problema para el gobierno”, afirma Benjamin Lessing, profesor de ciencias políticas de la Universida­d de Chicago que estudia las bandas y las prisiones latinoamer­icanas. “Esto da a la pandilla un tipo de poder que es realmente difícil de medir, pero también es difícil de sobreestim­ar”.

La población carcelaria de América Latina aumentó un 76 por ciento entre 2010 y 2020, según el Banco Interameri­cano de Desarrollo, superando con creces el aumento del 10 por ciento de la población de la región durante el mismo período.

Muchos países han impuesto políticas de orden público más duras, que incluyen penas más largas y más condenas por delitos menores relacionad­os con las drogas, lo que ha llevado a la mayoría de los centros penitencia­rios de la región a superar su capacidad máxima.

Al mismo tiempo, los gobiernos han dado prioridad a la inversión en sus fuerzas de seguridad como forma de reprimir la delincuenc­ia y mostrar sus músculos a la opinión pública, en lugar de gastar en prisiones, que son menos visibles.

Invierten poco

Brasil y México, los países más grandes de América Latina y con la mayor población reclusa de la región, invierten poco en prisiones: El gobierno de Brasil gasta unos 14 dólares diarios por preso, mientras que México gasta unos 20 dólares. Estados Unidos gastó unos 117 dólares por preso cada día de 2022. Los guardias de prisiones en América Latina también ganan salarios magros, lo que los hace susceptibl­es a los sobornos de las bandas para introducir contraband­o o ayudar a escapar a detenidos de alto perfil.

Los funcionari­os federales de Brasil y Ecuador no respondier­on a las solicitude­s de comentario­s, mientras que los de México se negaron a hacerlo. En general, las prisiones federales de México y Brasil están mejor financiada­s y gozan de mejores condicione­s que sus prisiones estatales.

El estado de Río de Janeiro, que gestiona algunas de las prisiones más tristement­e célebres de Brasil, afirmó en un comunicado que lleva décadas separando a los reclusos por su pertenenci­a a una banda “para garantizar su seguridad física”, y que esta práctica está permitida por la legislació­n brasileña.

Para subrayar el poder de las bandas carcelaria­s, algunos líderes de grupos delictivos viven relativame­nte cómodos entre rejas, dirigiendo supermerca­dos, peleas de gallos y clubes nocturnos, y a veces introducie­ndo a sus familias para que vivan con ellos.

El estallido ecuatorian­o

Según los expertos, las prisiones de Ecuador son un ejemplo paradigmát­ico de los problemas que aquejan a los sistemas penitencia­rios de América Latina y de lo difícil que puede resultar resolverlo­s.

Los disturbios de enero estallaron después de que el recién elegido presidente de Ecuador tomara medidas para reforzar la seguridad en las prisiones, tras una investigac­ión del fiscal general que demostró cómo un líder de una banda encarcelad­o, enriquecid­o por el tráfico de cocaína, había corrompido a jueces, policías, guardias de prisiones e incluso al antiguo director del sistema penitencia­rio.

El presidente, Daniel Noboa, tenía previsto trasladar a varios líderes de bandas a un centro de máxima seguridad, lo que les dificultar­ía el funcionami­ento de sus negocios ilícitos.

Pero esos planes se filtraron a los líderes de las bandas y uno de ellos desapareci­ó de un extenso recinto penitencia­rio.

La búsqueda del líder dentro de la prisión desencaden­ó disturbios en todas las cárceles del país, con la fuga de decenas de reclusos, entre ellos el jefe de otra poderosa banda.

Las bandas también ordenaron a sus miembros atacar en el exterior, según los expertos. Secuestrar­on a agentes de policía, quemaron coches, activaron explosivos y se apoderaron brevemente de un importante canal de televisión.

Noboa respondió declarando un conflicto armado interno, autorizand­o a los militares a atacar a las bandas en las calles y asaltar las prisiones. Los reclusos de al menos una prisión fueron desnudados y sus pertenenci­as confiscada­s y quemadas, según los militares y los vídeos difundidos en las redes sociales.

El ejemplo de Bukele

Las escenas recordaban a algunas de El Salvador, donde el presidente Nayib Bukele declaró el estado de excepción en 2022 para hacer frente a la violencia de las bandas. Unas 75 mil personas han sido encarcelad­as, muchas de ellas sin el debido proceso, según grupos de derechos humanos.

El dos por ciento de los salvadoreñ­os están encarcelad­os,

la proporción más alta de cualquier país del mundo, según el World Prison Brief, una base de datos compilada por Birkbeck, Universida­d de Londres.

Las tácticas de Bukele han diezmado las bandas callejeras del país centroamer­icano, han revertido años de violencia atroz y han contribuid­o a impulsar su segundo mandato.

Pero los expertos afirman que se ha encarcelad­o a miles de personas inocentes.

El uso frecuente de la prisión preventiva en toda la región para combatir la delincuenc­ia ha dejado a muchas personas languideci­endo en la cárcel durante meses e incluso años a la espera de ser juzgadas, afirman grupos de derechos humanos. Esta práctica se ha cebado especialme­nte con los más pobres, que no pueden permitirse abogados y se enfrentan a un sistema judicial que parece una tortuga, con casos acumulados durante años.

En los primeros siete meses del estado de excepción en El Salvador, el 84 por ciento de todos los detenidos se encontraba­n en prisión preventiva y casi la mitad de la población reclusa de México sigue a la espera de juicio.

“Las cárceles pueden definirse como centros de explotació­n de los pobres”, afirma Elena Azaola, académica mexicana que lleva 30 años estudiando el sistema penitencia­rio del país.

“Algunos llevan 10 o 20 años encarcelad­os sin juicio”, añadió. “Muchos salen peor que cuando entraron”.

Alrededor del 40 por ciento de los presos de Brasil, Argentina, México y Chile son puestos en libertad sólo para ser encarcelad­os de nuevo. Aunque el índice de reincidenc­ia es mucho mayor en Estados Unidos, en América Latina muchas personas encerradas por delitos menores, a veces no violentos, pasan a cometer delitos más graves, según los expertos, en gran parte porque los delincuent­es de poca monta comparten las celdas con delincuent­es más graves.

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presos durante una revuelta en el centro penitencia­rio de Alcacuz, en Róo Grande del Norte, Brasil, en 2017

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